De entrada, quiero aclarar que nada tengo en contra del abulense municipio de Mamblas, y mucho menos del desdichado herrero, caso de que haya existido. Solamente quiero aprovechar el proverbio: Eres más tonto que el herrero de Mamblas, que de tanto machacar se le olvidó el oficio.
Con tanta campaña electoral, tanto debate, tanta investidura, tanto sondeo y tanta elección, vamos a terminar olvidando nuestra única verdad: somos españoles y seguimos empeñados en contrastar nuestras divergencias a garrotazos. Desde que España comenzó a sacudirse el peso de los gobiernos absolutistas, nunca hemos vivido un largo periodo sin refriegas entre ciudadanos de ideas contrarias. Poco amigos de apellidar la democracia al estilo de las naciones con más tradición, pronto caímos en la simplificación de agrupar nuestros partidos en derechas e izquierdas. No acabamos de apuntarnos a términos como conservadores y laboristas, moderados y extremistas o las diversas acepciones que pueblan todos los parlamentos. Y en esa disyuntiva seguimos, diestros y siniestros.
Si algo va quedando claro con el paso de los años es que cada vez resulta más difícil la preeminencia del partido único, e incluso del bipartidismo. Los bandos formados a uno y otro lado del centro se van difuminando con más o menos rapidez. Todo ello se traduce en mayor dificultad a la hora de formar gobierno. Los hermanos menores de cada coalición encuentran el hueco para que los seguidores puedan sacar pecho y los dirigentes vean consolidar su liderazgo.
Hay que buscar el origen en la ofuscación de algunos políticos por no admitir coaliciones a uno y otro lado del hipotético centro. Se consideran como el agua y el aceite. Mientras no se acabe con esa ceguera política, España no acabará de levantar el vuelo. La cerrazón de grandes y pequeños hace muy difícil encontrar una coalición que sea capaz de gobernar sin que el futuro presidente deba hacer concesiones que vayan contra los principios que marca la legislación de cada Estado.
Cuando entramos en una campaña electoral, o cuando le conviene a quien tiene en su mano las riendas de un determinado medio de comunicación, llega la obsesión por los debates. Cada cual busca a sus primeros espadas, más o menos diestros a la hora de sacar trapos sucios del contrario, y comienza el espectáculo. Lo que debía ser una civilizada discusión acaba convirtiéndose en una gresca con escasos razonamientos y demasiadas ofensas. Contra el debatiente asentado y con conocimiento de causa, el oponente saca del banquillo al hooligan de refresco que transforma el debate en una bronca donde hay de todo menos inteligencia y respeto.
En la multitudinaria manifestación de ayer en Barcelona, especialmente dirigida a levantar la moral de los muchos habitantes catalanes que se sienten antes que nada españoles, quedó de manifiesto la inquietud que invade al resto de españoles orgullosos de serlo. Vista la actitud de Pedro Sánchez, hay que ponerse en lo peor. Le está costando mucho trabajo salir de su caparazón, pero ya comienza a asomar su verdadera cara. Todo el coro de aduladores que comen en su mismo pesebre ya se encarga de edulcorar las oscuras intenciones que amenazan nuestra Constitución. El Equipo Sanchista de Opiniones Sincronizadas (ESOS) se ha puesto en marcha para aclarar los dos vocablos que hieren las cuerdas vocales de Sánchez: amnistía y referéndum. Según ESOS, todo en este mundo es revisable, incluida nuestra Constitución. Por cierto, estoy de acuerdo con el comentario de uno de los asistentes a la manifestación: “Esta vez, Pedro Sánchez no ha cambiado de opinión, simplemente ha cambiado de bando”
Rebuscando en la jurisprudencia más olvidada, y en las democracias con el pedigrí de Venezuela, Cuba, Nicaragua o Corea del Norte, siempre podrá aparecer el dictamen de un juez con alguna frase aplicable a los pobres golpistas catalanes o a los pacíficos vascos que asesinaron a centenares de españoles en aras de una mejor convivencia de todos. “No es progresista que pierdan su libertad por las condenas de un régimen tan inhumano como el español. Para eso nos hemos preocupado de “moderar” la crueldad de los Tribunales incorporando una serie de magistrados con la toga muy lavable”. Y se quedan tan panchos.
De este gobierno en funciones - ¡y qué funciones! - nada bueno podemos esperar. Intentando perpetuarse en el poder, será capaz de los mayores atropellos a nuestro ordenamiento jurídico. Ni Sánchez, ni los que desean que siga en el cargo, quieren escuchar el clamor del pueblo español. Ya no se esconden muchos dirigentes y militantes del bloque que se considera progresista, aunque no lo sea.
Como se viene anunciando, Sánchez sangra por la herida del 23-J y está dispuesto a seguir en La Moncloa sin necesidad de unas nuevas elecciones, para lo cual no dudará en conceder barra libre al ejército de independentistas que tapizan su sillón.
De momento, al actual presidente del Consejo Europeo ya se le ha subido a la cabeza el cargo que ocupa este semestre y quiere aprovecharlo hasta el último segundo. Acaba de exhibir dos botones de muestra: uno, con ocasión de la Cumbre de Granada, le hemos visto caminar por delante del Rey acompañando a la comitiva de presidentes; otro, el sábado negándose a acompañarle a la Jura de Bandera de la Princesa de Asturias –algo que no hizo Felipe González en la de Felipe VI- para asistir a un mitin del PSOE. Es de suponer que no haya usado el Falcon.
Llegados a este punto, ya no caben medias tintas. Nadie vendrá de fuera a sacarnos las castañas del fuego. Hemos visto cómo la Unión Europea reprende a Sánchez por pretender sacar adelante una amnistía a cambio de votos, pero el susodicho imita a los habitantes de La Gomera: se ha puesto a silbar. Mientras tanto, la presidenta del Mercado de la Carrera de San Jerónimo ya se ha encargado de alargar al máximo el plazo disponible para la investidura de Sánchez, de modo que los mercaderes puedan sacarle todo lo que con nadie más habrían obtenido.
Cuando los nostálgicos todavía sueñan con la Tercera República, quienes piensen lo contrario no pueden cruzarse de brazos. Cada uno, desde su escaño o desde su puesto de trabajo, debe esforzarse en levantar la voz reclamando justicia y cumplimiento de las leyes. Cuando no se admite ningún intento de disfrazar la Constitución, hay que dar el paso al frente. No hacerlo es pasar al rebaño de responsables.
Como decía al principio, cumplir con las obligaciones cívicas que contemplan nuestras leyes no debe aburrir a nadie. No se puede clamar por alcanzar una plena democracia reclamando nuestros derechos y dejar los deberes para los demás. Que nadie se canse de machacar el hierro hasta que adquiera la forma que deseamos. La manifestación de Barcelona debe ser el primer eslabón de una cadena que acabe amordazando a Sánchez.