En el ayuntamiento de Móstoles (Madrid) los grupos políticos del Equipo de Gobierno (PP y VOX) han aprobado –con el voto en contra de la oposición- la creación de un “punto de homenaje permanente a la bandera de España”. La ultra derecha con este acuerdo quiere “mostrar lealtad y amor a la nación”, porque, según otra concejala de VOX, “la promoción del patriotismo en la sociedad civil es una necesidad más que nunca. Ser patriota es vivir plenamente nuestro compromiso como ciudadanos y fomentar el respeto que debemos a España”. ¡Alucinante! Un concejal de la oposición de Mas Madrid ha calificado esta propuesta de “ridícula, facha e inútil”. Parece mentira que a estos políticos les interese más ensalzar los estandartes nacionales que trabajar por la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, por su progreso y por sus derechos humanos.
La verdad es que esto es una prueba más de la peligrosa deriva en la que está cayendo la ultraderecha y que sigue al pié de la letra la derecha del PP, esa que se está fascistizando de una manera alarmante, de la mano de Ayuso, Aznar y también Feijóo, que no ha soportado la presión ideológica que ha ostentado su partido y la de la derecha mediática que escupe odio cada día en los debates y tertulias de sus medios de comunicación. Los debates de Ayuso en la asamblea de Madrid, en los medios de comunicación y en sus paseos por las calles de la capital –muy parecidos a los del Fürer o el Duce en su época, donde eran aclamados como dioses-, lejos de preocuparse de los problemas de los madrileños, están presididos por su única obsesión, colocarse en la parrilla de salida dando codazos a Feijóo y conseguir acceder a la presidencia del gobierno de España derribando a Pedro Sánchez, como sea. Y ante esto, ¿qué hacen los ciudadanos madrileños? Nada, parece que les han suministrado una elevada dosis de somníferos que les impiden ver la realidad y que los problemas de la sanidad, de la educación, de las malas condiciones de la comida en los colegios de los niños, de la quiebra de los servicios sociales, de las muertes masivas en las residencias de mayores durante la pandemia, o de las precarias condiciones laborales de los trabajadores, se las traen “al pairo”.
Esta deriva no es más que un sistemático comportamiento de la derecha cavernaria a lo largo de la reciente historia de España. Nos lo recordaba el historiador Álvarez Junco en unas jornadas de la Cátedra de Memoria Democrática de la Universidad de Salamanca celebradas durante esta semana. Mientras los gobiernos progresistas de la Segunda República se preocupaban por una educación pública que escolarizase a todos los niños españoles con independencia de su procedencia social o económica, mientras había una honda preocupación por una reforma agraria que dignificara en condiciones laborales y salarios a todos los agricultores, mientras se luchaba para que los obreros de la industria o el comercio tuvieran los mismos derechos que la nobleza y la aristocracia, mientras que aquélla izquierda se preocupaba por extender los derechos humanos a todos los ciudadanos, por los ideales de libertad, igualdad, justicia, tolerancia y solidaridad, la derecha caciquil y cavernaria se preocupaba sólo por la patria y la nación, por adoctrinar a los niños en los ideales de una religión Católica anclada en la Edad Media y la Inquisición, por ensalzar a los héroes nacionales de la Reconquista y la conquista de América y a los que expulsaron de España a moros, judíos, moriscos y sefarditas.
Esta derecha, anclada en la exaltación de los valores nacionalistas hispanos, es la que está volviendo a imponer su mensaje y su doctrina y lo veremos próximamente, tanto en la concentración de Barcelona del domingo 8 de octubre, en la que insultarán a las instituciones de gobierno democráticas catalanas y al presidente Sánchez y en la celebración de los actos del día de la Fiesta Nacional de España (para la derechona, fiesta de la raza y la hispanidad) el 12 de octubre, donde reclutarán a sus legiones incendiarias para pitar, abuchear y denigrar al presidente del gobierno y donde sus líderes, como Ayuso, Aznar o Feijóo, reirán con carcajadas de satisfacción por haberlo conseguido.
Con estos ingredientes no cabe esperar buenos presagios en el futuro. Ya lo ha dicho Abascal y parece que la opinión pública –dominada por esa ideología de la derecha excluyente- no quiere darle la importancia que realmente tiene. Abascal ha apelado a la rebelión colectiva y está incitando a desórdenes públicos constantemente. Lo ha dicho por activa y por pasiva y apela también a una “movilización permanente para ilegalizar partidos independentistas”. Continúa diciendo que “es la única alternativa para que no se ataque la unidad de España”. Las palabras de este señor producirían hilaridad y se tomarían en broma si estuvieran aislados políticamente. Pero no lo están, porque el PP ha decidido ir de la mano de los ultras, no sólo en el Parlamento Español, sino en varias comunidades autónomas y en más de un centenar de ayuntamientos del Estado. ¿Comparte Feijóo las declaraciones de Abascal? Creemos que sí, de lo contrario habría roto todos los pactos que le permiten gobernar en esas instituciones territoriales de la mano de VOX.