OPINIóN
Actualizado 03/10/2023 09:36:03
Francisco Delgado

Hasta hace pocos años un “otoño caliente” era una metáfora del clima de lucha o tensión entre los sindicatos de los diversos sectores de trabajo y la patronal: huelgas, manifestaciones, negociaciones para el siguiente Convenio, definían el grado de “calentamiento” del otoño.

Ahora no; ahora hablar de otoño caliente es referirnos a las anormalmente altas temperaturas de un comienzo de otoño, recién salidos del verano más cálido que se conoce en todo el planeta. De tal manera que A. Muñoz Molina escribía en El País hace unos días que “las nuevas batallas sindicales parecen noticias de otra época”.

Ahora todo es caliente y sentimos que el calor físico y social nos engulle. Miremos donde miremos encontramos “demasiado calor”: si ponemos la atención en la política, observamos el hemiciclo del Congreso demasiado caliente y demasiado espectáculo. Si miramos a las nuevas conductas delictivas de adolescentes, de casi niños y de adultos de toda edad y condición, nos topamos con un incremento llamativo de las conductas sobre agresión sexual. Si nos fijamos en grupos sociales, en el de pensionistas y jubilados, en el de los agricultores, en el de los sanitarios y usuarios de la sanidad pública, en el de los inquilinos y propietarios de vivienda, en los que escriben y se manifiestan en las redes sociales, encontramos siempre actitudes tensas, demasiado “calientes”.

Sin embargo hace ya varias décadas que sabíamos por estudios experimentales rigurosos que el incremento de la temperatura en un ambiente determinado creaba conductas más agresivas, más impulsivas. Se había determinado el incremento de la agresividad a medida que el calor físico aumentaba en contextos muy distintos: en las calles con tensiones por conductas racistas, en los tonos y discusiones en los Parlamentos, entre los reclusos de las cárceles, en agresiones entre pandillas juveniles, en lo que antes se llamaban “crímenes pasionales”, etc.

Pero sería falso llegar a la conclusión de que el mayor calentamiento físico es el responsable de todos los graves problemas morales y de convivencia que nos rodean. El mayor calor es un factor más que influye y agrava las tensiones sociales y las dificultades del hombre contemporáneo para ver con claridad sus puntos de referencia, sus valores. La serenidad, la ecuanimidad, los razonamientos, la vida pacífica, el reconocimiento de las semejanzas entre todos los humanos, se han eclipsado como señales de orientación y contención de lo instintivo.

Demasiado calor. Demasiados incendios, demasiadas inundaciones, demasiados volcanes activos hasta en las paradisíacas islas Hawai. La naturaleza nos vence. Quizás, sin saberlo, buscamos la autodestrucción.

Pues, si la causa de tantos problemas no es esa parte destructiva y autodestructiva de la especie humana, ¿qué explicación tendría, por ejemplo, lo que ha ocurrido en Grecia en los últimos meses? ¿Qué explicación tenemos para encontrar algo útil o lógico en la decisión del gobierno de un país que unos pocos días después de la gran batalla de supervivencia contra incendios arrolladores, seguida de otra contra inundaciones masivas motivadas por lluvias torrenciales, lo único que se le ocurre decretar ( sin explicar el motivo) es una jornada laboral de hasta 13 horas?. Esto acaba de ocurrir en el país cuna de la Democracia y de la Filosofía, bases de la actual Europa.

Quizás “el calor” de todo tipo nos está enloqueciendo, poco a poco, a todos.

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