Tiene, el septiembre que se va, un discurrir pausado y leve, una lengua callada y cautiva, una forma de fluir adormecida entre el calor veraniego y las tardes doradas de un otoño apenas iniciado.
Tiene, dando el relevo, una mezcla variada de sabores entre el idioma tranquilo de las flores y un cierto regusto a melancolía.
Tiene el sabor a canela en rama, al lenguaje esponjoso de las nubes que guardan entre costuras invisibles los deseos de planes y proyectos.
Dibuja un sendero inalterable diseñado con lápices sin tinta, abrazos sin labios en la frontera sin señales que marca cada piel.
Tiene arcos de piedra que dejan a su paso espacios habitables, puertas invisibles que dan acceso a todo lo demás.
Tiene, también, escalones gigantes, edificios enormes que podemos disfrutar sin usar espadas de cartón ni mesas redondas o cuadradas, sin gritos ni exabruptos sin control.
Sillones de mullido confort merodeando sueños inconclusos, colchones de despertar incierto entre esponjoso algodón.
Trae bajo el brazo carpetas de esperanza, rincones sin polvo, lluvia de sol, renglones de ciencia, escarcha y pasión, música sin nombre, poemas sin autor. Palabras perdidas, aromas de amor, acompañados silencios, fuerza en el corazón, aroma de cocina, algún pequeño (o gran) chaparrón.
Lágrimas de sirenas, pausado nido de dos, libros que nunca se acaban, luz de despertador, una multitud de insomnios sentados en el sillón, incertidumbres servidas en nombre de una traición.
Un paisaje, un aroma, un bostezo, algún pequeño dolor, las palabras nunca dichas, alguna pesadez (o dos), las hojas del calendario, algo de viento a babor, blancas notas al piano, notas negras de pasión, rosas rojas y esponjosas se exhiben en el jarrón, una maceta sin agua, una foto en un balcón, la caja que guarda todo (una firma, una canción…).
La vida que es tan hermosa va otoñando el corazón.
Mercedes Sánchez