Tienen las cosas del corazón idas, venidas, roturas, remiendos y cicatrices, esa vida propia de músculo imprescindible y bien templado que resuena al compás de nuestros pasos, sístole y diástole de los trabajos y los días que se deja mecer en su jaula de vértebras. Ofrecemos el sacrificio de la prisa y de la angustia sobre el altar de la vida cotidiana, confiados en que el cuchillo de obsidiana no acabe de arrancar el corazón con que vivo, cardo y ortiga que cultivo desgastando las paredes de este órgano de tubos por los que pasa el soplo de la vida y resuena, rumor de agua roja, el paso de los días ¿Reparamos en su magnífica arquitectura de precisión, en sus paredes agotadas de latir, en su eficiente ritmo sostenido? Solo cuando el soplo se angosta, las pulsaciones se aceleran y el corazón envía un aviso desesperado, sentimos que todo tiene la fragilidad de una máquina perfecta que avisa del fallo. Y nosotros, que estamos en la intemperie sin reconocerlo, sentimos el rumor frío del miedo, el temblor del cielo, la posibilidad de la quietud de su máquina precisa…
Tiene en las máquinas que ven el interior del alma del cardiólogo de mi padre, el corazón un ritmo lento y sostenido. Con ese milagro de músculo casi rendido, los noventa años agotados de mi padre siguen latiendo con esfuerzo y medicación. La vida que se empecina, la vida que se ofrece a mis ojos como la ecografía de un ser que habitaba en mis entrañas y parecía nadar en el líquido del paraíso. Al otro lado de la pantalla marcada por números y gráficos, la vida es movimiento constante y ajeno a nuestros pensamientos que son impulso eléctrico, latido de idea. Misterio mecánico, el corazón, el fuelle de los pulmones, la sangre que fluye por los caminos bajo la piel que tocamos y sentimos se muestra desnudo… Qué es la vida sino un misterio desplegado en los mapas de los libros de anatomía, el milagro del hombre alto en cuyo pecho colocamos el oído enamorado para escuchar el latido de su amor y de su presencia acogedora… soplo de vida que deberíamos detenernos a sentir y a agradecer en medio de la vorágine de los trabajos y los días, esos que agotan al corazón como lo agotan la pena, la contaminación y la pérdida. Tiene nuestro músculo del amor una fortaleza frágil y sin embargo, capaz de recuperarse, cicatrices y acequias por donde restaurar el paso del agua, agua que corre, rumor de vida que avisa y de repente, se hace milagro que vivir, intensa, en corazón bañada… pura, aliviada alegría.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.