OPINIóN
Actualizado 11/09/2023 09:25:19
María Jesús Sánchez Oliva

De nuevo ha temblado la tierra. En esta ocasión ha sido en Marruecos, a las puertas de España, tan a las puertas que hasta Andalucía llegaron sus temblores. Las consecuencias han sido las de siempre en estos casos. La peor parte se la han llevado los habitantes de las aldeas, los que viven en casas tan de mala muerte que mejor llamarlas chabolas. Una vez más no se han caído los grandes hoteles para el turismo, ni las residencias de los embajadores, ni las mansiones de los privilegiados que veranean en Marbella ni los palacios del rey.

Los datos que nos llegan son terribles: más de dos mil muertos, cientos de heridos y Dios sabe los que en este momento siguen sepultados, quizá muertos, quizá vivos, sin saber siquiera cómo y cuándo podrán ser rescatados. Y no se aprende a minimizar los daños. Para esto bastaría con que al final de cada terremoto se hiciera un estudio de los daños que se habrían evitado si las víctimas vivieran en casas bien construidas y en pueblos o aldeas comunicados por buenas carreteras. La cifra sería tan elevada que aunque solamente fuera para evitar protestas de dentro y de fuera las autoridades responsables tendrían que tomarse en serio el problema y empezar a poner remedio. Pero una vez más ni se hará un estudio serio, ni mucho menos se dará a conocer. La pobreza, desgraciadamente, sigue siendo para no pocos el mejor de los negocios.

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