“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Salvador Allende, presidente de Chile, en su alocución horas antes de su asesinato. Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973.
Dentro de dos días, se cumplirán cincuenta años de aquel nefasto 11 de septiembre de 1973, en que los chilenos vieron cómo su legítimo gobierno era derribado violentamente por las fuerzas militares reaccionarias, y su presidente, Salvador Allende, asesinado ejerciendo su cargo en el Palacio de la Moneda, el principal edificio de la nación sede del gobierno.
España, entonces en las postrimerías del franquismo pero aún sumidos todos nosotros en el oscurantismo dictatorial de aquel indigno y criminal régimen, apenas tuvo noticias en su momento de los luctuosos acontecimientos en Chile, conocidos con detalle aquí más de dos años después, tras la muerte del dictador Franco, a cuyo funeral en Madrid un encapado Augusto Pinochet, jefe de la Junta Militar golpista chilena, asistió pavoneándose y siendo homenajeado por las máximas autoridades españolas en las exequias de la basílica de Cuelgamuros, entonces, y lamentablemente todavía, Valle de los Caídos.
Negadas a los atribulados españoles del setenta y tres las imágenes del golpe militar en Chile, y racionadas y censuradas las noticias que hablaban de las ensangrentadas alamedas de Santiago, aquel año de la primera crisis petrolífera y de crecientes protestas antifranquistas en universidades y centros de trabajo, la indignidad que ensuciaba y sumía en el sufrimiento a gran parte de los países latinoamericanos, se vio reforzada por el golpe de estado en Chile encabezado por Pinochet y, como tantos, organizado, financiado y apoyado por el imperialismo estadounidense.
El gobierno chileno actual, elegido democráticamente, rememora estos días con diversos actos, homenajes y eventos, aquel alzamiento militar, con la explícita intención de utilizar este aniversario para rendir tributo a los luchadores por la libertad y la democracia vivos y huérfanos de justicia, y también a los que, como el mismo Allende, como Víctor Jara o Pablo Neruda, dieron su vida en defensa de la legalidad y los principios éticos de convivencia y representatividad, es decir, de la libertad. También, y eso rompe la paradoja de recordar una fecha luctuosa, como recurso para evitar el olvido, reverdecer cada día el deseo de reparación, honrar a sus héroes y mirar su propia historia con sentido crítico, vivo y lejos de manipulaciones y falsas manufacturas del recuerdo. Como era de esperar, la derecha reaccionaria chilena, heredera del pinochetismo y el fascismo militaroide, no se ha sumado a esos tributos.
Hace poco tiempo, en Argentina, otro país cruelmente azotado por dictaduras militares, fueron condenados algunos de los responsables de la sevicia y el crimen de las juntas militares de Videla, Galtieri y otros, y tanto el proceso, sus argumentos y su mismo desarrollo, así como las razonadas condenas y el relato y rememoración de la incesante criminalidad de las juntas militares, sirvieron y sirven a los argentinos para idéntico orgullo que hoy experimentan los chilenos, y para sentirse parte de un país en el que la búsqueda de la justicia y la verdad, la negativa al olvido y el deseo de reparación, se tornan creación colectiva del espíritu crítico, reflexión sobre la propia historia, orgullo moral y conciencia germinal de pertenencia .
Son tantas y tan poderosas razones las que podrían aducirse para comparar los afanes de memoria, verdad y reparación de Chile, Argentina y otros países, con el espeso silencio cómplice, aceptación mezquina, manipulación histórica y justificación política que en España se realizan respecto del franquismo y sus crímenes, que cualquier paralelismo se vuelve imposible. Eso nos hace, como país, menos dignos, más ciegos y mucho, mucho menos libres.