Escultor, pintor y partícipe de la cultura salmantina
Pan de oro y plata sobre fondo negro, el impresionante retrato de la Virgen de la Vega del artista Amable Diego se convierte en cartel para anunciar, junto a la Mariseca, las Ferias y Fiestas de una Salamanca que le conoce como escultor, como partícipe de la cultura salmantina. En su taller, nuestra talla bizantina, la virgencita sedente nunca ha sido retratada con mayor minucia, delicadeza de orfebre. Más allá, la maqueta de su cofrade nos devuelve al Amable Diego escultor, al innovador de la materia, poética de plano, geometría de luz.
Charo Alonso: ¡Te conocemos más como escultor!
Amable Diego: Mi titulación es la de Maestro Grabador, estudié en la Escuela de Artes y Oficios. Éramos grabadores a la antigua, dibujando sobre planchas de cobre con buril y punzón.
Carmen Borrego: Todas esas herramientas las conozco porque mi abuelo era guarnicionero y hacía trabajos muy finos también con las letras… ¡Además, asistí al final de los caracteres tipográficos de metal!
A.D.: Mi madre era de Frades y allí había un alabardero que escribía unas letras maravillosas en metal, las iniciales de quienes les encargaban las piezas. Eso de las letras es importante porque trabajé también en tiempos de tipografía, como tú, Carmen, y me ocupé de la publicidad, de la imprenta y del diseño gráfico de la Diputación además de la gestión cultural.
Ch.A.: Eres historia viva de la cultura salmantina, Amable, ¿cómo lo compaginabas todo?
A.D.: Trabajé casi 37 años en la Diputación, mientras, hacía encargos simultaneándolo todo, pero claro, el trabajo era mi prioridad. Un trabajo que a alguno no le parecía importante cuando resulta que montar una exposición no es fácil, por ejemplo. Una exposición tiene que estar colgada en su espacio y tiempo, en su día y bien colgada y para eso hace falta experiencia. Parece muy fácil eso de colgar cuadros y no lo es, hay que seleccionar, decir no y yo nunca he tenido dolor de ser sincero. A veces montaba una exposición en La Salina y volvía a casa a disgusto. Daba vueltas, regresaba y la cambiaba. Y una cosa con la que me peleaba era con el deseo del pintor de que aquello fuera un bazar. Eso de querer meterlo todo era mi guerra. En la Sala de La Salina entran 25 cuadros de tamaño medio, todo lo demás es meter bazar y eso no lo entendían a veces los artistas.
C. B.: ¡La Salina es un espacio tan bello!
A.D.: Y mira, Carmen, cuando pones muchas cosas, la gente sale antes de la muestra, lo tengo comprobado. Y más en una Sala como La Salina que tiene un paseo tan especial, unos rincones que hay que recorrer.
Ch.A.: Artista trabajando con artistas, ¿cómo sabías si algo era destacable? ¿Qué aspecto de tu tarea has disfrutado más?
A.D.: La base es el dibujo. Cuando yo veo una obra, del tipo que sea, veo si le ha salido de casualidad y lo repite mil veces o si hay algo más. El arte es experimentar, innovar, pero la base es el dibujo. Y a mí todo me gusta porque todo lo disfruto: desde trabajar en una placa de acero con los retratos de Farina, como con el dibujo. Yo todos los días dibujo, he sido hiperactivo toda la vida y ahora más, la mano me baila, necesito saber que no pierdo la mano.
Ch.A.: ¿Cuándo y cómo empezaste?
A.D.: Llevo pintando desde los siete años. Vengo de un medio muy humilde, mi padre trabajaba en los Laboratorios Coca y vivíamos en Chamberí. Mi madre tenía en su casa un patio, una puerta carretera y mi padre, encima de los comederos de las bestias puso una puerta machihembrada y me decía que ese era mi rincón para que no me fuera a la calle. Y ahí me quedaba. Creo que soy el único niño que ha gastado hasta niveles ínfimos las pinturas de Alpino. A todos nos echaban de regalo cajas de pinturas, mis primos las dejaban tiradas y yo las utilizaba todas. Podía pintar lo que fuera. Cogía los tebeos, los del Jabato, la Pantera Negra, Tarzán… y dibujaba, aunque a mí más que los protagonistas me gustaban los animales. Tengo una buena memoria fotográfica, como todos los que pintamos, y era, soy capaz de pintar los animales de memoria.
Ch.A.: ¿Y cuál fue tu formación?
A.D.: Yo fui alumno de Luis de Horna, mi maestro, el que me dijo: “Tienes un pulso fenomenal, tú a grabado”. Cuando me quería ir a lo abstracto me decía: “¿Tú sabes la cantidad de gente que queremos dibujar como tú?”. Tengo facilidad para el dibujo pero a veces quiero salir de lo técnico y pegar brochazos. Cuando vemos a gente como Warhol, o Miró y pensamos en esa simplicidad no reparamos en que eran grandes dibujantes. El dibujo es la base y ahora a mí no me ata nada y me divierte innovar. He hecho muchos retratos pero hay que ir más allá, hay algo subliminal que la gente no ve porque la imagen no es plana, hay que jugar con las líneas para que la mente vea el volumen.
Ch.A.: Te conocemos más como escultor en una tierra de escultores…
A.D.: Don Agustín Casillas nos dio clases en la escuela de Artes y Oficios, era un hombre generoso, encantador, que no tenía secretos, antes de corregirte, te enseñaba. Disfruté mucho de sus clases. Damián Villar tenía otro estilo a la hora de enseñar y Núñez Solé… ¡Murió tan joven! Era muy trabajador, muy innovador, estaba experimentando con nuevos materiales. Venancio se fue pronto fuera, luego estaban Mayoral, Salud Parada… tantos… Es una tierra de escultores, sí.
C.B.: Tu última obra ha sido cuestionada aunque a mí me encanta ese cofrade tuyo.
A.D.: Me pidieron algo que nadie hubiera hecho. Me insistieron en eso: “Hemos visto cofrades de todos los sitios y queremos algo diferente”. Y ahí está. A mí me gusta cuidar las traseras de las estatuas y en esta he cuidado en el estudio hasta la sombra que proyecta con cualquier luz, porque siempre es la de un nazareno y es otra escultura. Tienes que verla por la noche, y fijarte en la peana, que me costó encontrarla. Y el material, el aluminio, que ha venido para quedarse. Llama mucho la atención, es diferente. Es verdad que puede no gustar, anda que no le han dado leña, dicen que estropea la iglesia de San Benito cuando a lo mejor ni se habían fijado al pasar en ella. Las novedades son jodidas porque rompen los esquemas. Si hubiera puesto un cofrade como el de Zamora, porque podía haberlo hecho en placas de bronce, a lo mejor nadie va a verlo. Yo he sido figurativo al cien por cien y ahora juego, con los cubos, o con ese material muy difícil de manejar.
Ch.A.: Me gusta su estructura, pero el material…
A.D.: Dibujo haciendo cajones. Lo llamo “encajonar”, encajono los trazos y veo que tienen movimiento. Hice así un lanzador de jabalina con cubos que mi cuñado, que participó en unas Olimpiadas, me dijo que reflejaba perfectamente el movimiento… Tengo también una escultura en Lumbrales de ese estilo. Es decir, que era un trabajo conocido y que hago con poliespán, plastilina y después, metal. Esas piezas necesitan un dominio del dibujo porque tienes que hacer los cortes al milímetro para buscar el movimiento perfecto.
Ch.A.: El escultor deja la obra en la calle, a la intemperie de inclemencias y opiniones…
A.D.: Cuando se coloca la estatua no parece que sea mía, no tengo esa conexión con las piezas. Isabel me dice, has pasado por delante de la Santa Teresa y ni la has mirado. Ya no es mía.
Ch.A.: ¿Cómo ves a los artistas jóvenes?
A.D.: Creo que son mejores, pero no por culpa de la facultad, sino porque hay más medios. Con internet sacas lo que te da la gana, nosotros no tuvimos esa suerte. Yo iba a la biblioteca de la Caja de Ahorros para ver libros de reproducciones ¿Qué es lo más difícil? ¿La anatomía? Pues me empapaba de libros y me iba a la Facultad de Medicina, a las clases y prácticas de disección que daba el doctor Santos. Me decían, pídele permiso, que es muy campechano, cómo no te va a dejar, que también dibuja, y allá me iba y si no podía llevar el carboncillo iba con mi boli BIC de punta fina.
C.B.: Te buscabas la vida. ¿Qué pasó después?
A.D.: Acabé mis estudios y necesitaba trabajar. En Madrid fui ilustrador, pero pronto entré en la Diputación para hacer cartelería, diseño… Acabamos en Actividades Culturales Aníbal Lozano, José Antonio Paso, gente muy válida, mucho. Vivimos una época de mucho teatro, de mucho trabajo.
Ch.A.: ¿Qué se siente como autor del cartel?
A.D.: Lo he hecho con mucho cariño. Me han dicho “Nunca nadie ha hecho esto, reflejar exactamente la talla”. Es la fiesta de la Virgen de la Vega, representa una identidad, la he puesto en primer plano dándole protagonismo absoluto. En el de San Juan de Sahagún di protagonismo al toro, a los milagros, al color. Me ha gustado hacerlos tanto como el cofrade, y me he negado a cobrar el trabajo.
C.B.: ¿Es un reconocimiento por parte de la ciudad al artista total?
A.D.: La gente del medio me conoce. Yo disfruto con lo que hago: restauración, escultura, dibujo, pintura. Soy artista, el creativo no elige ningún material. Me identifico con el grabado porque es mi formación, pero pinto, experimento… porque la base es el dibujo. Tengo facilidad y se puede aplicar a todo: cartelería, diseño, grafía, escenografía, y eso permitió mi trabajo en la Diputación. Luego, en el estudio, todo es libertad.