Contemplo con la luna en tu cielo,
el modo en que te alejas de mi centro
abierto a tu espacio y tu tiempo,
callado en el silencio de la espera.
Te veo al retirarte de mi vista,
allá donde la sombra se reclina
al lado del perímetro caído,
en algo que carece de ausencia.
No tengo adónde ir si no es contigo,
surcando de las horas el oleaje
con toda la nostalgia de encontrarte,
ahí en la esquina de la tierra.
Carece mi camino de sendero,
si tiene por su sino el extravío
dejado de la mano de tu hado,
paciente, resignado, malherido.
Tan solo, distraído, pensativo,
el mundo mi semblante lo contempla
sin ver en el silencio tu palabra,
guardada en mi oído con su música.
El sol con su ocaso, con su aurora,
la luna en la bóveda celeste
imita con su curso sin sentido,
el mío mancillado por no verte.
La piedra de los astros no se mueve,
según ningún designio inescrutable
que escape del misterio de la lágrima,
clavada en el llanto de mi pómulo.
Mas no me moveré de este instante,
ni nunca dejaré de invocarte
así de este modo invisible,
haciendo de tu alma mi desvelo.
Yo sé que llegarás a esta luna,
suspensa en la altura de su agua
inmensa como algo incontenible,
aquí en el mañana redimido.