En estas fábricas se han creado condiciones de esclavitud moderna: los trabajadores, que son principalmente mujeres y niños, se ven obligados a trabajar hasta 12 horas diarias a cambio de salarios muy bajos, sufriendo constantemente violencias y amenazas. Sus derechos humanos y laborales no están reconocidos.
Camilla Cardini
Defensora de los Derechos Humanos
Los occidentales, absortos en una mentalidad cada vez más consumista, no nos damos cuenta de lo que hay realmente detrás de todo lo que consumimos. La ropa que usamos a diario y que compramos para seguir la moda más que por necesidad, procede en la mayoría de los casos de países pobres de Asia, como Bangladesh, Camboya y Vietnam. Nunca se nos muestra la realidad que hay detrás de la producción de la ropa que compramos a precios demasiado bajos, pero es importante conocerla para entender qué está mal y qué podemos hacer para cambiar las cosas.
El fast fashion o moda rápida, es decir, la industria de la confección que fabrica ropa de baja calidad a precios reducidos y lanza continuamente nuevas colecciones, empezó a extenderse y globalizarse en la década de 2000. Las marcas occidentales empezaron a trasladar la producción a países pobres, donde los costes laborales y de producción son mucho más bajos. En los últimos 15 años la producción en este sector se ha duplicado, y se estima que seguirá creciendo muy rápidamente en los próximos años.
En estas fábricas se han creado condiciones de esclavitud moderna: los trabajadores, que son principalmente mujeres y niños, se ven obligados a trabajar hasta 12 horas diarias a cambio de salarios muy bajos, sufriendo constantemente violencias y amenazas. Sus derechos humanos y laborales no están reconocidos. Sin embargo, estas personas no pueden renunciar a su trabajo sin más. A pesar de las terribles condiciones y los bajísimos salarios, estos trabajos son su único medio de vida, la única forma que tienen de comer y alimentar a sus familias. En muchos casos, incluso los niños se ven obligados a trabajar en las fábricas para ayudar a sus familias, teniendo que abandonar la escuela sin perspectivas de volver.
Unos precios tan bajos sólo pueden garantizarse mediante la explotación de otras personas, así como mediante el uso de materiales de baja calidad y agentes químicos nocivos tanto para el medio ambiente como para las personas que trabajan en estrecho contacto con ellos. Las horas de trabajo de estas personas son inhumanas, al igual que las condiciones. Los propietarios y gerentes de las fábricas, para cumplir los plazos de los pedidos de las grandes cadenas occidentales de moda rápida, hacen trabajar a la gente hasta la extenuación. Muchas mujeres y niñas contaron que trabajan tanto que les sangraron las manos. Todavía, a pesar de la sangre y el cansancio, no pueden parar. Si lo intentan o si intentan quejarse son golpeadas e insultadas brutalmente.
Según un informe de Oxfam, confederación internacional que lucha contra la pobreza y el hambre en el mundo, en Bangladesh el 100% de los trabajadores gana un salario mínimo insuficiente para alimentarse a sí mismos y a sus familias. Por otro lado, las grandes marcas de ropa siguen obteniendo ganancias mayores año tras año. La responsabilidad de esta explotación recae principalmente en las grandes cadenas occidentales. Ellas eligen proveedores que se comprometen a cumplir los pedidos lo más rápidamente posible y al precio más bajo. Esto coloca a los proveedores en una posición en la que les resulta imposible proporcionar a los trabajadores salarios adecuados y decorosos, ya que, si intentaran aumentar los salarios, los costes de producción aumentarían y la producción se externalizaría a otra fábrica capaz de garantizar costes más bajos. Siempre según el informe de Oxfam, si se diera a los trabajadores un salario considerado de subsistencia, el coste final de una prenda sólo aumentaría un 1%. Por tanto, es responsabilidad de los propietarios de las grandes marcas asegurarse de que el precio pagado a los proveedores es suficiente para poder garantizar un salario mínimo a los trabajadores.
Aunque gran parte de la responsabilidad de esta esclavitud moderna recae en las grandes industrias que buscan maximizar sus beneficios, el consumidor también tiene su parte. Hoy en día, la mayoría de los habitantes de los países ricos de Occidente ya no compran ropa por necesidad. Ir de compras se ha convertido en un pasatiempo, una forma de seguir las tendencias y, a veces, una «terapia» para sentirse mejor. Esto es posible gracias al bajo coste de la ropa y a la continua renovación, con nuevas colecciones que salen a la venta muy rápidamente. Así, las compras se realizan sin pensar, sin razonar si una determinada prenda nos servirá realmente o no, y se hacen con mucha frecuencia y rapidez, debido a la creciente presión por seguir las últimas tendencias. Además, con esta renovación constante del armario, la gente tiende a desechar las prendas que ha comprado, aunque no estén gastadas. La mayor parte de la ropa de que la gente se deshace acaba en enormes vertederos de ropa, como el que se encuentra en el desierto de Atacama, en Chile.
La moda rápida es nociva para el medio ambiente y para las personas, pero esta faceta se oculta a los consumidores. Si hubiera más información y concienciación sobre el tema, probablemente la gente se lo pensaría dos veces antes de comprar una prenda más. Si la gente supiera que detrás de esos vaqueros que se venden por sólo 20 euros hay una niña que trabaja hasta sangrar y que no puede parar a descansar porque si no se arriesga a que le peguen, quizá empezaríamos a darnos cuenta de que la moda y esa ficticia necesidad de comprar constantemente ropa nueva no merecen la vida de otras personas.