“Que maravilloso es que nadie necesita esperar un solo momento antes de comenzar a mejorar el mundo” (Anna Frank).
Eugénie Harvey, australiana, emprendió un propósito, guiada por aquella consigna: pequeñas acciones multiplicadas por mucha gente, producen grandes cambios. Conoció al activista social David Robinson, que estaba empeñado en comprometer a gente común en proyectos que mejoraran el mundo empezando por el lugar en el que transcurre la vida cotidiana, y juntos crearon un movimiento llamado We Are What We Do (Somos lo que hacemos). Los inspira una frase de Gandhi: “Sé tú el cambio que quieres para el mundo”.
Según Eugénie la primera reacción de las personas ante la propuesta suele ser: “Es muy poco lo que yo puedo hacer”. Todos ocupamos un lugar en el mundo, sin excepción y todos somos importantes. El mundo mejora o empeora desde nosotros, desde nuestras actitudes. Muchos piensan actuar cuando cambien las cosas, cuando lo que hay que hacer es actuar mejor para que las cosas cambien.
Hace unos años Harvey y Robinson publicaron un libro en el que seleccionaron 50 pequeñas acciones para mejorar el mundo. Fue una selección de las propuestas con las que gente común respondió a la pregunta “¿Qué harías para mejorar tu vida y la de los demás?”. Allí se leen cosas como estas: “sonreí y devolví las sonrisas”; “pasé un rato con alguien de otra generación”; “cedí el paso al menos a un coche en cada viaje”; “apagué las luces innecesarias”; “planté algo con un niño”; “¡abracé a alguien cada día”. Estas pequeñas acciones, multiplicadas por mucha gente, dan como resultado grandes cambios.
Muchos, ante la situación del mundo actual, se les encoge el alma. Es cierto que hay cifras que nos hablan de una gran injusticia social: hambre, guerras, crisis... Stalin decía que “la muerte de un hombre es una tragedia, mientras que la de millones es sólo estadística”. Y Teresa de Calcuta, en las antípodas morales del tirano comunista, expresaba una idea parecida cuando afirmaba que “si miro a las masas, no haré nada, pero actuaré si me fijo en un ser humano”. Es quizás lo que tenemos que hacer, que toda esa masa la acojamos como seres humanos que nos salpican de cerca.
Santa Teresa de Jesús abre el libro de Camino de perfección con esta consigna: “determiné hacer eso poquito que yo puedo”. Su mirada ha captado el mal que es la guerra, la desigualdad y la división entre creyentes y se aflige pensando cómo puede ella ayudar a que esos “grandes males” desaparezcan. Lo primero que ve es que estos males le sobrepasan y que necesitaría mil vidas y la ayuda de muchas otras personas que además fueran cualificadas e incluso poderosas. En su caso Teresa se inclina por amarse más unos a otros, compartir lo que se tiene, especialmente el tiempo y la vida, y servir a los demás en sus necesidades.
Existe mucha gente mala, pero también hay mucha más gente buena, bondadosa y misericordiosa, pero para poder verlas hay que tener unos ojos claros y limpios, porque, desgraciadamente. Hay mucha gente buena, sencilla, pero que cada día hacen obras de caridad insignificantes como visitar a los enfermos, ayudar a los ancianos, dar de comer a los que están impedidos, que sonríen a aquellos que se tropiezan con ellos. Conocer de cerca tantos casos concretos, nos ayuda a creer en el ser humano porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?