OPINIóN
Actualizado 26/08/2023 09:05:31
Julio Fernández

Según cuentan los historiadores, Julio César, político y militar romano, llegó con sus tropas al río Rubicón, que era el límite entre la Galia e Italia, cruzándolo y existía, por entonces, una ley Romana que establecía que ningún gobernador provincial podía atravesarlo al frente de sus tropas, so pena de ser declarado enemigo público. Como sabemos, esa conducta generó una guerra civil que acabó con la República, creándose el Imperio. Es más, Julio César iba a ser juzgado por corrupción –ya que de sus conquistas en Germania o Britania había conseguido una fortuna incalculable- y consciente de la situación al cruzar el Rubicón pronunció aquélla famosa frase de “alea iacta est”, es decir, “la suerte está echada”.

Feijóo, representante de un partido, el PP, que lleva años transmitiendo a sus electores que quiere ser presidente del gobierno para “acabar con el Sanchismo”, es decir, para derogar las políticas de avance y progreso dictadas por este Ejecutivo: subidas del SMI, incremento de las pensiones y salarios de empleados públicos, descenso del desempleo producto de la reforma laboral, ERTES y ayudas a las familias como consecuencia de la pandemia por el COVID-19 o por la guerra de Ucrania y que, como toda la derecha reaccionaria, acusa a Sánchez de aliarse con terroristas, independentistas y golpistas –ya que así califican a los parlamentarios de formaciones políticas como Bildu, Esquerra Republicana, PNV o Junts-, ahora reivindica su derecho a pactar con estas formaciones para que le apoyen en su hipotética investidura a la presidencia del gobierno.

Pero la desfachatez de Feijóo y su esquizofrenia política no se detienen ahí, sino que producto de su incapacidad y su frustración por los resultados electorales del 23J, va aún más lejos, porque está intentando que diputados socialistas traicionen a su formación y a sus electores, que renuncien a sus principios y que le apoyen en la investidura. Se une así Feijóo a la más tétrica historia política del PP: la de Esperanza Aguirre, que promovió el “Tamayazo” en Madrid que impidió que la izquierda pudiera gobernar la comunidad de Madrid en la legislatura 2003-2007 o la de Casado, que hizo cambiar el voto a los dos diputados de UPN en la votación para la aprobación de la Reforma Laboral. Y todas estas oscuras actuaciones con el apoyo (por omisión) de los sectores conservadores de la magistratura, que mantienen el gobierno del Poder Judicial y que suelen archivar denuncias por corrupción contra líderes políticos del PP, como fue el caso de Dolores de Cospedal, por su más que probable participación en el caso de corrupción de la Kitchen, a quién, a pesar de que los audios con el ex comisario Villarejo parecen incriminarla, la justicia española la considera inocente.

Estas conductas son una clara desviación de lo que debe ser la verdadera función política, que no es otra que la de trabajar por la consecución del bien común, el progreso de los ciudadanos, la justicia social, la libertad, la igualdad, la solidaridad y la tolerancia. Y como cualquier desviación de la deontología, en este caso política, deberían ser consideradas conductas punibles y ser castigadas. No obstante, aunque en la trastienda de estas deplorables conductas pueda haber prebendas (conducta que sí sería punible), es más difícil su prueba y, en consecuencia, que puedan ser consideradas delictivas y castigarse por ello. En cualquier caso, son éticamente reprochables y la ciudadanía debería tomar nota para castigarlas en próximas confrontaciones electorales. Pero comprobamos que no es así y, a pesar del “Tamayazo”, el PP ha seguido mandando en Madrid, haciendo lo que le da la gana y sin límites, desde 2003 hasta la fecha.

Los antecedentes analizados prueban, con evidencias muy claras, que el PP está dispuesto a todo con tal de llegar al poder. No tienen un proyecto político ni una idea de sociedad compatible con un Estado Social y Democrático de Derecho y quieren imponer, a toda costa, sus principios. El ejemplo más claro está en su “esquizofrénico” discurso de que gobierne la lista más votada, pero siempre que les convenga a ellos, porque, de lo contrario, utilizan otros principios, al estilo de Groucho Marx. Incluso –y eso es aún más grave- utilizan ambos principios simultáneamente en el tiempo. Es decir, en las últimas elecciones locales, autonómicas y generales, utilizan el principio que más le interesa, porque mientras para cientos de ayuntamientos y algunas comunidades autónomas donde no han ganado las elecciones, admiten dirigir coaliciones de gobierno para quitárselos a la lista más votada, que ha sido la del PSOE. A la vez que reivindican gobernar en Extremadura con Vox sin ser la lista más votada , también reivindican gobernar en el Estado, porque ahí son la lista más votada. En Extremadura no admiten que diputados del PP dieran el apoyo a Fernández Vara (candidato socialista), pero en el Congreso de los Diputados sí ven factible que diputados del PSOE puedan investir a Feijóo como presidente del gobierno. Son paradojas demoníacas.

Y, para que todos los ciudadanos lo tengan en cuenta, Feijóo quiere ir a la investidura de la mano de Vox. No sólo quieren gobernar en varias zonas territoriales del Estado, censurando la libertad de expresión literaria y artística, como ya han hecho, sino que quieren derogar la legislación de violencia machista, la de memoria democrática y, recordemos, no han condenado las execrables conductas machistas del aún presidente de la FEF Rubiales. Con esos sectores ideológicos, casposos y reaccionarios, va de la mano el PP de Feijóo. En realidad, tanto PP como Vox, son partidos que nacen del mismo tronco y sustancialmente participan de la misma ideología política.

Feijóo ha cruzado el Rubicón, también lo sabe, aunque quizá para él es la ´única opción que tiene por sobrevivir si le sale bien la jugada. Es una situación complicada de la que es difícil dar marcha atrás. Las consecuencias las veremos próximamente y si fracasa –como todo parece apuntar- me temo -parafraseando a Ortega y Gasset cuando predijo el destino de España cuando murió Unamuno, en plena Guerra Civil- “que padezca Feijóo una era de atroz silencio”.

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