OPINIóN
Actualizado 14/08/2023 11:13:34
Charo Alonso

Trazan las vías la geometría del tren y por encima, las catenarias surcan el cielo con su tiralíneas de plata donde se posan las tórtolas americanas, las palomas de grisura urbana. Alrededor de las vías hay una tierra de nadie por donde pasean los perros arrastrando a los amos madrugadores, persiguiendo a los gatos que anidan en los arbustos que acaban en el suave terraplén donde nace el asfalto de nuevo, la baldosa de las junturas por las que escapan las hierbas tenaces. Alrededor del tren siempre hay una tierra de nadie, un espacio entre paréntesis donde reina cierto abandono, la anarquía de los charcos cuando llueve y de los animales que corren a despecho de la cercana avenida de los coches. Y es ahí donde este hombre mayor ha hecho su nido.

En mi diario peregrinar de calle le veo acarrear dos garrafas de agua que subir a la pequeña cuesta de su rincón ganado a la desidia urbana. Una esquina de árbol traído por los pájaros que también me regalan a mí, en el patio de mi casa, el esqueje de una morera, la semilla de arbusto salvaje. Es el rinconcito donde ha sembrado, amorosa, demoradamente, un huertito de plásticos rodeado, un rincón para su descanso laborioso. Y allí reina, sentado en una silla traída de no sé qué vertedero, viendo pasar los trenes que hacen temblar el puente, los coches que no cesan, los peatones que ya ni miran. Es un hombre anciano y enjuto, vestido aún con la camisa de manga larga, el pantalón de pinzas que no conoce de estaciones. Es un anciano traído del pueblo con sus hechuras de labrador, sus conocimientos de surco y de semilla, su fuerza para subir la pequeña cuesta cargado del agua con la que riega, gota a gota, el diminuto sitio de su recreo.

El otro día, junto a las vías, junto a su rincón esforzado, vi una excavadora tremenda en su quietud amarilla de fiera dentada. Quién sabe qué destino tendrá este lugar de paseo para los dueños de perros, para los gatos de la calle, para el jardinero de la esquina. Sería bonito cuidar esta tira de tierra junto a las traviesas, este fresno grande que seguro, nació solo… y sin embargo, me preocupa que adecentar este terraplén abandonado se lleve consigo el esfuerzo de mi denodado jardinero, de mi hortelano laborioso que gota a gota ha sembrado su locus amoenus. Y mientras sube, poco a poco, las garrafas de agua que recoge en la fuente para solaz de los perros, me pregunto cómo la ciudad consigue habitar el rincón del que todo nace. La voluntad incansable de la vida, la semilla feroz de un hombre que siembra en el baldío su posesión de nadie, tierra estremecida al paso del tren, recuerdo del pueblo perdido en la ciudad provinciana.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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