El soplo del amor continúa entrando por la ventana esparciéndolo todo y dejándolo todo hecho un caos.
Muchas veces he hablado sobre la conformación de la esfera de la persona. La literatura, hemos dicho, contribuye con sus letras y su nada detrás de las letras a la creación de esa identidad señalada aquí como esfera. Entre los libros más icónicos (diciendo por icónico inolvidable) cuento con los dedos de la mano el de la Creación y difusión de «El baladro del Sabio Merlín» (Burgos, 1498), debido a la pluma de Pedro Cátedra García y Jesús Rodríguez Velasco. El volumen lo leí al menos un par de veces y media.
Si bien en este momento no recuerdo nada del libro, la suma de las impresiones dejada cuando lo leí no desaparece de mi recuerdo intacto. Me encontraba en Salamanca en ese entonces. Vivía no lejos de la terminal de autobuses. Tal vez lo leí y releí en otoño o invierno. Sus lecturas me arrojaban no tanto el contenido de las páginas cuanto las imágenes de los investigadores de su autoría.
De Pedro Cátedra García no diré nada aquí, debido a la imposibilidad de decir nada de alguien a quien se le debe casi todo en la vida como complemento de la formación ofrecida en casa por unos padres responsables. Hace unas semanas escribí un apunte sobre su invaluable nombramiento en la Real Academia Española. De otro lado, en cuanto al profesor Jesús Rodríguez Velasco sí puedo decir algo en estos renglones.
Cuando lo conocí en Salamanca asistí a una conferencia suya titulada Plebeyos márgenes. Ficción, industria del derecho y ciencia literaria (siglos XIII-XIV), en la Facultad de Filología del Palacio de Anaya. Más tarde, leyendo artículos suyos, corroboré una impresión inicial. El imperio de su sabiduría se asienta en una base donde el sentido del humor y el sentido común ofrecen un sustento inquebrantable. Él sabe moverse por el mundo, o sea, ha sabido desplazarse por Salamanca, Columbia, Yale, con un grano de sal en el gusto de su modo de cocinar las cosas fuera y dentro de las letras y de otras artes como la fotografía y el motociclismo.
Si esto decimos del discípulo, miren cuántas cosas más, o cuántas cosas de qué tamaño podríamos decir de su maestro, Pedro Cátedra. Cuando leía la Creación y difusión de «El baladro del Sabio Merlín» primero, y después los Plebeyos márgenes. Ficción, industria del derecho y ciencia literaria (siglos XIII-XIV), miraba con los ojos del espíritu la bio-bibliografía de sus autores, y no dejaba de aspirar a ese ejemplo en aquellos tiempos del flaco e inconstante modo de ser de mi carne de doctorando con unas piernas sin firmeza para sostenerse en el mundo.
Hoy, muchos años después, con tres años de vida en China y Dios mediante otros tantos años más ahora no en Suzhou sino en Nanjing, en la misma área del Jiangnan, al este del país asiático, sigo recordando esos días en Salamanca cuando me dedicaba solamente a leer y emplazar hasta una fecha incierta la escritura de mi tesis. Ese cuidado en la estética de la vida y la obra literarias hoy por hoy podría referirlo en relación con las publicaciones de la Universidad de Lleida en su colección Versos, del Aula de Poesía Jordi Jové, con el trabajo editorial de los espíritus letraheridos Julián Acebrón y Amat Varó.
En Suzhou tuve la ocasión de conocer al profesor Acebrón y su compañero de docencia en la Universidad de Lleida Javier Terrado. Estábamos en unos actos de cooperación internacional entre su universidad y Soochow University. Julián Acebrón ofreció una conferencia titulada Barcelona, capital cultural de la literatura, o algo así. La cosa de las letras en España la llevó al campo catalán, naturalmente. Todas y todos los estudiantes atendieron su ponencia con una atención prístina y un esmero deleitable.
Las ediciones del Aula de Poesía Jordi Jové siempre me han hecho recordar el cuidado y el amor impoluto por las letras demostrado por la gente de Salamanca. En el deporte, la cualidad de los hechos comprometidos y llevados a su cumplimiento con un tesón de tal magnitud recibe el nombre de pasión. Un ímpetu inasible se apodera del estado de ánimo y mueve a la persona a empuñar con convicción y sin dudas los instrumentos de su quehacer. Y la pasión cuando va emparejada con una actitud humilde en devoción por la empatía con el prójimo y la búsqueda de la justicia para las personas menos favorecidas no puede no brillar con un destello similar al de las estrellas más grandes de la inabarcable con las manos bóveda celeste.
La literatura sí cumple la función de formar a las personas. Las personas leídas pueden tener al alcance de las uñas la opción de recoger el bien, si bien este bien por partes iguales se encuentra ahí donde mujeres, niños u hombres optan por crecer como seres humanos simplemente eligiendo el sacrificado sendero inmaterial de lo bueno, verdadero y bello, aun sin ninguna literatura de por medio. Mil veces elegiría la austeridad evangélica de una habitación sencilla a la opulencia fingida de un espacio donde no se encuentre la luminosidad de la noche oscura de un San Juan de la Cruz componiendo su poesía. Mi Baladro del Sabio Merlín y mis Plebeyos márgenes los sigo llevando impresos en los pliegos sueltos del alma donde el soplo del amor continúa entrando por la ventana esparciéndolo todo y dejándolo todo hecho un caos.