OPINIóN
Actualizado 31/07/2023 08:44:15
Francisco López Celador

Alguien sin demasiadas ambiciones sociales puede albergar alguna duda a la hora de contestar a esa pregunta. El Jefe del Estado, el presidente del Gobierno, los jueces, los militares, la banca, los sindicatos, … hasta la Iglesia, responderá alguno Hay partidarios de todos los colores. Los más entendidos suelen decir que el poder radica en el pueblo, al menos eso dice nuestra Constitución en su artículo 1.2.

Los resultados del 23-J acaban de dibujar un escenario bastante complicado. Salvo sorpresas de última hora, todo indica que nos espera el Gobierno Frankenstein 2, o nuevas elecciones. Una tercera posibilidad, gobierno conservador a cargo de PP y VOX, es inviable por decisión de ambos partidos. Antes de las elecciones, porque ninguno de los dos decidió moverse un milímetro de sus posiciones; y después, porque la cosecha de votos ha sido menor de lo esperado y, aunque quisieran unir sus escaños, no serán suficientes para alcanzar la mayoría absoluta del Congreso. El ganador de las elecciones no puede formar gobierno porque las matemáticas son muy tercas. Necesita 176 escaños y sólo cuenta con 136. Si fuera posible la coalición con VOX, esos 33 escaños seguirían siendo insuficientes. Para evitar complicaciones, los partidos más próximos al programa liberal-conservador -Junts y PNV- suficientes para alcanzar la mayoría-, dejando constancia de su rechazo y de su condición de nacionalistas, ya se han adelantado para asegurar su negativa a tal apoyo.

Conocida el ansia de poder de Sánchez, es fácil concluir que la hipótesis más probable será la prórroga por otros cuatro años para él y su sanchismo ¿A costa de qué? Esa es la pregunta clave. Si estuviéramos hablando de cualquiera de las democracias occidentales, no existirían tantos reparos. Tenemos ejemplos de gobiernos de coalición, de extracción bien distinta, con aspiraciones también distintas, que son conscientes de su primera obligación: velar por el bienestar y el desarrollo de sus respectivos países, cuidando siempre la esencia de su historia, tradición y legislación. Todo ello sin perjuicio de acomodarse en el bloque más afín para cooperar en la globalización que exige el momento.

La experiencia de la última legislatura nos demuestra que cualquier parecido entre las proclamas de Sánchez nada tienen que ver con sus verdaderas resoluciones. Ha pasado por encima de sus promesas, o ha sacado conejos de su chistera, a base de dejar la granja con una montaña de deudas. Con millón y medio de votos, Bildu, PNV, Junts, ERC y BNG tienen en su mano el bastón de mando. Todos ellos nacionalistas e independentistas –no se esconden a la hora de manifestarlo-, han demostrado su habilidad a la hora de apoyar a cualquier gobierno central. Al contrario que otras formaciones, no exigen sillones. Aunque sólo cambian una letra, exigen algo muy distinto: millones. He ahí la respuesta a la pregunta que encabeza este comentario.

Como auténticos globos/sonda, están circulando cifras y concesiones para quitar el sueño a cualquier español orgulloso de serlo. Si añadimos la facilidad con que se baja Sánchez los pantalones, hay que ponerse en lo peor. Los últimos recuentos de votos confirman la inquietud de Sánchez: todos los partidos, excepto PP y VPX, deben votar afirmativamente a la hora de su proclamación. Ya no basta con la abstención de alguno. Como buitres ante la carnaza, más de uno se está relamiendo. Ya nadie se empeña en hablar de más Km. de AVE y de autovías, de su propios aeropuerto y universidad, de abrir o cerrar el grifo en los trasvases de ríos. Nada de eso. Ahora, de entrada, hay que hablar de independencia –con todas las letras-, de indultos para todos, de amnistías para el resto y, como guinda del pastel, una legislación que deje descafeinados todos los delitos que sean achacables a ensoñaciones independentistas. En el peor de los casos, si no fuera posible, barra libre para celebrar referéndum de autodeterminación –con distinta letra, pero con igual música-, nada de Fuerzas Armadas ni de Seguridad, control de puertos, aeropuertos, Justicia, Educación, Sanidad, etc… y, por si acaso, fondos suficientes para sufragar todos los gastos. Es decir, ser okupas de buena parte del territorio español, sin pagar ningún alquiler y recibiendo los subsidios necesarios para vivir mejor que los dueños.

Conociendo a Sánchez, que nadie espere algún momento de arrepentimiento a la hora de sopesar los claros chantajes a que va a ser sometido. No los ha tenido hasta hoy y, visto el recuento de votos, tampoco ha observado una clara muestra de rechazo a sus políticas. Superada la amenaza de una hipotética mayoría de la derecha, Sánchez piensa que no existe ningún escenario que no pueda superarse a base de dinero, prebendas y dentelladas a la Constitución. La oposición interna, hasta ahora, ha estado amordazada o ninguneada. Buena parte del andamiaje de la Justicia ha sido montado por el nuevo progresismo; los medios de comunicación y buena parte de las rede sociales están al servicio de Sánchez; los sindicatos sólo ven por el ojo izquierdo y el mundo de la cultura ya tiene la ceja desencajada. Por ese lado, tranquilidad.

En el exterior, la cosa no está tan tranquila. La Unión Europea ha convertido Bruselas en la nueva torre de Babel, donde pululan funcionarios de todos los colores, dispuestos a dorar la píldora a cualquier interlocutor, pero decididos a defender con uñas y dientes los propios intereses. El altruismo y la filantropía han sido sustituidos por la sagacidad, el egoísmo, cuando no, por la envidia. Cada comunitario que acude a Bruselas para “hablar de lo suyo” nunca recibirá una mala palabra, y pocas veces una justa solución.

Sánchez, a pesar de su exagerada pedantería, ha quedado retratado por sus hechos. Lo que hoy impera en Bruselas, comenzó siendo un Mercado Común y, con otro nombre, sigue siendo un organismo más mercantil que político. Todo el mundo conoce su “fórmula mágica” para seguir aferrado al poder: aumentar el gasto a base de subir los impuestos y emplear los fondos europeos para fines no siempre adecuados, convirtiendo a España en el miembro con mayor deuda de toda la UE. Ningún gobernante equilibrado hipoteca el futuro de sus conciudadanos si puede suprimir gastos superfluos.

Para llegar a la actual situación, ha contado con los apoyos necesarios. No cambiará de un día para otro. No ha dudado a la hora de repartir los fondos de forma extraña –casualmente, favoreciendo a entidades afines-, ni ha tenido remordimientos para colocar muy tupidos velos delante de actuaciones condenadas por la Justicia. Ahora hay que esperar mayores atropellos. Ya conoce las ¡hojas de ruta” que le han marcado independentistas y “fiadores” de condenados por terrorismo o por pretender sortear la Constitución. No dejan lugar a dudas. Todo lo que piden rebasa las leyes, pero asistiremos a maniobras de distracción tendentes a enmascarar las posibles prevaricaciones.

Todo ello será conocido en el exterior y, por supuesto, censurado por los organismos sensatos. Consecuencia directa: desconfianza en un gobierno con tales hechuras. La inversión, que no es ciega, también toma nota. Por muchas capas de pintura que nos den, seguiremos viviendo la época de las vacas flacas.

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