Cada mujer que muere a manos de su novio, pareja o marido, es, lamentablemente, una cifra maldita.
Una historia de tantas
Se llamaba Carla y tenía 27 años, trabajaba de recepcionista en un hotel de Girona, el martes salió de su trabajo y el miércoles no pudo volver: su exnovio, porque no quería reanudar una relación ya rota, la convirtió en la víctima número 8 del mes en Cataluña, el 30 del año en España y el 1214 desde 2003. Y en unos días, en unas horas o quizá en este mismo momento, deje de ser la última víctima desgraciadamente.
No existen vacunas milagrosas
El Gobierno, como todos los gobiernos anteriores, aprueba leyes, no escatima ayudas económicas, habilita servicios de atención especializados, pone en marcha campañas de orientación, de apoyo y de información, pero no consigue acabar con esta lacra. Y no se trata de que lo haga bien, o de que lo haga mal, se trata de que no hay vacunas milagrosas para acabar con el machismo de siglos.
Volver hacia atrás ya es imposible
Durante siglos fueron los hombres los que tenían licencia para serles infieles a las mujeres y disponer de ellas a la carta; las mujeres tenían que aguantar desprecios, humillaciones, palizas y lo que no está escrito porque no se les permitía ni saber escribir. Solo tenían derecho a aguantar sin quejarse. Pero eso pasó a la historia afortunadamente, hoy las mujeres hemos dicho ¿basta ya! Y la igualdad entre géneros es algo imparable. Pero ¿cuántas mujeres tienen que morir asesinadas para que estos “machotes” lo entiendan de una vez?
A una preocupación hay que añadirle otra
Lo más preocupante ya no es solamente que los asesinos de mujeres sean hombres de cierta edad, de pocos recursos económicos, de bajo nivel cultural o extranjeros, como solía creerse hasta no hace tanto, es, por añadidura, que cada vez son más los jóvenes que controlan a sus simplemente amigas, que les registran el bolso, que les manipulan el móvil, y en el peor de los casos se incorporan a este ejército de matones. El exnovio de Carla, por ejemplo, tiene 29 años, sabe leer y escribir, también que matar está prohibido y que a las mujeres se las gana con respeto, no con miedo, con amenazas, por lo que seguramente ella se había cambiado de casa. Y conseguimos frenar esto a tiempo entre todos, o volveremos a ver a nuestras jóvenes acompañadas de aquellas carabinas que ni nosotras conocimos, pero no para salvarles el alma impidiendo que pequen contra el Sexto Mandamiento, sino para protegerlas, para salvarles la vida, para impedir que acaben sumando malditas cifras a la lista de asesinatos.