Lejana como un bote evangélico de esos mar adentro donde ocurre en lo oscuro el encuentro con la nada del vacío de todo lo inefable e inasible, vemos a la distancia esta pieza de escritura a sus anchas con el gozo de lo único.
Ha sido un tema recurrente en los estudios de la filosofía del lenguaje el modo cómo acierta o desacierta la lengua a capturar entre sus palabras la realidad del referente. Sobre esto, en relación con la pintura, las Cuevas de Altamira al parecer también han dado tela qué cortar en cuanto al significado humano del referente de los bisontes en las rocas del espacio interior. El debate puede abrirse en un abanico desplegado desde la idea de un encantamiento o un ritual mágico hasta una mera concepción material de los hechos donde la praxis del lenguaje no va más allá de una mera relación casual e inmotivada entre lo acuñado por la lingüística como significante y significado, o sea, entre la palabra y la cosa.
En general, yo veo el planteamiento como un aspecto fundamental en la concepción del significado del ser y estar en la vida aquí en el planeta Tierra. La construcción del significado de la experiencia vital depende de esos recursos de la expresión humana. Ciertamente, en otras dimensiones, según lo han dicho personas versadas en el uso de las así llamadas plantas medicinales, existe un conocimiento silencioso uniendo todas y cada una de las partes entre sí en un entramado de correspondencias semánticas indiscutibles. En un viaje reciente en una cadena de transportes públicos mexicanos escuché al pasajero detrás hablar sobre algo de una conversación sostenida con un árbol. A esos niveles distintos del plano de la realidad ordinaria al parecer también existen procesos comunicativos inapelables. Casi podríamos mencionar aquí cómo nuestras mascotas nos entienden. Seguramente, hay más ejemplos al respecto.
Pero a nosotras y nosotros no nos interesa por ahora esta suerte de comunicación alternativa en el orden de lo místico o espiritual. No tenemos interés, al menos por el momento, en aterrizar nuestro vuelo en esta pista situada en algún lugar de una isla remota ubicada en el mapa en medio de una constelación de animales fantásticos. Hablamos de una manera más sencilla, en cambio, sobre el papel de las palabras en relación con la realidad situada más allá del cuaderno donde las escribimos. La expresión verbal no sabemos si antecede la creación del fragmento de vida enunciada o si solo resulta una consecuencia de lo anterior. La poesía, en este encadenamiento de situaciones, la veo como una materialización sonora o visual de algo imposible de reproducir de ninguna manera ajena a su esencia inasible hecha de una sustancia irrepetible. Yo en más de una ocasión y media me he planteado si resulta posible escribir de una manera distinta a la del puro ritmo cordial nacido de la resonancia del corazón en el impulso lírico de la narrativa o la poesía. Encuentro esta cosa de las letras similar al amasijo de una obra donde los significados se reflejan en el eco o el silencio de una dimensión distinta a la de la materia donde caen las grafías con su tinta como gotas de agua amables. Así de esta suerte su conjuro de lo ausente las motiva a inclinarse de forma reverente y sencilla sobre la ausencia de su causa.
Lejana como un bote evangélico de esos mar adentro donde ocurre en lo oscuro el encuentro con la nada del vacío de todo lo inefable e inasible, vemos a la distancia esta pieza de escritura a sus anchas con el gozo de lo único. Ya nadie aparece con su máscara llamada personaje en el teatro de los sueños. El ruido ha quedado olvidado con las olas más cercanas a la playa, hundido y sumergido en esa brevedad a su tamaño. El mundo a la vista ahí en esa lejanía ofrece un aspecto distinto y renovado. La sed de la clausura en el pecado se extingue y surge de su fuente de abundancia un licor o un agua ajustada al sabor de lo abundante en su modo de alegría. Nacen de la aurora en la ventana allá en el horizonte de los ojos unas realidades más cercanas a las muestras de todo lo sencillo y benigno aquí en esta tierra donde obramos con las manos del trabajo una huerta espiritual en el adentro.
Tan solo con el ala de lo escrito en estas horas oscuras de mi día, medito en el silencio el objeto de la lengua. Encuentro en su modo de nombrar la realidad una sentencia breve de cómo con las manos las cosas de la vida las podemos abarcar. La piedra en esta roca de sus letras su peso y su número dispone a la medida de su esencia. La mesa con la silla lo mismo consideran. El lápiz y la pluma. El bolígrafo. El rumbo del destino cuando parte a su sino desde el nombre de su hado. La taza y la leche. La naranja. La fruta en ese cuadro vencida por el tiempo acumulado en las horas lentas de esta ensoñación llamada acaso. Acaso la llamada a aquella ensoñación en esa fruta recostada en el tiempo inasible de las horas venidas a menos en el fuego del espíritu.