OPINIóN
Actualizado 26/07/2023 09:07:28
Marcelino García

En el delta del río Níger Shell ha venido vertiendo durante décadas cantidades ingentes de desechos de sus actividades petrolíferas, lo que ha derivado en la contaminación masiva de la tierra, el aire y sobre todo el agua de esta zona.

Jorge de Diego Hurtado

Defensor de Derechos Humanos

Recientemente, una gran investigación periodística puso nombre y apellidos a algunos de los hombres más ricos del mundo, que pasaban generalmente inadvertidos. La obra de Jack Farchy y Javier Blas captó la atención de los lectores al señalar con el dedo a los comerciantes de materias primas, quienes se han lucrado sobre todo de un continente: África.

En El mundo está en venta (2021), se explica cómo las grandes multinacionales aprovechan la debilidad institucional y burocrática de los países africanos para llevar a cabo prácticas irregulares apoyándose en regímenes militares. Una de las empresas que se trata a lo largo de toda la obra es Shell. La archiconocida empresa petrolífera, con sede en Londres, opera desde hace décadas en Nigeria tras una filial, la SPDC, y su historial en el país bañado por el río Níger es de sangre, sobornos y contaminación.

La incursión de esta empresa petrolera en Nigeria comenzó en el año 1937, y desde entonces ha logrado una posición muy fuerte en el sector. Para poner de relieve la relevancia del país en este sector podemos ver los datos de España, que tras el declive en las relaciones con Argelia optó por buscar nuevas materias primas en países como Nigeria. Tanto es así que, desde ese movimiento, Nigeria ha venido siendo varios meses el país del que más crudo se importa desde España, y no hace falta decir que una buena parte de esos beneficios van a los bolsillos de Shell. Porque, como antes señalábamos, existe una filial de esta empresa en Nigeria, la SPDC; sin embargo, lo cierto es que Shell controla el 100% de SPDC y todos los beneficios que obtiene esta van directamente a Londres. Farchy y Blas señalan que el uso de filiales es común en las grandes empresas de materias primas, y les ayuda a evitar problemas legales, aunque eso está cambiando.

Ante la dificultad de interponer una denuncia y de verla prosperar en sus propios tribunales, 13.500 nigerianos han decidido denunciar a Shell ante el Tribunal Superior de Londres (según cifras de Amnistía Internacional). Pero, ¿qué es lo que ha llevado a todos ellos a denunciar de forma masiva a esta empresa? La respuesta está en el delta del río Níger. Allí, Shell ha venido vertiendo durante décadas cantidades ingentes de desechos de sus actividades petrolíferas, lo que ha derivado en la contaminación masiva de la tierra, el aire y sobre todo el agua de esta zona. En concreto, los principales afectados se agrupan en dos comunidades, Ogale y Bille. Estas dos demarcaciones territoriales corresponden al mencionado delta del río Níger, que además de dar nombre al país, constituye el principal sustento de muchas familias que habitan en estas regiones. Por tanto, la grandísima contaminación impide a estas personas el correcto funcionamiento de sus negocios, además de atentar contra su propia salud en un claro caso de violación de los DDHH. El pasado 2021 ya vimos una sentencia que condenaba a la filial, SPDC, a indemnizar a 4 agricultores que denunciaron los hechos en tribunales neerlandeses. Es también este hecho el que ha propiciado las denuncias en masa, pero en vez de en Holanda, directamente en Londres y exigiendo, por tanto, responsabilidades a la empresa matriz.

Y, por desgracia, los problemas no acaban aquí. Las denuncias de los ya comentados 13.500 afectados no son las únicas, ya que el pasado año 2022 vimos un nuevo intento de Esther Kiobel de hacer valer sus derechos. La historia de Kiobel y otras tres viudas con los juzgados es muy extensa, tanto es así que sus litigios se extienden durante 20 años y se remontan a lo que sucedió en Nigeria en el año 1995. Ese año, varios activistas denunciaban públicamente los vertidos de Shell en su país, como venían haciendo durante toda la década. Sin embargo, la situación comenzó a escalar y presuntamente, Shell, coordinándose con el gobierno de Nigeria, consiguió que nueve de estos activistas fueran condenados a pena de muerte. El ahorcamiento, público, tuvo lugar en el año 1995 tras un juicio injusto y, desde entonces, Kiobel y estas viudas luchan por contar su historia y lograr el amparo de algún tribunal.

La triste historia, a día de hoy, sigue sin un final redentor, pues ninguno de los tribunales a los que ha acudido le ha dado la razón. Esta es una muestra más del poder y la influencia que tienen las grandes empresas en los juzgados. Pero la sentencia de La Haya, que exime de responsabilidades a Shell por esto actos, no ha frenado el ímpetu de Esther y ha demostrado que, después de 27 años, quiere seguir luchando.

Este afán por la justicia es el que empuja a otros, como los denunciantes de Ogale y Bille, a luchar por sus derechos. Habrá que estar al tanto de la resolución de este caso en los Tribunales de Londres (recordamos, donde se encuentra la sede legal de Shell). Pues, de darse una sentencia favorable, sentaría un precedente histórico en la lucha contra el despotismo de las grandes multinacionales.

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