"Lo más duro o complicado de una guerra no es ir, es volver. Nunca vuelves a ser el mismo", asegura este periodista que actualmente dirige la delegación de EFE en Chile
Escribir sobre un amigo, al que conoces desde la infancia común en el colegio Francisco de Vitoria, es fácil. Y más, cuando su trayectoria laboral es tan extraordinaria que daría para una buena película e incluso una serie de éxito en cualquiera de las plataformas audivisuales que nos rodean. Así que ya aviso a los lectores sobre mi inmensa admiración por este entrevistado.
Nacido y criado en Salamanca, Javier Martín Rodríguez (1972), es un periodista vocacional, que se desmarcó del resto estudiando Filología Árabe y Hebrea para iniciar un brillante trayectoria internacional, de la mano de la Agencia EFE, lograda, no en un cómodo despacho, sino por pisar el barro y destrozar botas en algunos de los países más convulsos del planeta, lo que le ha convertido en uno de los reporteros españoles con más experiencia en Oriente Medio, como muestran la media docena de libros que ha escrito sobre esta zona y las numerosas colaboraciones con prestigiosos medios españoles y extranjeros.
Corresponsal de guerra en Irak (2003-2005), Líbano (2006), Libia (2011), Siria (2012) y Gaza (2014) y Libia (2016), fundó el servicio de noticias en árabe de la Agencia Efe en El Cairo en 2006, abrió la primera corresponsalía permanente de esta agencia de noticias en Irán (2009-2012), donde cubrió la represión del opositor Movimiento Verde, y también ha sido el jefe de la Delegación de EFE en Israel y Palestina,
Ha vivido en primera línea y narrado las caídas de Sadam Husein y Muamar Gadafi, ha ganado el Premio Internacional de Periodismo Julio Anguita (2018) y el Premio Cirio Rodríguez (2019), y en la actualidad ejerce como responsable de la Delegación de EFE en Chile, donde reside con su mujer y sus dos hijos. Hace más de 18 meses que no volvía por Salamanca, de la que habla como “mi tierra adorada”.
¿Cómo está resultando tu actual experiencia como delegado de la Agencia EFE en Chile?
Es una experiencia completamente nueva, un desafío más, que era lo que buscaba. Ahora dirijo un equipo muy grande de periodistas, muchos muy jóvenes, desde una visión más multidisciplinar, que incluye todas las novedades tecnológicas e informativas que han cambiado el modo tradicional de trabajar del corresponsal. En un continente nuevo, con códigos culturales nuevos, y con un entorno informativo muy potente, un país que tiene la mirada del mundo sobre sus tierras. Feliz en ese sentido, porque también me da tiempo para escaparme y hacer ese “trabajo tradicional” del corresponsal, de mancharme las botas en terreno en busca de lo que no otros no cuenta, más centrado ahora en otra guerra, quizá la más, importante: la lucha contra la emergencia climática y sobre todo el agua, el oro azul que sustituye al petróleo u “oro negro” en las ambiciones del mundo. Las guerras del futuro serán por el H2O.
¿Y la adaptación de tu familia?
Bien, pero aunque parezca mentira, más complicada. La sociedad chilena es más cerrada, la menos latina de America latina, y les falta empatía y alegría de vivir mediterránea. Es la primera vez que los niños sufren xenofobia. La sociedad temerosa, individualista y ultraliberal, endeudada con el estado reducido a la nada y todo en manos de la empresa privada y la banca -sanidad, educación, deporte, ocio- que forjó hace 50 años a golpe de represión brutal del régimen de Pinochet sigue muy viva y perjudicando la vida de los chilenos. El neoliberalismo, llevado al extremo en Chile durante la dictadura, y espejo en el que se miran las derechas española, es el gran mal de la humanidad.
¿Dónde se han criado tus hijos y cómo les ha beneficiado esa diversidad cultural y lingüística?
Andrea tiene 16 años, nació en El Cairo y ha vivido ya en seis países; Iago, con 13, en cinco. Creo que han madurado muy rápido, son bilingües en español y francés, y dominan el árabe y el inglés. Han visto todo tipo de sociedades: estables, en guerra, del tercer mundo, del mundo desarrollado como se dice; de corte socialista, neoliberales, dictatoriales y tienen amigos de muchas clases y nacionalidades. Ellos mismos se consideran migrantes y están orgullosos de ello. Han aprendido a escuchar, a mirar a los otros para aprender, y a saber que el respeto al que es diferente, al que es diverso es la base de cualquier sociedad estable. Y que el extremismo y el odio, el nacionalismo y la bronca, alientan y sostienen las dictaduras, y alientan las guerras. Nadie se lo ha contado, lo han experimentado y creo que eso les convierte en mejores ciudadanos.
Si viajar abre la mente, ¿qué aporta vivir en países tan distintos como Egipto, Irán, Israel o Chile?
Como te decía, no solo abre la mente, alienta el respeto a la libertad, sino que también abre el corazón y el alma. Ver que existen formas de vivir tan distintas pero iguales en lo fundamental -porque existe la esencia humana compartida- fomenta la empatía y aleja los prejuicios, las verdades que creemos absolutas y las superioridades morales erróneas que nos quieren imponer los políticos y los economistas. La empatía es la clave para tener sociedades sanas, libre de fascismos y otras ideas extremas.
Recuerdo mi sorpresa cuando, hace décadas, me contabas que querías ser periodista pero que ibas a estudiar Filología Árabe y Hebrea. ¿Cómo ha influido esta elección en tu trayectoria profesional, porque debías de ser el único o uno de los pocos occidentales que informaba de los países árabes y sabía su idioma?
Observando aquella decisión en retrospectiva, fue la mejor de mi vida. No estaría donde estoy si no la hubiera tomado. Y lo más impactante es que fue fruto de lo que a priori era un fracaso, no haber logrado la nota de corte en la selectividad. Los errores o los fracasos son fundamentales en nuestro devenir, que es un aprendizaje continuo. Y no solo debemos cometerlos, si no que debemos aprender a asumirlos, incorporarlos como algo positivo a nuestra vida, utilizarlos de espacio de reflexión, de autoanálisis, para ser conscientes de nuestras debilidades y potenciar así nuestras fortalezas para hacernos más grandes.
Después de más de 25 años como profesional de EFE en el extranjero ¿cómo ha cambiado el periodismo?
No te diré que el periodismo antes era mejor, aunque lo crea. Yo creo que el problema es que ha perdido su verdadera esencia: ha dejado de ser una herramienta para el dialogo social desde el conocimiento del otro para convertirse en un arma arrojadiza más en la guerra de las ideas. No somos conscientes, pero un deterioro similar -a través de las noticias falsas, un fenómeno que aunque creamos de nuestro tiempo es tan viejo como el periodismo- fue el preludio de una de las épocas más oscuras de la humanidad. Las tácticas actuales de la ultraderecha y la derecha ya las utilizó en su provecho Hitler hace un siglo. En los años treinta, igual, que ahora, la gente dio su apoyo al partido nazi por las mismas razones que hoy pide el PP o Vox en España, el Partido Republicano en Estados Unidos, Marie Lepen en Francia, los Republicanos en Chile o Meloni en Italia. Cierto que si hubieran sabido en que acabarían las soflamas de Hitler quizá no le hubieran llevado al poder, pero lo hicieron –engañados-. Un siglo después no hemos aprendido nada y la prensa actual, sobre todo en España, tiene una gran responsabilidad en que podamos repetir el peor error de la humanidad.
¿Te preocupa la manipulación a través de las redes sociales, que seguro que se da igual en Oriente que en Occidente?
Esa es una de las herramientas de la polarización, quizá la más visible pero no la más peligrosa. La manipulación se arraiga en la falta de cultura, en la celeridad de la vida actual. Si nos parasemos un segundo a reflexionar, quizá no difundiríamos muchos de los mensajes que difundimos en nuestros whatsapp u otras redes, muchos de ellos de forma automática; seríamos más conscientes de que es un bulo y que no, quien nos miente y quien no; y no nos autoasilaríamos. Porque si te das cuenta, como una sociedad que ya no dialoga con el contrario; el otro en vez de ser un rival en una lid intelectual, lo hemos convertido en un enemigo. Y eso es la victoria del fascismo. Nos daríamos cuenta, en definitiva, que el fascismo que nos llevó a una guerra mundial ya está entre nosotros y ya ha triunfado, incluso si no tiene más votos en la urna.
Parte de tu experiencia se ha fraguado como corresponsal de guerra en destacados conflictos y me consta que has vivido algunos momentos especialmente tensos, ¿en esas coberturas llegaste a temer por tu vida?
Sí, en varias ocasiones. Algunas con daño físico y la mayoría con daño moral o psicológico. Lo más duro o complicado de una guerra no es ir, es volver. Nunca vuelves a ser el mismo y asumir ese cambio es muy difícil psicológicamente.
¿Cómo es una guerra por dentro, afecta a la parte humana del periodista, se puede ser objetivo e imparcial, cuando se establece relación con las víctimas de un conflicto?
En el periodismo, ya sea una guerra, un mundial de fútbol, o el día a día de la prensa local, la única regla es ser honesto. Todos viajamos por la vida con una mochila llena de experiencias personales, lecturas, maestros, situaciones, familias, amigos que nos han influido. Nuestra mirada no es imparcial, no debe ser imparcial, está influida por todas esas experiencias vitales; lo único que nos proteja y nos permite hacer buen periodismo es que seamos honestos, critiquemos lo que haya que criticar y alabemos lo que haya que alabar, sin otras consideraciones.
¿Con qué conocidos corresponsales has coincidido?, porque supongo que compartir estas experiencias une mucho
Muchos, y de muchas nacionalidades. Javier Espinosa (El Mundo) fue de los primeros; Luis de Vega, que estudió en Salamanca es de los mejores amigos, junto al fotógrafo Ricardo García Vilanova. Aprendí con Maruja Torres, pero para mí no hay nadie como Ramón Lobo. Un gran maestro. Tengo además la suerte de tenerlo como uno de mis mejores amigos. En el camino se han quedado otros, en especial dos de los más grandes que ha habido en el periodismo español, y que también eran amigos íntimos: David Beriaín y Roberto Fraile. Para ellos la mayor de mi admiración. Su ausencia aún me duele.
Te propongo ahora preguntas rápidas y respuestas cortas. ¿La persona más importante que has entrevistado?
Te digo dos: una mujer migrante somalí que entreviste en Libia, que huía de la guerra y el hambre y conoció el lado más diabólico del alma humana; y un adolescente camerunés rescatado en el Mediterráneo en el barco Aquarius en el que hacía un reportaje
¿La escena que más te ha impactado?
La desolación causada por un terremoto, en particular el de Pakistán en 2008, que causó 85.000 muertos. Fui el primero en llegar al epicentro, pocas horas después del temblor.
¿Has conocido espías?
Y los he tratado, alguno es buen amigo. Forma parte del trabajo.
Una foto que hayas hecho y que nunca olvidarás
Una lancha neumática medio hundida con más de 200 personas, entre ellas un bebé, a punto de hundirse en medio del mediterráneo tras días a la deriva, frente a barcos de guerra europeos.
Un país que te atraiga para trabajar
No sabría decirte. No me gustan las fronteras, son otro de los males del mundo.
La noticia que te gustaría contar
Que han caído las fronteras, somos un mundo libre y empático
El regreso definitivo a España, ¿para cuándo?
Cuando esté cansado
Y para concluir, con un bagaje tan extenso, ¿no te tienta la literatura de ficción para canalizar toda tu experiencia y conocimientos?
En ello estamos, pero cuesta dar el paso.