Probablemente una de las mayores indignidades que existan sea la de apropiarse del mérito ajeno para medrar a su costa. Ejemplos existen en abundancia de arribistas, advenedizos y trepadores que buscan sin descanso la cercanía del talento, no para ser contagiados de su mérito, sino en la seguridad de que, en un mundo de inculta apariencia y tropel de superficialidades, sea a ellos concedido el valor que tenga su derredor.
Editores de antologías literarias hechas con el único fin de incluirse en las mismas; organizadores de eventos y celebraciones con reconocidos invitados, que sólo persiguen formar parte en pretendido nivel de igualdad; homenajeadores, promotores de tributos y hasta mecenas de premios, trofeos y efemérides cuyo fin último, y primero, es el de asociar su nombre o su obra a méritos ajenos (ejemplos hay en España clamorosamente descarados, como los llamados Premios Princesa de Asturias, costoso artefacto de promoción mediática y pública de la monarquía mediante su asociación, saludo y fotografía con importantes personajes de todo el mundo).
Además del plagio presuntuoso, la copia inconfesada, la imitación disimulada o la referencia lucrativa, otra de las peores indignidades es la de falsear el sentido, la palabra, el nombre y el contenido de la obra ajena para que parezca orientada y coincidente, paralela u homogénea de la del manipulador.
En Italia, un país actualmente gobernado por la ultraderecha política, los poderosos mecanismos propagandísticos del reaccionarismo fascista mantienen una enorme operación de manipulación, tergiversación y falsificación del pensamiento y la obra de Pier Paolo Pasolini y Antonio Gramsci, dos poetas y escritores italianos, marxistas ambos y, consecuentemente, antifascistas, cuya obra y pensamiento han sido y son referentes para gran parte de la literatura universal y, específicamente, de la izquierda política italiana y europea. Los enfrentamientos internos y discrepancias de tipo ideológico que ambos escritores mantuvieron con las cúpulas nacionales e internacionales del comunismo, sobre todo como condena del stalinismo, en absoluto alteraron sus principios ni su ideología.
Es indigno que el nombre del gran poeta y director de cine Pier Paolo Pasolini, un luchador antifascista perseguido, torturado, prohibido, anticlerical, censurado y represaliado por el fascismo duro y por el fascismo blando, anatematizado por la iglesia católica, despreciado, insultado y ninguneado también por ciertas élites culturales conservadoras, quieran ahora sus carceleros asociarlo públicamente a sus organizaciones reaccionarias poniendo en su boca y en su pluma intenciones, significados, alusiones, propósitos o ideas completamente contrarias a las que mostró permanentemente.
Cuando el fascismo pretende apropiarse del pensamiento de Antonio Gramsci, teórico marxista creador del Partido Comunista Italiano, periodista relacionado principalmente con la sociología en sus vertientes educativas y de creación artística, que aportó al mundo del pensamiento crítico obras, postulados y propuestas radicalmente innovadoras que siguen sirviendo de ejemplo en cualquier teoría de la enseñanza, la indignación alcanza su máxima expresión. Enemigo declarado del fascismo, Gramsci abogó siempre en su obra por la importancia de la enseñanza pública y la formación humanística y del sentido crítico de la persona, frente a los ataques de la plusvalía dineraria que en su tiempo, como ahora, pretende convertir la formación humana en producto mercantil.
Sangrantes son, por lo que de cerca nos toca a los españoles, los episodios de tergiversación y falsificación por parte de la derecha reaccionaria española de la obra y el nombre de personajes como Federico García Lorca, o el indigno manoseo realizado con la persona, y el significado, de Rafael Alberti en sus últimos días, pretendiendo alinear a ambos poetas en la podredumbre de los rediles del fascismo.
La ausencia de una enseñanza tanto literaria como histórica sobre el pensamiento y la creación, no es solo carencia y penuria en España sino en otros muchos países, como Italia, en los que los tentáculos del totalitarismo, en todas sus formas (que incluyen también muchos gobiernos “democráticos”) y durante décadas, han tratado de mantener y alimentar programas educativos superficiales y, como les gusta decir, “de instrucción elemental”, evitando las materias y las líneas pedagógicas con contenidos que se aproximasen al análisis político y sociológico, la crítica cultural o el conocimiento profundo de los significados de la Literatura o de la Política.
Aunque la mentira tenga las patas cortas, se necesita una cierta actitud y atención analítica y una mínima capacidad crítica y de conocimiento de la historia para refutar los interesados absurdos de apropiación del pensamiento. Todo ello, la atención crítica, el conocimiento y el poso de cultura, son labores que deben adquirirse en las primeras fases de la educación y la enseñanza. No propiciarlo es una enorme irresponsabilidad que genera rebaños de indocumentados de boca abierta y crea públicos crédulos ante tanta, tanta mendacidad.