OPINIóN
Actualizado 17/07/2023 12:27:54
Toño Blázquez

Ser torero, como profesión, es muy parecido a la del surfista. Estás en una endeble tabla, sujeto por una cuerdecilla, buscas viajar en una ola y cuando llega la adrenalina desbordada puede más que cualquier otra cosa. Nunca sabes cuándo te vas a caer y hundir en el agua efervescente, no sabes cuándo permanecerás en la tabla soberbio y altivo, haciendo equilibrios y culebrillas sobre la montaña líquida. Pura emoción que no controlas, pero disfrutas a tope.

Pero esto va de toros. La pregunta es: ¿cuándo un torero deja de ser torero? Me refiero a matador de toros. Lo habitual es que cuando el tiempo hace que la edad vital va empequeñeciendo el ánimo, el valor y las circunstancias profesionales se vuelven adversas, los toreros se pasen a la fila más mercenaria de la subaltanería, campo éste digno y muy meritorio, de todo punto imprescindible para hacer del toro temporal más manejable, dentro de lo que cabe. Pero no es el brillo del matador, evidentemente.

Son escasos los toreros que no toman las banderillas para vivir con dignidad de la profesión que en otro tiempo les sentó en el trono principal. A la memoria me vienen toreros como Pascual Mezquita, Ricardo Sánchez Marcos, José Luis Ramos o Rui Bento, Jorge Manrique, casi todos gente de mi generación, con los que de forma más cercana desarrollé mi dedicación periodística.

Hoy, el ejemplo más llamativo es el de Álvaro de la Calle, y de forma más o menos gris Miguel Ángel Sánchez y Salvador Ruano.

Álvaro tuvo su oportunidad de oro hace unos meses en Madrid, con las Ventas hasta la bandera, cuando Emilio de Justo, único espada, resultó herido de gravedad en su primer toro. El torero salmantino, solvente, entrenado, pero sin corridas, despachó la lidia de cinco toros con guapeza y oficio de un torero que no está, pero está, que no torea de luces, pero está preparado física y mentalmente para cuando salta la liebre disparar. Y dejó al personal un tanto boquiabierto, acostumbrado a ver toreros desafinados en tesituras de estas características.

En run run de la profesión pensó que a Álvaro la había sonado la flauta. Evidentemente una circunstancia tan inaudita y anormal, nos demuestra que en la incertidumbre de esta profesión puede pasar y pasa, como pasó.

En la mente más sensata cabría pensar que la empresa debía un gran favor al torero inesperado al salvar una tarde que cambió de rumbo de forma repentina. No, hasta la fecha nada. Una gesta así, merecía una compensación seria, como ponerle en una corrida con ciertas garantías de embestir, qué menos. Nada de nada.

Pero la afición francesa, esa de la que tanto debemos aprender en seriedad, justicia y generosidad, sí que entendió que Álvaro había hecho en Madrid algo importante. Y le puso. Una de Escolar, Ceret, plaza torista, ruedo pequeño. Oportunidad envenenada. La misma historia, pero hay que tragar porque Francia es seria si triunfas, gente honesta, que valoran la casta de los toreros frente a los toros con casta. Es buen mercado, pagan en compensación con la piel que se deja uno allí. Hay que estar dispuesto. Jugársela ante los toros aviesos, que no obedecen los engaños. Toros que huelen a cloroformo. Mal rollo. Pero necesario.

Álvaro de la Calle pagó con sangre querer seguir siendo torero, a pesar de que ya no es un jovencito, a pesar de que en Las Ventas lo han ninguneado, a pesar de que en nuestra tierra se dan corridas de toros, una feria grande en septiembre y ni le echan cuentas. A pesar de todo él se lo traga todo, saca a su viejo Husky todos los días a pasear y lleva a su paciente esposa y su bonita hija Triana a verle torear cuando le dan cuartel.

Ayer, en Ceret, un toro malaje le abrió la pierna por tres partes.

¿Cuándo un torero deja de ser torero?, Pregúntenle a Álvaro de la Calle.


Toño Blázquez, tonoblazquez@hotmail.com

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