OPINIóN
Actualizado 10/07/2023 19:14:08
Charo Alonso

Tiene julio promesa de eternidad extendida hasta agosto como una tierra recién cosechada esperando el espigadero, la geometría de las alpacas de paja colocadas a lo largo de la loma amarilla, sedienta. Todo es polvo en este tiempo que aguarda el viaje al azul del mar o de la piscina que huele a cloro, todo se deshace al paso de los pasos con un crujir de huesos blancos de tanto sol que reverbera en la carretera. Es el tiempo del calor intenso como esos kilómetros en los que los chopos son un milagro a lo lejos junto al hueco del agua, la charca seca de la que emigraron los patos y abandonaron las ranas su cuarteada superficie de sed. Tiempo de verano que parece eterno en el calendario que se agosta como los tallos de las hierbas que aún resisten en la cuneta, rendidas de calor, soltando la semilla con un chasquido seco.

Y julio es carretera y pequeñas ermitas perdidas entre la loma del cereal recogido, la ocasional cosechadora como un monstruo abiertas las fauces ante un año misérrimo. En algunos lugares, ni siquiera se han tomado la molestia ni el gasto de recoger la baja paja ni la espiga reseca. Vale más dejarlo para que lo coma el rebaño que levantará nubes de polvo en su paso por el espigadero. Cuando era niña, se quemaban los restos y los surcos tenían color negro que levantaba una ceniza casi humana. Ahora, ahí quedan las cañas que comerán los animales cada vez más escasos, guiados por los perros lentos, los belfos sedientos, el paso cansino del pastor.

Recorriendo las pequeñas carreteras de la tierra ancha como pecho de varón, estribaciones suaves a la mano y a la mirada mientras algún arapil deja la promesa de piedra y liquen, me pregunto por la linde de un espacio que, hacia el sur y el norte se va llenando de vegetación mientras subimos y bajamos la montaña que promete verdura. Y es el cartel extremeño un prodigio de castaños que cubren la tierra, y el comienzo de las estribaciones palentinas o leonesas el goce de la frescura. Pero hasta entonces, son las tierras de pan llevar y su monotonía de surcos, pueblos apretados, cementerios solitarios y ermitas que surgen de la tierra constante en su color de paja, el paisaje de mi gusto, ornado de girasoles que son el regalo amarillo de un sol entre el intenso verde. Es la delicia de una ilustración infantil, la cara sonriente, el julio que promete el viaje, la eternidad del verano que descansa, la falta de horarios de un mundo que se cree, borracho de calor, infinito en la mirada.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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