Postres en cambio comían poco los pastores. En septiembre, durante su viaje al Sur, encontrarían las zarzas (rubus fruticosus L.) de linderos, ruinas y bordes del camino cubiertos de la negra mora que no necesita sino una mano hábil para no pincharse y una boca presta de su ácida frescura.
Bien entrado el otoño, en la majada, chuparían el rojo escaramujo (también llamado tapaculo por sus virtudes astringentes), el fruto del rosal silvestre (rosa canina L.) cuya riqueza extraordinaria en vitamina C ya nadie ignora.
A veces, con suerte, al remontar los valles en su regreso a Castilla, encontrarían en umbrías y barrancos cerezos o guindos, cuajados de su fruta tan brillante que se diría cristal, madura su jugosa y firme carne.