A lo largo de las dos últimas semanas hemos sido informados de tres noticias que, entre muchas otras, han producido sorpresa y temor ante la creciente inestabilidad mundial, en el ciudadano medio.
Elegimos estas tres porque seguramente, sin ser las decisivas en importancia objetiva, son las que parecen más cargadas del sentimiento de lo inesperado. Comencemos por la ola de incendios actuales que padece Canadá y cómo hemos ido viendo que el humo producido por estos incendios ha llegado primero a varias ciudades norteamericanas, Nueva York entre otras, cómo unos días después llegaba hasta las costas gallegas, aquí, en España y quizás a algunas otras ciudades atlánticas. Las nubes de humo han sido trasportadas por vientos en las capas superiores de la atmósfera, a distancias de más de cinco mil kilómetros. Es la primera vez que se ha podido ver, pues, cómo un fenómeno físico ocurrido a miles de kilómetros de nuestro hábitat, puede afectarnos directamente, en mayor o menor grado.
La segunda noticia elegida, de naturaleza muy distinta, es la que hemos sabido (“con cuenta gotas”) qué ha sucedido en el ejército ruso, que combate para la anexión rusa de Ucrania. El jefe del grupo de mercenarios Wagner ha traicionado al Kremplin y se ha levantado en armas contra Moscú. Este grupo ha ido en dirección a la capital y finalmente se ha retirado en dirección a Bielorrusia, donde se ha instalado. Apenas ha llegado ninguna aclaración de las causas de esta “traición” ( la expresión que Putin ha usado) y con esta grave fractura se ha desestabilizado el ya inestable panorama bélico y ha crecido el riesgo de utilización de armas nucleares en la confrontación con Ucrania-UE. Todos los europeos estamos ahora con más riesgo de ser víctimas de la inestabilidad rusa.
Finalmente, la tercera noticia elegida, más puntual, más cercana geográficamente a España y muy sorprendente, ha sido el estallido social producido en Francia, durante toda esta semana (mientras escribo estas líneas sigue el estado de emergencia en territorio francés) a raíz de la muerte de un joven argelino, en Paris, por un disparo de un policía nacional en un control de tráfico. Miles de ciudadanos han salido a las calles de las principales ciudades y noche tras noche se han producido graves altercados, detenciones y heridos, entre policías y manifestantes. El análisis de estos graves sucesos nos lleva a pensar cómo un hecho puntual de violencia no justificada, puede hacer estallar una revuelta de efectos sobre toda una nación, por un mecanismo que comparten los individuos y las masas: una agresión, una herida, una muerte injustificada, puede desencadenar protestas masivas, al convertirse este hecho en el factor desencadenante de la respuesta colectiva a otras similares vivencias repetidas anteriores, no resueltas en el pasado.
Un primer análisis de estas tres noticias, casi tomadas al azar, muestra cuán inestable e interconectado está todo el planeta: esta obvia observación no tiene por qué llevar a fantasías apocalípticas sobre el fin del mundo, pero sí a ser conscientes de la fragilidad en la que nos movemos todas las naciones. Los movimientos sociales, políticos, ambientales, tienden a ser, cada vez más, supranacionales, por muchas fronteras, muros, que pongamos entre unos y otros.