Menciono el caso de nuestras relecturas constantes en el espacio y el tiempo del circuito electrónico del presente como condición del reconocimiento de la sustancia de lo denominado por el poeta de Nanjing, Yu Bang, como polvo.
A Yu Bang últimamente lo he leído y releído no solo en mi traducción del chino al española con Zhou Chunxia en nuestra reciente publicación del Aula de Poesía Jordi Jové de la Editorial de la Universidad de Lleida, dirigida estética e impolutamente por el artesano de la filología Julián Acebrón, no solo he vuelto en más de una ocasión y media a ese volumen todavía no en mis manos, sino que además he leído medio aluvión de artículos sobre Yu Bang remitidos por Zhou Chunxia, por su nombre en español Mónica, debido a la necesidad de preparar un programa de radio para la universidad colombiana donde trabaja nuestro compañero el también poeta y erudito Rodrigo Lombana. Y claro, no redacto el inicio de la columna como una queja. No demandaré a nadie. Menciono el caso de nuestras relecturas constantes en el espacio y el tiempo del circuito electrónico del presente como condición del reconocimiento de la sustancia de lo denominado por el poeta de Nanjing, Yu Bang, como polvo.
Él no busca ninguna dimensión del séptimo o undécimo cielo de las esferas celestes occidentales, ni de los cielos de las pinturas budistas de allá del Oriente. No pretende encumbrarse a esas cimas donde seguro Arjuna vierte la copa de su vino hindú en la botella de Krishna. No se ocupa de sacarle ventaja a un San Pablo ni a un San Francisco de Asís en su caerse del caballo y su comerse medio pan un día antes de las 40 jornadas de ayuno de la sencilla narración de las Florecillas. No intenta salir fuera de aquí en ningún Nirvana ajeno al paso inmisericorde y fatal del siglo. En cambio —seguro tras haber alcanzado todo lo anterior—, se vuelca en su masa material e inmaterial a hacer polvo. O a crear lo que diríamos en el sentido de Byung-Chul Han en su libro No-cosas una ontología donde el ser humano hace el tonto. La palabra tonto en español, como pueden escucharlo con los ojos en nuestra escritura rima asonantemente con polvo. En términos más corrientes y menos vulgares referiríamos el caso como un no nuestro dar liebre por gato. Recordando la sprezzatura italiana no sé si de tiempos anteriores a los del Renacimiento cuando ignoro si se redactó por vez primera, Yu Bang finge con una nobleza impoluta su distinción y viste con una capa ruda la seda de sus prendas cosidas por artistas de la costura de la tijera y la aguja de la tierra de la antigüedad de los dinosaurios, China.
Para nuestro vate desconozco si espiritual o material, la escritura representa un camino hacia el destino final del encuentro con uno mismo como persona. Su búsqueda se orienta con esa estrella de un Belén encumbrado en las palabras, o los caracteres. Y eventualmente esa búsqueda por añadidura conlleva la investidura del título o la distinción de poeta. Resulta paradójico leerlo y percibirnos siendo testigos de la liturgia acompasada al ritmo de la respiración de la eternidad cuando nos habla de sus pasos por los lugares sagrados de aquellas montañas de los peregrinajes suspensos en el halo de la paz. El incienso se eleva y se dispersa en el aire inasible de esos momentos cuando nada excepto el todo se pone de realce y con la misma desaparece.
Una, uno, escucha el murmullo de las oraciones de los 500 budas dorados del monasterio de Suzhou donde yo le hice fotografías a los santos sin conocer la prohibición en regla cuando desgranamos los versos de la poesía de Yu Bang, aunque pongan de relieve en realidad su modo de encontrarse como ser humano en el polvo. Yo a esto agregaría la búsqueda de la comunión con el prójimo. La perspectiva de la otra, del otro, del otre —qué más da—para identificarnos a la luz oscura y falible de la mirada ajena. Uno debe salir afuera para probablemente conseguir entrar adentro. Si hacemos de la sombra nocturna de la vigilia el modo de acercarnos al encuentro sensible con la realidad, de un momento a otro bajo esa marea opaca del suceso manará de la brotación de los caudales de la empírica experiencia epidérmica avalada el cómo y el porqué de nuestro sino acurrucado en este episodio o temporada del siglo rodante como piedra. Y la sombra referida, claro está, se expandirá en la esfera del volumen del allá cuando sepamos como lo supieron y saben Juan el Bautista y Yu Bang hacernos pequeños y escuchar el quejido o la rotura del mundo que nos dice cómo sí estamos en el aquí y el ahora a pesar de todo.