El representante en España del Frente Polisario confía en que, si gana Feijoo, revierta el giro dado por Sánchez en el Sáhara. (De la prensa).
Sorprende (o más bien, indigna), que el Frente Polisario, uno de los movimientos que en el pasado podía considerarse representante de los legítimos intereses del Sáhara Occidental en sus reivindicaciones independentistas, abogue hoy sin disimulo (y, por tanto, anime al voto) por el triunfo electoral en España de uno de los partidos más xenófobos, racistas, excluyentes y reaccionarios de toda Europa. Ese triunfo que ansía el Polisario conllevaría en nuestro país, según todos los indicios e intenciones, la anulación de derechos fundamentales de ciudadanía que acarrearía el cataclismo político del acceso al gobierno del fascismo aunque, dice el Frente Polisario, indiferente tanto a sus prejuicios como a nuestros perjuicios, que ello podría favorecer los intereses concretos, ya no del Sáhara Occidental -territorio lamentablemente huérfano en el presente de una representación políticamente inclusiva y progresista-, sino del mismo Frente Polisario, un partido hasta no hace mucho tiempo crisol de la solidaridad humanitaria, pero que hoy parece abanderar intereses, que le (nos) vienen grandes.
Una de las pruebas de que España es un país racista, xenófobo y excluyente, es el trato que, en general, damos aquí a los extranjeros (sin dinero), especialmente si proceden de África y, más concretamente, de Marruecos, sean o no independentistas saharauis. Las leyes que en España protegen la integración e igualdad solidaria con los extranjeros, son sistemáticamente transgredidas institucionalmente con obstáculos de todo tipo, y el racismo y la xenofobia ‘de la calle’ reflejan ese lastre racista al que ni su negación verbal aminora. La supuesta integración tolerante e igualitaria de que decimos presumir, tanto en los canales de enseñanza, como en los laborales, sanitarios, de integración social o respeto de la efectiva, es una de las realidades más falsas en que se sustenta nuestra, también supuesta, calidad democrática. La utilización espuria y generalizada en España de una suerte de tolerancia paternalista y condescendiente hacia el marroquí (el moro, en demasiados lugares, sea o no saharaui -o del Frente Polisario-), que se percibe descaradamente tanto en la misma redacción periodística (redacción, no Redacción, que también), el lenguaje político (político, no parlamentario) o el mismo tratamiento de noticias y, causa o efecto, y viceversa, en el no menos cruel comportamiento social, es un insulto que, como cualquier egoísmo, como cualquier estupidez, nos abofetea más a nosotros mismos.
Cualquier manual de política internacional indica que la acción conjunta es el mejor camino para el reconocimiento duradero de realidades nacionales -no tanto nacionalistas-, y que cualquier planteamiento independentista o soberanista debe, ya en su frontispicio, evitar el enfrentamiento ‘con’ y, mucho más, el perjuicio ‘de’ terceros. Pero hoy, en los más que procelosos mares de la política internacional, cada día más convertidos en ciénagas de ocurrencias, mercadería, espurios intereses, inoperancia y puro fascismo, una de las convicciones más arraigadas es la de creer que las reivindicaciones nacionalistas de autodeterminación o independencia albergan en su seno un fondo de justicia social o un incontestable núcleo de solidaria aceptación popular, y que todo ello hemos de comprenderlo los demás desde una óptica progresista y de izquierdas a pesar de los perjuicios que pueda ocasionarnos.
Ejemplos hay en abundancia, y en España recientemente, en que las legítimas ansias independentistas de un territorio y de un pueblo han sido, en su mayoría, iniciadas y apoyadas (y arrumbadas) por colectivos reaccionarios de bandería tan intolerante como su contraria. Es el gregarismo despectivo, la soberbia excluyente y el desprecio al otro, lo que ha dado al traste con cualquier atisbo de justicia, reconocimiento y apoyo que las reivindicaciones independentistas o soberanistas pudiesen, en su caso, concitar. Ese es hoy, punto por punto, el error monumental que, para la causa saharaui, significa el alineamiento del Frente Polisario con la derecha reaccionaria española.