OPINIóN
Actualizado 27/06/2023 08:15:59
Francisco Delgado

Coincidiendo estos días con el final de las clases y del curso escolar, de nuevo los padres se plantean los mismos interrogantes familiares de cada inicio de verano : “¿Y ahora qué hacemos con los niños, hasta que nos vayamos de vacaciones?”, se preguntan pensando en sus hijos/as, aún en plena infancia, sin posibilidad de inscribirlos en algún campamento de verano o similar.

Y, año tras año, si los abuelos/as comparten la misma ciudad y siguen con las mismas o similares fuerzas y virtudes (la paciencia, la prudencia, el amor por sus sucesores…) responden: “aquí estamos, dispuestos con gusto a hacernos cargo de nuestros nietos”. Y, en general, las niñas, los niños, sienten la propuesta de sus abuelos como un regalo que la vida les hace.

Al cerrar las escuelas, los colegios, de nuevo se les ve por las calles a los abuelos y sus nietos, juntos, en los parques, en los paseos, a la orilla del río o a la entrada de algún cine, o espectáculo callejero divertido. Hay algo, en la gran mayoría de las relaciones de los nietos y los abuelos que no se da en ninguna otra relación: la sensación de protección amorosa, unida a un pacto no escrito de carencia de exigencias y de excesivas normas que ahoguen el sentimiento de libertad y espontaneidad.

La naturaleza siempre sabe lo que hace; la figura del padre y de la madre solo puede ser, para que funcione bien con los hijos, como son: responsables de su salud, de su educación, de su proceso de crecimiento hasta prepararlos para el puesto que necesitan/desean ocupar en la sociedad. La figura de la madre y del padre siempre estará cargada de exigencias, de normas, de límites, pues no hay otra manera de conducir con amor y seguridad a los hijos. Y, por ese motivo, siempre habrá tensiones puntuales entre padres e hijos.

Pero las figuras de los abuelos tienen unos objetivos y funciones distintas con sus nietos: están mucho más libres de responsabilidades y por tanto de exigencias educativas, que los padres con sus hijos. Los abuelos dan sin (en general) exigir nada a cambio. Por estos motivos los que hemos escrito muchas historias clínicas en nuestra profesión, o hemos escrito también muchas biografías, hemos observado cuántas veces las figuras de una abuela, un abuelo, han sido la experiencia emocional y/o educativa decisiva de un sujeto que ha permitido que no se quedara insanamente fijado a un conflicto o grave malentendido, con sus figuras paternas, de por vida; conflicto que habría influido en sus capacidades adaptativas, creativas o de sano crecimiento.

La existencia activa de los abuelos con sus nietos es una riqueza que la vida otorga para todos, pues no se trata de que “resuelvan un problema cuando los padres no pueden resolverlo solos”: es mucho más valioso que un servicio puntual de una presencia a cambio de una recompensa. El vínculo de los abuelos y los nietos es el que hace posible, con mucha frecuencia, que la vida de una persona continúe su camino en la vida con todo su sentido y potencialidad.

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