OPINIóN
Actualizado 23/06/2023 07:57:23
Mercedes Sánchez

El verano se acerca sin dar ruido, mañanas de bochorno, gargantas sedientas, espaldas sudorosas, ansia de aire fresco.

Esperan las adelfas jadeantes con sus pétalos abiertos, bocanadas de color en el recorrido de las autovías, descargando nuestras mentes del asedio diario y proporcionando un toque de belleza que adorna la prosa gris del asfalto.

Qué bien sienta el respiro hacia la sierra, qué agradable sentir la mirada de las montañas siguiendo nuestro paso, qué amables las nubes esponjosas allí en lo alto, donde toman registro de nuestro recorrido.

En los oídos se acelera el zumbido nervioso de las avispas merodeando las flores; también el rumor fresco del regato de agua precipitándose hacia el río recorriendo la piel sedienta de la tierra.

La paz sembrada en el sendero durante el invierno se saborea ahora como nunca, oasis dentro de un desierto, manantial entre pedregales, cantarina fuente alborotada y risueña.

El sosiego se vuelve protagonista y alza sus ojos hacia nuestras cabezas preguntándose cuál era la prisa, cuál el bullicio, cuál la desazón que desasosegaba nuestra alma, si era tan intensa o simplemente una gota banal el devenir de los días.

La vida a veces se vuelve preguntona y nos acucia, nos insiste en echar freno y disfrutar del recorrido.

Invita a levantar la vista y sentir, en el abrazo de la calma, que a una estación le sucede otra, y a un día le persigue de puntillas el siguiente, que el árbol cambia periódicamente su traje de colores como si fuera a una fiesta de meses; que el color del cielo muta, palidece en otoño y vuelve, con toda la intensidad de su azul en cuanto el sol se desprende de su vestido de nubes; que las parejas vuelven a amarse y a quedar bajo la luz de la luna; que el búho vuelve a ulular sobre su rama, y las cigüeñas, un día, volverán a anunciarnos, con sus brazos extensos, el comienzo de una nueva primavera.

Mercedes Sánchez

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