OPINIóN
Actualizado 22/06/2023 07:49:11
José Luis Puerto

Este pasado lunes, en el paraninfo de la universidad de Salamanca, en pleno corazón del edificio histórico, se desarrolló a media mañana la solemne ceremonia de investidura del doctorado honoris causa al poeta leonés Antonio Colinas y a la científica irlandesa Margaret Murnane.

El acto fue ritual, ceremonioso, solemne, simbólico, significativo… No faltaron las fórmulas latinas, las indumentarias de los doctores y los birretes, tampoco los discursos, ni las palabras significativas; tampoco las músicas y los sonidos antiguos de las chirimías, entre otros instrumentos, ni el “Gaudeamus igitur”, ni tampoco los víctores.

Pero, más allá de todo ese boato, que viene reiterándose, con unas variantes u otras, desde los tiempos bajomedievales, así como navegando a través de los siglos, hasta llegar a nuestro mismo presente, lo importante es que la universidad salmantina distingue a un creador, a un poeta, en cuya palabra late toda la tradición lírica, tanto oriental como occidental, más significativa y hermosa, que ha incorporado a su palabra musical, armoniosa, humanizada, sanadora y consoladora, como es Antonio Colinas; así como a una científica irlandesa, Margaret Murnane, doctora en ciencias físicas y especialista en los láseres.

Fue madrina de Antonio Colinas la profesora universitaria y poeta Mª Ángeles Pérez López; y de Margaret Murnane, el profesor Carlos Hernández García; quienes glosaron, cada uno en su momento, los méritos de ambos doctorandos ‘honoris causa’.

Los momentos de los discursos, tanto de Antonio Colinas, como de Margaret Murnane, fueron, para nosotros, lo más significativo del acto. Cada uno a su modo glosó su itinerario vital, así como creativo, en el caso del poeta leonés, y científico, en el de la científica irlandesa.

Advertimos que la presencia de la luz fue el eje simbólico del acto. La luz, tan presente en la poesía y en la obra toda de Antonio Colinas; esa luz civilizadora, inspiradora, orientadora y guiadora de la senda humanista del ser humano; esa luz inspirada que lleva a crear la palabra poética, como sentido y como música, como armonía y como orientadora en el itinerario de la vida.

Y también, en el caso de Margaret Murnane, esa luz de sus investigaciones físicas, orientadas hacia la ciencia de los láseres ultrarrápidos y los rayos X; herramientas que también tienen tantas aplicaciones benéficas para todos los seres humanos.

La figura del padre estuvo también presente en ambas intervenciones. Siendo aún niño, su padre le regaló a Antonio Colinas, al volver de algún viaje, un libro con los cuentos de Andersen; después vendría la Odisea. Margaret Murnane evocó también la figura del suyo: “Mi padre era maestro y dio clase a 40 niños de seis años cada año durante 40 años. Su sueño era estudiar botánica en la universidad, pero nunca tuvo la oportunidad.”

Y la luz nos reunió, bajo el cielo de Salamanca, en el paraninfo universitario, a las autoridades, a parte del claustro de doctores de humanidades y ciencias, a los familiares y amigos de los doctorandos ‘honoris causa’, para celebrar la poesía y la obra toda de Antonio Colinas, así como la trayectoria científica e investigadora de la irlandesa Margaret Murnane.

Como remate, en el ámbito del patio de escuelas, las conversaciones en torno a ese convite de la propia universidad, que remató la mañana, una vez concluida la ceremonia, puso un hermoso remate a esas melodías de la luz poética y científica, distinguidas por la universidad salmantina, en una mañana soleada, muy próxima al solsticio de verano.

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