No les voy a contar lo que ya saben, pero sí reflexionar sobre nuestros adolescentes. Toda cultura nos enseña algo y, a la vez, todas pueden mejorar, también la nuestra.
No tengo una visión idílica de las culturas indígenas, en las que viven acosados y en condiciones muy duras. Doy las gracias por vivir en este siglo y en España, dentro de Europa ¡Y he viajado bastante, casi siempre asociado a algún trabajo de formación y docente! No me gusta mucho lo que se entiende por turismo de mirar, sacar fotos y correr.
Podemos aprender mucho de Lesly (13 años), que ha sabido ejercer de cuidadora y cabeza de familia, Soleing (9), también cuidador, Tien (5) y Cristin (11 meses).
En estas culturas los niños y niñas aprenden a cuidar (a los más pequeños, enfermos y viejos), ya trabajan (conforme a su capacidad) desde muy pequeños. Viven en la naturaleza, conocen muy pronto las plantas y frutos, los animales peligrosos y tantas cosas más.
En realidad, tienen pubertad, pero no propiamente adolescencia. No tienen escuelas ni un periodo de escolarización.
La adolescencia de la mayoría de nuestros abuelos (personas actuales de más de 75 años) ya tuvieron adolescencia y escuela hasta los 14 años, especialmente en las ciudades. Pero en el medio rural, muchos trabajaron desde pequeños ayudando a sus padres. Mi padre, que fue un hombre maravilloso y muy buen padre decía: “el trabajo de un niño es poco, pero el que lo pierde es un tonto”.
Personalmente estoy muy agradecido a los padres por haberme enseñado a ayudar y trabajar, desde pequeño. Las mujeres en la casa y su entorno y los chicos en el campo.
En las ciudades, muchos menores aprendían un oficio a partir de los 14 años, salvo en las clases altas y medias con cultura, que estudiaban.
No propongo volver hacia atrás. Hemos mejorado mucho en las condiciones de vida y podemos permitirnos el lujo de ofrecer una adolescencia prolongada a nuestros hijos.
Pero pregunto ¿Estamos haciendo todo bien? No lo creo.
Tenemos una crisis del sistema de cuidados (también en numerosos adultos y, por supuesto, entre los adolescentes). No pocos padres y madres, si los hijos van bien en los estudios y no tienen problemas de conducta, estamos encantados. Son los “hijos de la abundancia” (hasta los padres pobres hacen milagros para que no les falte nada) y la “sobreprotección”.
Vengo insistiendo en dos consejos: (a) hay que enseñar a los hijos e hijas a cuidar, no solo a ser cuidados y (b) a colaborar en las tareas domésticas y rurales, si fuera el caso. La casa no puede ser un hotel de varias estrellas para los hijos e hijas, ni sus relaciones narcisistas con un elenco de derechos, sin ninguna obligación.
Es muy improbable que nuestros hijos se pierdan en la selva, pero su mejor preparación es saber cuidar (familiares, amigos, vecinos, personas necesitadas, etc.) y ser trabajadores.
Felicito, aplaudo y admiro a Lesly y sus hermanos ¿Sabe que el más pequeño casi siempre le tenían en brazos? Su historia me enternece, emociona y me hace ver que nosotros, los modernos occidentales, podemos mejorar la educación de los hijos e hijas.