OPINIóN
Actualizado 10/06/2023 09:37:20
Francisco Aguadero

Aunque ha pasado sin pena ni gloria, el 5 de junio se celebró el Día Mundial del Medio Ambiente, con el objetivo de concienciar, promover y celebrar la acción medioambiental. La campaña de concienciación de este año se centra en torno al tema #SinContaminaciónPorPlásticos. Y, es que, se estima que entre 9 y 23 millones de toneladas de desechos plásticos se depositan, cada año, en ríos, lagos o mares. Amén de los microplásticos, esas partículas con un diámetro inferior a 5 mm, que se instalan en el aire, el agua y los alimentos, que por medio de ellos invaden nuestros cuerpos y que son perjudiciales para la salud. Una alerta roja a tener en cuenta.

La instauración del 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente tiene ya más de cincuenta años. Viene desde 1972, cuándo se celebró la Conferencia de Estocolmo de Naciones Unidas, también conocida como Cumbre de la Tierra. Allí se trataron diferentes temas, aunque todos ellos con un denominador común: el tratamiento de la Tierra, el factor Humano y la relación entre ambos. Se pretendía establecer controles para atajar y mitigar el impacto de la contaminación sobre el medio ambiente, buscando opciones y alternativas a nivel mundial. Dado el resultado, medio siglo después, no parece que hayan tenido mucho éxito.

Entre el 2030 y el 2050 el Polo Norte se quedará sin hielo durante el verano y, especialmente, en el mes de septiembre. Ese es el pronóstico de un estudio basado en observaciones de satélites de la NASA (agencia del gobierno estadounidense para la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio) y la ESA (Agencia Espacial Europea), aplicadas en un sofisticado modelo climático. Y, para el 2100, la región ártica quedará libre de hielo durante casi medio año, si no se reducen de manera drástica los gases de efecto invernadero (conocidos como GEI).

Según datos de la NASA, el casquete polar de hielo ha venido menguando a un ritmo del 12,6% cada década desde 1980, perdiendo hielo todos los meses del año, no solo durante el verano, debido, principalmente, al aumento de gases de efecto invernadero inducidos por nosotros, los humanos. Las consecuencias del deshielo polar son de largo alcance, afectando profundamente al clima, la fauna marina, la economía o el tránsito marítimo, entre otros. Generando movimientos geopolíticos que podrían determinar el orden mundial. Algunas de esas consecuencias ya se vienen observando desde principios de siglo. Por mucho que se afanen los negacionistas en negar las evidencias y propagar lo contrario con sus bulos.

La comunidad científica alza nuevamente la voz. Más de 2.000 ecólogos exigen a los políticos que, a la hora de tomar decisiones, tengan en cuenta las evidencias científicas. Así lo ponen de manifiesto la Asociación Española de Ecología Terrestre (AEET) y la Sociedad Ibérica de Ecología (SIBECOL) en una carta abierta en la que manifiestan estar cansados de que su trabajo sea ignorado. "Ignorar la información generada por el trabajo de la comunidad científica…, es profundamente irresponsable", señalan ambas asociaciones.

La alarma climática de los científicos no encuentra el suficiente eco en la población. Nos estamos acostumbrando a vivir con demasiada naturalidad situaciones y escenarios climáticos que son nuevos para nuestro entorno. Hace unas semanas estábamos preocupados por la sequía existente y ahora por las inundaciones generadas por unos máximos de precipitaciones que, por otra parte, no contribuyen a incrementar las reservas de agua en los embalses que se sitúan en el 47,42% de su capacidad, un 0,1% menos que la semana anterior, según el Ministerio para la Transición Ecológica.

Las autoridades han de combinar planes especiales para combatir la sequía y, a la vez, planes especiales para las inundaciones. Toda una paradoja que pone de manifiesto que estamos viviendo una situación atmosférica excepcional, con unos resultados imprevisibles.

Esta inestabilidad, esta alerta permanente, es la peor herencia que podemos dejarle a las generaciones venideras, aunque muchas de las causas vengan arrastradas de generaciones anteriores. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, Estados Unidos produjo decenas de miles de bombas nucleares, unas cuatro bombas diarias desde 1950 hasta 1990. Tres décadas después, los millones de bidones de plutonio, mercurio y otros desechos muy tóxicos, siguen repartidos por todo el país sin saber muy bien qué hacer con ellos. Los planes de limpieza y gestión de residuos han fallado. Son operaciones muy costosas y de alto riesgo, que no evitan filtraciones a los ríos con la consiguiente contaminación. Resulta preocupante pensar que esos residuos radiactivos y otros muchos repartidos por el mundo, pueden ser tóxicos durante miles de años.

En el 2009, un gran número de científicos identificaron nueve límites que no deberíamos sobrepasar, si queremos que la Tierra no sea un lugar hostil para la vida y que siga siendo habitable en aspectos como la disponibilidad del agua dulce, áreas naturales que se conserven vírgenes y libre de la actividad humana, la capa de ozono, el cambio climático o los niveles de contaminación. Según una investigación internacional cuyos resultados acaba de publicar la prestigiosa revista Nature, ya se han superado siete de esos nueve umbrales que permiten la vida en la Tierra, entre ellos, la contaminación, la falta de agua tanto en superficie como en el subsuelo, y el clima, que ya estamos en 1,2 grados de incremento cuando el límite se ha fijado en 1,5 grados. Se necesitan grandes acuerdos políticos, económicos y sociales, altos de miras, para poder recuperar y mantener esos umbrales en unos mínimos, que permitan sobrevivir al planeta y podamos vivir todos en él.

En España, la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) y entidades de seguros, no paran de enviarnos alertas sobre borrasca, olas de calor, de frío, intensas lluvias, caídas o subidas bruscas de las temperaturas, que van y vienen sin descanso. Es un auténtico mareo para quienes tratamos de seguir de cerca el pronóstico del tiempo y una cierta congoja, cuando nos dicen que una determinada borrasca que se avecina traerá consecuencias nunca vistas o que sufriremos el verano más caluroso y tormentoso de la historia, después de haber tenido la primavera más cálida y la segunda más seca de toda la serie histórica.

En Somalia, la sequía devastadora se combina con grandes inundaciones, provocando el desplazamiento de casi cuatro millones de personas que malviven en campos de acogida. En otro lado del mundo, los 400 incendios que hay activos en Canadá, han proyectado sobre la atmósfera unas emisiones de humo que parece como si una tormenta de arena del desierto haya llegado a Nueva York, oscureciendo la ciudad, haciendo el aire casi irrespirable y poniendo en alerta a millones de personas en el noreste de Estados Unidos.

Lamentablemente, los casos citados no son los únicos ejemplos que ponen de manifiesto la necesidad de cuidar nuestro hábitat y lo que nos rodea, porque, eso es lo que mayor valor, importancia y trascendencia tiene.

Escuchemos a Michael Jackson en nuestra Tierra:

https://www.youtube.com/watch?v=_tz3UcG2RRg

Aguadero@acta.es

© Francisco Aguadero Fernández, 9 de junio de 2023

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