OPINIóN
Actualizado 05/06/2023 08:45:04
Isaura Díaz Figueiredo

A veces el excesivo culto a la personalidad nos hace que desbarremos. La autocrítica se hace con la lengua pequeña y sin que nadie nos escuche. Luego cargamos contra quienes no son de nuestro bando, los insultamos y se puso de moda la palabra “trumpistas” y ese es el insulto que tenemos hacia ellos, luego vamos los de la prensa y demás facinerosos que no alabamos al jefe.

Y hasta se le puede pasar por la mente enloquecida al no haber ganado las elecciones que él consideró un plebiscito hacia su persona; algo que ya debería suponer de antemano invoca o puede que lo haga con la llegada de “La III República” Atacar a la prensa es muy fácil e insultarnos con ser “gusanos gobelinos” o que canten el “No pasaran, no pasaran” Ya lo hacían en tiempo de Felipe González, pero con sus luces y sombras eran tiempo mucho mejores, estuvo a favor de la libertad, no del bolivarismo y demás afines latinos. Seamos consecuentes con nosotros mismos y si hemos perdido... pues ya se sabe o lo que dice el refrán, por mucho que los aduladores no canten a la oreja que somos maravillosos.

Les voy a referir una fábula sobre quienes adulan al jefe, que si falla y ojalá suceda, se van a ver en la calle.

El príncipe y el arco.

Cuentan los viejos del lugar que existió un joven príncipe al que le gustaba mucho el tiro con arco. Todos los días practicaba con la arcada que le había regalado su padre y todos sus cortesanos, en un intento de caer bien al heredero y de ganarse su favor, mentían para que su alteza pensara que era el mejor arquero del reino.

—¡Increíble, qué fortaleza, qué destreza! ¡Qué facilidad para tensar el arco!- decían todos los apesebrados.

Y para que el príncipe pensara que realmente tenía un don recibido desde lo alto, ellos se limitaban a tensar sus arcos solo hasta la mitad, para quedar siempre por debajo del príncipe. Así, la vanidad del príncipe fue aumentando, gracias a las mentiras de sus súbditos. De hecho, se pasó toda su vida pensando qué era capaz de tensar un arco de 30 kilos cuando en realidad el suyo solo pesaba 12. Y por supuesto, no dudó en presumir de ello frente al resto de príncipes y arqueros de todo el mundo.

Hasta que un día se encontró con la cruel realidad, aquella que miraba con desprecio y por encima del hombro.

Las mentiras de otros pueden hacer engordar la vanidad. Pero solo vivirá una farsa a corto plazo, luego viene la realidad y el rechinar de dientes. Ya no valdrán aplausos de senadores o diputados, ni críticas de fachas o de la extrema derecha. Usted no sabe tensar el arco: váyase y deje que otro lo intente.

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