El pasado sábado, día 13 de Mayo, coincidiendo sí, ¡Mala suerte! con la Fiesta de la Virgen de Fátima, celebramos en el Templo Nuevo de la Catedral, alias Catedral Nueva, una de las fiestas litúrgicas más importantes de nuestra diócesis. Pero es una fiesta muy desconocida. Apenas hubo fieles para celebrar el quinientos diez aniversario de la Dedicación de la Catedral a la Virgen María Asunta al Cielo . La Dedicación de un templo es la donación del edificio a Dios. Eso se hace una sola vez. Si le regalamos una joya a una persona que queremos mucho, eso se hace una sola vez. Si es por ejemplo un anillo de pedida, se puede y se debe recordar el aniversario, pero la pedida se hace una sola vez.
Dedicar este edificio a Dios significa que, en la catedral, de una manera u otra, todo tiene que estar dedicado a Dios, aunque a veces no lo parezca.
En una catedral hay muchos símbolos. Ésta está llena de representaciones del jarrón con azucenas, que significa y nos recuerda la pureza de María.
Hay otros símbolos menos evidentes, por ejemplo las piedras, los miles de piedras que forman esta catedral. ¿Qué significa una simple piedra? San Pablo nos ayuda a entender cuando dice que cada uno somos una piedra viva que entramos en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Las piedras reciben el peso del edificio y los empujes de las bóvedas. Nosotros también recibimos el empuje del viento huracanado, de las lluvias torrenciales, y este año de la sequía pertinaz; todos estos “empujes” y agrasiones son reales para la fábrica de la catedral, pero también aluden metafóricamente a las heridas de la vida, del pecado social y personal que nos desestabilizan y nos ponen en crisis espiritual. Sin embargo, el edificio de la catedral y el Cuerpo de Cristo permanecen en pie porque nos ayudamos unos a otros, unas piedras vivas a otras. Si se fijan en todas y cada una de las piedras que forman la catedral, verán que todas tienen alguna imperfección: un poco de óxido de hierro, un canto de cuarzo, un arañazo fruto del vandalismo de los salmantinos de todos los tiempos, o un agujero que nos recuerda que allí estuvieron anclados una lámpara, o un cuadro que luego se cambió de sitio. Lo mismo pasa en el Cuerpo de Cristo: todos somos imperfectos o imperfectas y pecadores, pero seguimos en pie atados por el cemento del Espíritu Santo, que nos impulsa a ayudarnos los unos a los otros, aguantando el peso de los demás pero formando entre todos una joya de la arquitectura y del arte. El perdón y la misericordia de Dios que se transmite a través de la vibración de las otras piedras vivas, restauran, refrescan y consolidan la nuestra. Porque la catedral, el templo físico, como el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia están continuamente vibrando y transmitiendo energía. De eso saben algo los arquitectos… y los pastores de almas, y las almas mismas, cada uno de nosotros, los bautizados. Y así, nos encontramos contemplando no una joya artística, sino nuestra propia casa, la del Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, piedra a piedra construidos; piedra viva y vibrante junto a las demás, Una joya de la fe mantenida durante siglos y siglos, a pesar de todas las crisis, las guerras, los pecados sociales y personales.
Esta fe que nos une en la Iglesia se ha manifestado en la catedral de muchas maneras, casi todas ellas muy bonitas, muy bellas:
La más importante de todas es la Sagrada Liturgia, acompañada por la solemnidad, los ornamentos, los vasos sagrados, el silencio sagrado, la música del órgano y los coros y las magníficas composiciones musicales de los Maestros de Capilla, como el Maestro Salinas, Sebastián de Vivanco o Doyagüe, por no citar sino unos pocos.
El hecho de que la catedral esté dedicada a Dios y ésta en concreto a la Asunción de María al Cielo, tiene muchas consecuencias prácticas de las que no siempre nos damos cuenta. Por ejemplo, Dios nos encargó, desde el principio, que le imitáramos: Dios es Creador y nosotros también debemos ser creadores con nuestro trabajo. Pero para imitar a Dios tenemos que hacer lo mejor posible nuestro trabajo. No valen chapuzas ni ahorrar en materiales. En la medida de nuestras posibilidades, tenemos que hacer las cosas bien, lo mejor posible, para que los demás disfruten de nuestra creación como disfrutamos de la Naturaleza, que es la primera obra de Dios.
Tan importante fue el trabajo del carromatero que trajo piedras desde las canteras de Villamayor, como los artesanos que pusieron en práctica multitud de oficios para construir o mantener bien esta catedral. Pensemos además, que si el edificio no fuese sólido y no estuviese bien mantenido y vigilado, los artistas no habrían podido lucir sus obras, o éstas se habrían deteriorado y destruido con las goteras, los excrementos de los pájaros y el vandalismo y el robo, como por desgracia a veces sucede. Pocas veces, pero sucede.
El encuentro personal con Cristo y la fe cristiana generan también cultura y eso que se llama ahora memoria histórica y democrática. No por casualidad el rey Alfonso IX -el joven rey que convocó las primeras Cortes en las que participó el pueblo llano por primera vez en la Europa cristiana- potenció y apoyó el nacimiento de la Universidad de Salamanca. Pues bien, nuestra Universidad nació a principios del siglo XIII en las capillas del Claustro de la Catedral Vieja, aunque hay indicios claros de que ya funcionaba un Estudio un siglo antes. Un par de siglos después, necesitada de espacio, la naciente Universidad tuvo que alquilar primero y terminó por comprar el edificio histórico donde está la famosa fachada y donde se celebran acontecimientos académicos importantes.
La cultura no son solo libros, hipótesis científicas, comentarios de los sabios antiguos y teorías. En torno a la catedral florecieron un montón de oficios, que no se hubieran mantenido sin la construcción y el mantenimiento del complejo catedralicio. No sé si saben que Salamanca tuvo a principios del Siglo XX una industria metalúrgica importante (Metalúrgica del Tormes, Fundiciones Moneo e hijo,…) una muestra de ese arte realizado en hierro lo tienen ustedes en el Mercado Central y, más cerca, en el púlpito y la puerta del Baptisterio de la parroquia de la Catedral, que es la iglesia de San Sebastián, a 89 pasos de aquí. Pero mucho más antiguas son las ocho gigantescas “cadenas” de hierro forjado que zunchan la Torre de las Campanas. Algún herrero experto tuvo que forjarlas, colocarlas y ajustarlas.
Y mientras tanto, para dar testimonio legal y escrito, y para dar trabajo a los futuros investigadores, escribanos, secretarios y archiveros guardaron la memoria histórica de todo lo que iba aconteciendo tanto en el plano material como en el espiritual, tanto en los libros de cuentas, como en la distribución y organización de las celebraciones litúrgicas. Y año a año, Maestro de Capilla tras maestro de capilla, impregnaron el silencio de los muros con las notas musicales que se filtraban desde la oscuridad quasi sepulcral, soledad sonora de los legajos de nuestro Archivo Catedralicio.
Pero toda explosión de arte, de industria y de creatividad intelectual y musical no habría sido posible sin la fe en nuestro Señor Jesucristo y en su Santísima Virgen bajo las invocaciones de La Vega o de la Asunción, o de La Soledad. Todo eso es fruto de la decisión de la diócesis de Salamanca, decisión de dedicar este templo a Nuestra Señora de la Asunción. Le pedimos a ella que nos sostenga en el esfuerzo de mantener este legado artístico y monumental y que todo él pueda seguir dialogando con las nuevas aportaciones del arte, de la técnica y de la cultura. La catedral no es una iglesia cerrada, sino abierta a todos. Y ya que estamos en ello, hay que destacar también la aportación de las colectas y los beneficios para ayudar a Caritas y a otras instituciones. Un agradecimiento grande a Vds. que mantienen el culto divino participando en las celebraciones litúrgicas de la catedral y otro agradecimiento grande a los turistas que, pagando su entradita, cual mecenas contemporáneos, anónimos y democráticos, nos ayudan a llevar a cabo todos los fines de la catedral.
Antonio Matilla, Deán. En la Fiesta del 510 Aniversario de la Dedicación de la catedral.