OPINIóN
Actualizado 12/05/2023 13:13:46
Juan Robles

Acabamos de entrar en campaña de elecciones para el gobierno de las comunidades territoriales y los ayuntamientos. En ella aparecen como protagonistas los partidos políticos. Éstos son imprescindibles para el funcionamiento de las democracias. No se trata de democracias perfectas pero, del funcionamiento del juego de los partidos, depende el nivel de funcionamiento de las democracias. Se suele decir que las democracias dependientes de los partidos son el sistema menos malo de gobierno.

Los partidos son eso, partidos. Cada uno pretende llevar consigo detrás de ellos el mayor número posible de ciudadanos votantes. Pero su función, que pretende recoger el mayor número de personas y, si es posible, a la totalidad, o al menos a la gran mayoría de los votantes. Y como se supone que hay más de un partido en competición, eso lleva consigo la partición o división de la sociedad.

Lo que pasa es que a veces el funcionamiento de los partidos causa, no una, sino muchas divisiones, lo cual termina más de una vez en tantas divisiones que hacen prácticamente imposible que uno de ellos predomine y pueda gobernar, en el nivel que corresponda.

Los partidos funcionan según los intereses de sus componentes. Eso supone que, si hay muchos partidos competidores, es que hay muchos intereses diversos en competición. Tenemos el ejemplo llamativo en la ciudad de Salamanca de que son catorce, ni más ni menos, los partidos competidores para las próximas elecciones. ¿Tantas divisiones de intereses hay en nuestra querida Salamanca?

Estas divisiones excesivas hacen imposible en la práctica que muchos países del llamado tercer mundo, o de los países del sur, puedan ser gobernados. Y peor si los diferentes intereses llevan a los grupos en los que se dividen los ciudadanos, a enfrentarse entre si violentamente.

Me comentaban estos días que en Sudán dos grupos armados se habían puesto de acuerdo para derrocar al gobernante de turno pero, una vez conseguido esto, ambos grupos han pasado inmediatamente a combatirse entre ellos con la violencia de las armas.

El hecho de que entre nosotros se organicen tantos partidos opuestos entre si supone que hay diversos intereses, a veces solamente de manifestación del egoísmo personal de quienes componen las cabeceras de dichos partidos. Y esos partidos que apenas pueden recoger una pequeñísima parte de representación, aparte de quedarse ellos en la calle, roban votos a los partidos viables o que pueden acaparar una buena parte de representación, y lo que hacen es restar fuerza a los viables y hacer más difícil los posteriores acuerdos necesarios de gobierno.

Lo que ocurre normalmente en la sociedad civil a veces termina contaminando el ambiente mismo de la Iglesia, o creando hábitos de división y de desgobierno. Algunos piensan que el nuevo experimento del ejercicio sinodal en la iglesia está creando diversas, y a veces peligrosas divisiones. Algunos acogen muy positivamente las prácticas que está llevando a cabo el Papa Francisco. Otros lo consideran prácticamente equivocado, provocador de divisiones y hasta promotor de herejías. Alguno incluso llega a insultarlo o considerarlo el propio demonio.

A niveles más cercanos, comprobamos la división de nuestras iglesias nacionales o diocesanas: los curas divididos entre si dificultando acuerdos para la realización de planes pastorales previamente aprobados o propuestos por el obispo o las autoridades diocesanas.

Igualmente aparecen las dificultades de mantenimiento de la unidad en lo que se refiere a la práctica de las llamadas unidades pastorales, propuestas que son fruto de lo que pretende dar solución a la falta de sacerdotes. Así se unen bajo el gobierno de dos o más sacerdotes varias parroquias que antes estaban separadas. La pretensión es que el gobierno de ese grupo de parroquias se lleve a cabo conjuntamente por los sacerdotes a los que son encomendadas. Normalmente los sacerdotes se dividen entre si dichas parroquias y cada uno sigue actuando y gobernando sus parroquias independientemente.

Se ve que es difícil la unión, incluso en el nivel de la religiosidad, y que la tendencia es a crear y mantener divisiones o “partidos”.

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