OPINIóN
Actualizado 09/05/2023 08:08:47
Fermín González

"Solo vemos lo que queremos ver; solo escuchamos lo que queremos escuchar. Nuestro sistema de creencias es como un espejo que solo nos muestra lo que creemos" (Miguel Ruiz)

“España vuelve a mirarse en el espejo arrugado de la historia con ojos deslucidos que no le permiten ver su mustio presente con la crudeza que reflejan los rostros de sus habitantes. A la hora de mirarse al espejo, el pueblo fija la vista en detalles superfluos y ornamentales que le distraen y le ayudan a esquivar sus propias pupilas, esas que hablan desde el interior de cada persona cuando se contempla a sí misma. La gente elige atender el orden estético y posar los cinco sentidos en posibles descuidos indumentarios antes que, sobre la pulcritud del alma y el aseo de la conciencia, prefiriendo acicalarse para ser mirada en lugar de hacerlo para ser interpelada.

Los espejos de cristal desertaron de los hogares cuando los invasores tubos catódicos les derrotaron en la tarea de reproducir la imagen de sus moradores y responder a la pregunta «¿quién es la más guapa?» También venció el usurpador en la misión de mostrar una realidad alternativa, al otro lado del espejo, capaz de ofrecer un país de las maravillas distinto cada día y diferente para cada persona. La televisión ha mostrado sobrada capacidad para que el público acepte la fantasía como única realidad posible, dado el desagradable ejercicio que supone para cualquiera reconocer su propia miseria, la mezquindad de la vida y la orfandad de perspectivas futuras que devuelven hoy los espejos cuando se les mira a los ojos.

El país de las maravillas ofrecido desde el otro lado del plasma permite a la ciudadanía arropar su desconsuelo con la raída manta de las desgracias ajenas y proliferan programas donde personajes lamentables no dudan en desnudar sus cuerpos y, aún más deplorable, sus mentes para demostrar que el espectador no es lo más penoso y desdeñable de la humanidad. Son modelos que copan un porcentaje desolador de la parrilla en cualquiera de los canales que un dedo puede seleccionar a distancia. La identificación con el producto televisivo permite al espectador conservar una remota sensación de libertad para elegir hasta ver en el espejo rostros y cerebros mucho más deteriorados que los suyos. Son estos entretenimientos eufemismos visuales de la alienación.

El espejo de plasma también muestra una versión oficial de la realidad, grata y útil para quienes escriben el guion y manejan la cámara en cada época determinada o de quién mueve los hilos de las marionetas que la interpretan. Sin rubor, se muestran como oportunidades negocios que, en otros momentos, eran y serán simple y llanamente alteraciones de la legalidad en favor de intereses privados. La corrupción de estado es el decorado para la acción y el pueblo es el repertorio de figurantes damnificados por unos y por otros. Se trata de una deplorable imagen virtual que los gobernantes ofrecen como alternativa a la insoportable realidad de los gobernados.

La versión oficial muestra la corrupción política de este país como el reflejo de quien se contempla en el espejo, del espectador acusado de ser el gusano que pudre el fruto patrio. Son las carcomas del estado, entre bocado y bocado a los cimientos sociales, quienes tildan de gusano al pueblo, quienes le acusan de querer sobrevivir y quienes proponen como modelos a seguir, por ejemplo, a Florentino, Botín, Bárcenas, Urdangarin, Baltar, Mulas, la familia municipal de Manilva (Málaga) y otros creadores de ilusiones millonarias al alcance de cualquier ciudadano que, desprovisto de imagen ética en su espejo, carezca de escrúpulos para colocar la miseria tercermundista, la corrupción y la codiciosa especulación (distorsión de un espejo) en la lista Forbes o en paraísos fiscales. Son espejos a los que mirar para distraer de la versión original.

Si se apagaran los televisores, las miradas inquietas quizás encontrarían en algún rincón de cualquier hogar, agazapada, una tabla de cristal azogado por su parte posterior que refleja los objetos situados delante de ella, incluidas las personas. Se llama espejo y no engaña”.

Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerías

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