OPINIóN
Actualizado 08/05/2023 08:31:00
Francisco López Celador

El rifirrafe entre la jefa de Protocolo de la Comunidad de Madrid y el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, ha vuelto a poner de manifiesto la diferencia entre lo que significa la palabra protocolo y lo que algunas personas buscan detrás de ella. La razón de materializar en un documento todo lo relativo a celebraciones, oficiales u oficiosas, es tener las ideas bien claras antes de comenzar esos actos, precisamente para evitar situaciones comprometidas que acaban desluciéndolos. Cumplimentados todos los requisitos, se cursan las invitaciones a autoridades y particulares. Lo normal es que haya una presidencia y una serie de asientos reservados para autoridades y personas relacionadas con la celebración. Las personas que ocupan la presidencia lo harán siguiendo lo que marca el protocolo como Precedencia Oficial, donde están previstas todas las posibles situaciones.

Aparte del protocolo, existe el sentido común, la cordura, la prudencia y, en una palabra, la educación. Todo antes que acudir a los actos con la idea preconcebida de armar gresca. Desde que estamos en democracia, hay políticos que no acaban de entender lo que significa la alternancia en el poder y piensan que nadie está por encima de ellos. No admiten que una nación no es una finca privada cuyo jefe es dueño y señor de vidas y haciendas. Piensan que tienen un privilegio para estar por encima de los demás. Esta forma de entender la vida adquiere su máxima expresión cuando el protagonista cree ver en peligro ese privilegio. Para contrarrestarlo, moverá todos los resortes a su alcance.

Decir que estamos de lleno en campaña electoral es miopía, o cinismo. Sánchez lleva cinco años en cruzada particular. Hasta ahora ha demostrado que hay pocas cosas que le hagan cambiar. Cuando existe alguna, siempre encuentra la forma de soslayarla, bordeando a veces la legalidad o pasando por encima de ella, consciente de lo que hace.

Basta con examinar la coalición que ha formado para concluir que para él lo importante es continuar en el cargo. Lo accesorio es analizar cómo lo ha conseguido, siendo leal seguidor de las ideas de Maquiavelo. Algún incauto pensó que, una vez llegado al poder, recobraría la sensatez y, a la hora de gobernar, tendría muy claros los principios que adornan a una moderna democracia. Vana ilusión. Está demostrando ser mucho más revolucionario que sus compañeros de viaje. Ha conseguido borrar de su ideario cualquier asomo de socialdemocracia para abrazar descaradamente el fundamentalismo marxista, hasta declararse más cercano a las dictaduras filocomunistas que a las democracias occidentales. Tiene un lenguaje y un discurso para moverse en el exterior. Cuando lo hace en casa, es capaz de mentir a todas horas y hacer lo contrario de lo que predica. No en vano tiene la suerte de contar con unos compañeros de partido muy adaptados a su método. Cara a la galería se declaran críticos con las leyes que propone el jefe, pero procuran no saltarse la disciplina de voto. Saben que el menor reproche lleva aparejada la pérdida del cargo. A pesar de las barbaridades que han salido publicadas en el BOE, ni uno sólo de sus acólitos ha osado dimitir.

A pesar de los continuos esfuerzos de los medios de comunicación afines – la inmensa mayoría- el grado de aceptación de las leyes de este gobierno disminuye de forma apreciable. El responsable de esta amenaza hay que buscarlo en la derecha. A Sánchez le ha salido un grano muy molesto en la Comunidad de Madrid que, a pesar de las continuas trabas que recibe de la Administración Central, se ha convertido en la región más próspera de todas. Tiene al frente a una mujer sencilla, no muy conocida, trabajadora, fiel a la Constitución y férrea defensora de la unidad de España, que no baja la guardia ni se deja amilanar.

El incidente del pasado día 2 ha servido para volver a poner las cosas en su sitio. Hay políticos que no acaban de asumir lo que significa alternancia en el poder. Piensan que estamos en una finca , con un dueño y señor de vidas y haciendas, que desprecia a quien no piense como él. Cuando un gobierno censura a la oposición que no comulga con su forma de entender la política alegando que es una forma de deslegitimizar la democracia, es porque no admite que la oposición cumpla con su deber: de criticar aquello que considere equivocado y perjudicial para la sociedad. Como en nuestro caso, hablamos de un gobierno que sólo cree en “su” democracia; la que persigue ridiculizar al contrario y embaucar a todo el que se deje.

Se presentaba una ocasión para mejorar las encuestas. El presidente delegó en la ministra de Defensa, pero había que reforzar la sensación de poder incluyendo más ministros en la presidencia. A Bolaños le importaba un bledo el acto, pero para eso es un ministro para todo. Parecía lo más “rentable” presentarse sin estar invitado y, “echándole cara”, saltarse el protocolo y dejar bien claro quién manda en Madrid. Lo que no se esperaban era una mujer preparada para el cargo, firme en sus decisiones y despuesta a no ceder ni un milímetro. Lo que pretendía ser un ajuste de cuentas se convirtió en todo lo contrario : hacer ridículo.

Los medios afines han tenido que hacer una faena de aliño. No obstante, hay que esperar toda clase de artimañas para tratar de compensar el error. Aparecerán toda clase de trapos sucios, se interpondrán denuncias y se presionará a más de uno para sacar provecho. La izquierda no siempre ha sabido asumir las derrotas. Una cosa es el protocolo y otra muy distinta las lentejas.

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