SOCIEDAD
Actualizado 05/05/2023 13:44:35
Vanesa Martins

Vivía en San Salvador, allí han tenido que dejar toda su vida y a parte de su familia escapando de las pandillas

Abandonar tu casa, tu barrio, tu país con lo puesto. Nada de recuerdos, objetivos personales o algo tan simple como ropa. Nada. Eso es lo que le ocurrió a una joven de El Salvador y a su familia. No da la cara. Por motivos de seguridad prefiere mantenerse en el anonimato. Tampoco da su nombre, por miedo. Lo más importante es proteger a su familia y protegerse a ella misma. Cuenta su historia en la sede de Salamanca Acoge, llega de trabajar, cansada pero fiel a la cita.

Tiene 29 años y hace tan solo uno su vida cambió de repente, sin ningún motivo aparente. Vivía en San Salvador con su hija de 7 años, su hermana, su hermano y su madre cuando por causa de las pandillas, tuvieron que dejar todo. Tuvieron que huir. “En el sector en el que nosotros vivíamos las pandillas, aunque usted no se meta con ellos, si usted no les cae bien, o si los busca, si les gusta, si usted estudia o ven algo que tenga y que ellos no empiezan a molestarlos”, cuenta.

En nuestro caso nunca nos metimos con ellos, estuvimos viviendo en el mismo lugar 25 años y de la nada empezaron”. Ella y su familia empezaron a trabajar.Comenzaron a decir que teníamos dinero, mi mama era una comerciante de fruta y verduras, y nosotros estudiábamos. Decían que los mirábamos de menos”. De la noche a la mañana empezó todo, sin ningún motivo.

Un silencio, respira y continua. “Llegaron una noche varios sujetos cona armas, con pasamontañas para entrar a mi casa. Ese día solo estaba mi mamá, mi hija y yo. Empezaron a decirnos que les diéramos el dinero, el oro que teníamos. Nosotros le decíamos que no teníamos nada, lo que teníamos era porque trabajábamos y ellos decían que no, que eso era mentira. Empezaron a revisar todo, a darle vuelta a la casa. Esperaron a que llegaran mis hermanos para decirles cosas y registrarles. A mi hermano le hicieron que se levantara la camisa para ver si llevaba algún tatuaje”. Otro silencio. “Nos dijeron que teníamos 24 horas para salir de nuestra vivienda”.

"Empezaron a dar vueltas alrededor de nosotros mientras nos apuntaban con las pistolas"

Pero esos angustiosos momentos son terminaron ahí. “Nos sentaron a todos en un sofá. Empezaron a dar vueltas alrededor de nosotros, con las pistolas nos apuntaban. Decían que no nos mataban porque nosotros no nos habíamos metido con ellos, pero que no nos querían allí”.

Los sujetos estuvieron en su casa dos horas aquella noche. “Nos decían que por qué no llorábamos. Que nos querían ver humillados. A mi hermano le decían que mejor no hablara porque le iban a matar delante de nosotros. O a mi hermana o a mí, que iban a hacernos algo enfrente de mi mamá. Nos tomaron fotografías a cada uno de nosotros, dijeron que en la policía tenían contactos y que si denunciábamos nos iban a encontrar, estuviéramos donde estuviéramos”.

Esa misma noche abandonaron su casa y su barrio con el pijama puesto. Nada más. Perdieron todo y se marcharon a otro pueblo, a casa de la abuela de su hija. No denunciaron. Tenían miedo.

Pero necesitaban dinero para poder vivir y sobrevivir. “Nosotros teníamos que seguir trabajando. Ellos se mueven en diferentes sectores y nos seguían acosando porque se quedaron también con nuestros móviles. A veces empezaban a llamar a nuestros contactos. Nos llegamos incluso a cortar el cabello para parecer personas diferentes”. Por buscar una mejor vida, estudiar y poder poner un negocio. “Eso fue todo lo malo que hicimos”.

Finalmente pusieron la denuncia y comenzaron de nuevo a recibir amenazas. “Allí la gente desaparece como puede desaparecer un dulce y decidimos que había que irse”. Un conocido les dijo que Salamanca era una de las ciudades más seguras de toda España. Ahorraron, compraron los billetes y 8.440 kms. después llegaron a Salamanca.

Llegaron a la ciudad el 1 de mayo de 2022. Ella, su hermana, su hija y su madre. Su hermano se quedó allí. “El dinero no alcanzó para su pasaje. Está a punto de graduarse este año de ingeniero agroindustrial. Se fue a vivir cerca de mi abuela, pero estamos preocupadas por él. Hasta el momento él no tiene pensado venirse, quiere terminar de estudiar y prefirió que viniéramos nosotras y él quedarse allá”, cuenta con tristeza en la mirada.

“Para mi madre es muy difícil. Además, hace tan solo unas semanas mi abuela falleció. Nosotras desde aquí no podemos hacer nada. Mi mamá siempre muestra una buena cara pero nosotras sabemos que no está bien”, relata.

"Paz", el primer sentimiento al llegar a Salamanca

Cuando llegaron a Salamanca lo primero que sintieron fue “paz, porque ya podíamos salir, podíamos respirar. Pero también era empezar otra vez, no conocíamos el lugar, no conocíamos gente, no sabíamos cómo nos íbamos a sostener porque hay que pagar un alquiler, la comida, y no a toda la gente le gusta ayudar”.

Los primeros meses han vivido en dos habitaciones que alquilaron. Ahora ya tienen una casa para las cuatro. “Al llegar nos hablaron de varias organizaciones. Empezamos a preguntar en diferentes lugares y gracias a Dios aquí, en Salamanca Acoge, nos ayudaron”.

No tiene palabras para agradecerles lo que han hecho, y siguen haciendo por ella y por su familia. “Para empezar en alimentos, eso nos ha ayudado un montón. También instruyéndonos, nos enseñan, nos dicen cómo movernos…Uno no conoce a nadie y que le tomen en cuenta ayuda mucho”.

Su hija ya tiene ocho años y “se ha adaptado muy bien, en el colegio la tratan muy muy bien. Ha mejorado mucho porque era muy cohibida, no hablaba, le tiene miedo a la gente extraña”, cuenta. Pero la pequeña no olvida lo que vivió aquella noche en San Salvador. “Nos preguntaba que por qué tuvimos que dejar nuestra casa, nuestras cosas. Al venir a Salamanca nos preguntaba por qué dejábamos allí a mi hermano, que pasaba con su perrita… Es muy duro escuchar a una niña de su edad decir que no tiene nada. Y es cuando uno cae en que es cierto”.

Ahora “estamos mejor que en El Salvador. Sentimos más paz, más libertad de poder salir. No digo que las cosas no pasen, pero allí no podemos estar con el móvil de la mano, no podemos ir caminando a última hora, los transportes son muy peligrosos, incluso si le gustas a alguien, solo con parecerle atractiva, usted no llega a su casa. Y nunca le encuentran”.

Haciendo un balance de este último año,lo más duro fue apartarnos de mi hermano, dejarlo y tener que partir. Dejar allí lo poco que nos quedaba porque uno no sabe cuándo va a regresar”.

Al futuro mira con esperanza y optimismo. “Lo miramos con una muy buena cara. Espero y deseo legalizarme, tener los papeles y encontrar un trabajo digno”. Y ayudar, quiere ayudar a la gente y aportar su granito de arena. “Así como a nosotros nos han ayudado, en el futuro ayudar nosotros a otras personas que vienen en la misma condición”, concluye.

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