OPINIóN
Actualizado 02/05/2023 07:58:25
Francisco Delgado

No siempre ha sido el proceso de envejecimiento de la población como lo es actualmente: en general el envejecer de hace unas décadas era menos traumático, que como lo es ahora: los cambios radicales que ha experimentado la familia en el último siglo y la desaparición de seguridades económicas que actualmente se han volatilizado, ha creado un proceso de envejecimiento más duro emocionalmente y en parte, también, físicamente.

El sentimiento de soledad es quizás el que más intenso se ha hecho, en las generaciones mayores, sobre todo a causa de la dispersión geográfica, por motivos de trabajo, de los hijos. Los abuelos tienen ya, en general, pocas posibilidades de disfrutar de la red familiar ( hijos, nietos, la familia del cónyuge) de modo estable: si la familia vive en otra ciudad, las visitas son esporádicas; si fallece uno de los cónyuges o ha habido una separación matrimonial, la soledad se incrementa. En los últimos años los mayores han experimentado que solo algunas instituciones o pequeños grupos, pueden paliar esta soledad: Centros de día, grupos estables organizados alrededor de intereses concretos (viajes, ocio, intercambio de servicios, nuevos aprendizajes) son los únicos que pueden tener una característica de saludable acompañamiento en esta difícil, en general, etapa.

Pero no solo la soledad debilita el bienestar psíquico y social del mayor, también el sentimiento de pérdida de facultades o capacidades progresivas, hace nacer un sentimiento de fragilidad ( muchas veces oculto debajo de una actitud de falsa seguridad u omnipotencia). Los frecuentes cambios corporales y el empeoramiento general de la sanidad pública, asistencial y preventiva, producen este sentimiento de falta de apoyo, tan necesario en esta etapa.

Casi diariamente los medios de comunicación informan de numerosos casos individuales de ancianos/as, que con una protección más sistemática, habrían evitado conductas patológicas, que son consecuencia del hecho de que, actualmente, con dolorosa frecuencia, no se tratan numerosos casos necesitados de atención médica y/o psicológica necesaria.

Sin embargo, no todo juega en contra de la salud y el bienestar del mayor. La mayor parte de las veces, la experiencia vital acumulada por una vida llena de vivencias, adaptaciones a los cambios del medio ambiente, decisiones necesarias en tantas encrucijadas que nos presenta la vida, hace crecer en la persona mayor un sentimiento de seguridad en los propios recursos y en la visión de la sociedad y los problemas públicos, que les eleva de la media de los conciudadanos, a esa sabia atalaya metafórica que es la edad avanzada: no será el mayor más fuerte físicamente que su vecino o su hijo/a, pero es más eficaz en la valoración de riesgos o en la claridad de análisis de situaciones.

Y si a esta seguridad en los propios recursos se añade otro sentimiento que muchos mayores tienen, el de satisfacción y dignidad por los frutos cosechados a lo largo de su vida, gracias a sus manos, a su intelecto o a su constancia, un sentimiento profundo de dignidad y satisfacción con la tarea exitosamente terminada queda instalado sólido en la imagen de sí mismo/a, que actúa como sano escudo protector frente a individuos o instituciones ineficaces, ignorantes o manipuladoras.

El proceso de envejecimiento tiene sus frustraciones y debilidades, pero también tiene sus fortalezas y gratificaciones.

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