Y el jamón o el tocino de los cerdos negros, criados al aire libre con la bellota gruesa y dulce de la encina extremeña, enjutos y grasos a un tiempo, se les tuvo que hacer imprescindible.
Por eso no había rebaño en el que no hiciesen cordel junto a las merinas, de vuelta a la montaña, estos cerdos ibéricos comprados en invierno que la familia terminaría de engordar para la matanza. Y al otoño siguiente se cerraba el círculo cuando ese pastor regresaba a las dehesas del Sur llevando en el zurrón al cerdo transformado en chorizos y chacinas.