OPINIóN
Actualizado 01/05/2023 09:56:23
Santiago Bayón Vera

Aparte de la caza, la pesca y el huevo ocasional, entendían los pastores de plantas y de hierbas, de bayas y cebollas silvestres. Un conocimiento transmitido, como todos los demás, de una a otra generación y enriquecido con las aportaciones de otras regiones, de otras tierras, tan completo y complejo que es difícil imaginar en nuestros días. Porque no sólo entendían de plantas y frutas silvestres comestibles, que a menudo también tenían propiedades terapéuticas, sino que estaban familiarizados con aquellas que se utilizaban para curar las enfermedades más comunes en hombres y ganado. Plantas astringentes contra las hemorroides y la diarrea como el zumaque (rhus coriaria), la tintura de castañas frescas y el rapónchigo (campanula rapunculus L.); plantas diuréticas tal el ombligo de Venus (umbilicus pendulinus) que crece entre las rocas umbrías; laxantes, entre ellas la malva (malva silvestris), que ya se conocía en el siglo VII a.J.C. y que aún se come como verdura en Marruecos; y vulnerarias o cicatrizantes de heridas como la hierba de San Juan (hypericum perforatum L.), el alfilerillo de pastor (erodium cicutarium L) o cualquiera de las geraniáceas. Hasta para el escozor de los pies que sudan mucho –y debían ser expertos en ello– tenían el zurrón (chenopodium bonus-Henricus L.) como remedio.

Foto: Santiago Bayon Vera

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