OPINIóN
Actualizado 19/04/2023 08:20:25
Juan Antonio Mateos Pérez

La lectura debe causarnos placer. Un placer que venga de lo más hondo del alma y que ha

de quedarse allí intacto y disponible

ÁLVARO MUTIS

Cuando leemos, creamos nuestras propias imágenes y asociaciones. El libro vive dentro de nosotros, se reinventa en nosotros a medida que lo vamos leyendo

JOSTEIN GAARDER

Como cada año, el 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro, vehículo fundamental para acceder a la educación, la ciencia, la cultura y la información en todo el mundo, transmitirlas y promoverlas. Nos recordaba don Miguel de Cervantes, el ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres. Leer no es acumular datos, sino interpretar la realidad y todos aquellos mundos posibles que nos puedan interpelar y dar sentido a nuestra existencia. El amor a la lectura y al libro, es una de las formas más hermosas de crecimiento interior.

Leer es legere, en su sentido etimológico, elegir. Una buena elección es diligere, amor y estima por esa experiencia inquietante que es la lectura, que a veces nos puede poner en entredicho. La buena lectura nos lleva a la escritura, el buen lector necesita escribir, aunque no sea en un soporte material, sino en el fondo de su conciencia. La lectura y la escritura hacen habitable nuestro espíritu, en ellas nos apoyamos para transcender nuestras realidades, nuestro propio yo y, superar de alguna manera el tiempo vivido.

La escritura no solo se reduce al pensamiento, va mucho más allá. Nos abre la capacidad de asombro, la curiosidad, el amor a las preguntas y al sentido de la existencia y el mundo. Nuestro querido Emilio Lledó, establecía una relación de la escritura con la memoria, que es un alegato insistente contra el olvido. La memoria está en el centro de nuestra existencia y en el centro de la libertad de expresión.

La memoria es el gran guardián del pensamiento y de la experiencia. El tiempo de la vida, el tiempo que vivía en la memoria, iba aplastando esas vivencias en las márgenes del olvido. La escritura fue el gran invento para vencer esa claudicación ante el tiempo. Para la reflexión, para abrirnos a la existencia y a nosotros mismo ha sido vital la escritura, sin ella todo el logos del ser humano hubiera sido clausurado por el tiempo y reducido a lo inmediato de la experiencia. La escritura no se agota con la escritura y el discurso escrito, se abre a un mundo de posibilidades más allá del tiempo del autor y se sumerge en cada memoria desplegada en cada momento presente.

El libro es un precioso instrumento de saber, cultura y vida. Es ascender a al monte de la abstracción desde las llanuras de la imagen, del conocimiento sensible, para ascender al mundo inteligible del conocimiento. Es salir de la caverna de la opinión y llegar a las difíciles luces de la razón, que es sopesar y reflexionar para encontrarnos con una realidad con mayor resolución que nos llevará un mejor obrar. Nos recordaba Antonio Barnés, que "el libro es quizás la más digna habitación de la palabra, pues la convierte en protagonista y la enmarca abriendo y cerrando las puertas del discurso".

En esto de la lectura, no hay que leerlo todo, el mejor poso que proporcionan los libros no actúa por acumulación. Así escribe Aldous Huxley “la cultura no deriva de la lectura de libros, sino de la lectura exhaustiva e intensa de buenos libros”. Nos recordaba David Cerdá, que la lectura es una de las dietas del corazón y la razón, es decir, del pensamiento, puesto que sentir es también un modo de pensar (y viceversa). Como en toda dieta, la clave está en la variedad y la calidad. Así la relación entre el verdadero lector y el libro siempre es creativa. Los libros, según Richard Rorty, expanden nuestra imaginación moral, pues nos hacen sensibles a las diferencias y a la diversidad.

El libro impreso tiene más de cinco siglos de edad, pero el libro digital ha cumplido ya más de medio siglo. Es necesario remontarse al Proyecto Gutenberg, un proyecto visionario creado en julio de 1971 por Michael Hart con el fin de distribuir gratuitamente las obras literarias por vía electrónica. Pero es necesario esperar a la aparición de la web en el año 1990 y después Distributed Proofreaders, en 2000, cuya meta es compartir la revisión de los libros electrónicos entre miles de voluntarios, para que el Proyecto Gutenberg encuentre una velocidad de crucero y su difusión internacional.

La web, se ha convertido en una gigantesca enciclopedia, una enorme biblioteca, una inmensa librería, imprescindible para informarse, comunicar, acceder a documentos y extender los conocimientos. Hoy en día podemos acceder a esa información, bien en forma de libro o en web, desde nuestro ordenador, teléfono, tableta de lectura o en el asistente personal (PDA).

Los dos formatos tienen que convivir, pero una sociedad sin papel es una sociedad sin historia, ya que las redes multiplican la información, pero no el conocimiento. En las redes, el formato y lo físico pasa a un segundo plano y prima lo visual y la inmediatez de contenidos. El conocimiento humano implica una cierta detención del tiempo, solo la mente humana puede crear historias, transcender y situarlas fuera del tiempo. El exceso de datos colapsa y detiene el conocimiento, convirtiéndonos en una prolongación del disco duro. Conocer no es acumular datos, sino saber interpretarlos, ubicarlos y valorarlos. Discernir o no discernir esa es la cuestión, ya que el hombre es un ser siempre en búsqueda de sentido.

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