A cargo de Miguel Ángel González en la iglesia de San Juan de Alba de Tormes. Viernes 7 de abril de 2023. 19 horas
Vamos a contemplar a Jesucristo, muerto en cruz, glorificado y dando la vida, guiados por el discípulo amado, San Juan, en este su templo albense.
1. La escena de la lanzada: «Todo está cumplido» (Jn 19,30). Es el final. No hay amor más grande. La máxima gloria de Jesucristo es la gloria de amar. Esta es su verdadera conquista. Y «entrega el Espíritu» (Jn 19,30). Es una expresión enigmática, que no se suele decir de un hombre que muere, y que expresa que derrama sobre el mundo ese perfume que había aspirado durante la Pasión.
La escena de la lanzada es para personas que se adentren, con mirada contemplativa, a lo teresiano, en la definitiva y total manifestación del Don de Dios. En esta escena de la lanzada, el Hijo único, el que estaba junto al Padre, al que nadie ha visto nunca, nos lo va a revelar ahora de modo pleno dejándose abrir el corazón, lo más interior de la persona, para entrar en el insondable abismo de Dios.
«Los judíos como era el día de la preparación para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado, que era un día solemne, rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retirara» (Jn 19,31).
Se trata de darle el golpe de gracia por si todavía queda algo de vida. «Fueron pues los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él, pero al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,32-34). Esta es una escena con una concentración de detalles, con una gran carga simbólica. Aquí Jesucristo va a manifestar plenamente su Gloria. Y la Gloria es la manifestación de la Bondad de Dios.
2. La glorificación de Jesucristo: «Cuando yo sea elevado en la tierra atraeré a todos hacia mí. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto así tiene que ser elevado el Hijo del hombre. Para que todo el que crea en Él tenga salvación» (Jn 3,14). «Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28).
«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39), es el grito de exclamación del centurión romano en el Evangelio de san Marcos. Este Evangelio comienza así: Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el centro de este Evangelio está esa proclamación de fe de Pedro: «Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios»; y se cierra con la proclamación de un pagano que reconoce, en ese hombre que no muere como cualquier otro: «Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios» (Mc 15,39).
El Hijo del hombre ensalzado, levantado. Hay un levantamiento, hay una glorificación, que no sólo es levantamiento en la resurrección, sino que es el levantamiento en la cruz. Por eso, en san Juan, cruz, resurrección y Pentecostés tienen unidad en esta escena. San Juan hace coincidir el momento en que los corderos pascuales se inmolan en el templo de Jerusalén, con la celebración de la Pascua. «Como era el día de la preparación» (Jn 19,42). La preparación es la muerte de los corderos para la comida pascual. Ahora se establece una nueva etapa en la salvación en torno a Jesucristo muerto y glorificado. Un muerto que da la vida, resucitado y que derrama el Don del Espíritu.
3. La unción de Betania
Hay una escena que el Señor veía como anticipo de este momento: la unción de Betania, cuando aquella mujer con un vaso precioso de alabastro unge a Jesucristo con un perfume precioso y Él dice que está anticipando su muerte y sepultura. Ese gesto anticipado se verifica en este momento: no es un vaso de alabastro, es el vaso de la Humanidad preciosa de Jesucristo. Un vaso que va a ser roto por la lanza del centurión romano en el costado que, va a abrir, va a golpear, ese vaso, va a golpear esa roca. La roca de la que bebía el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, era figura de esta roca. San Pablo en 1Cor 10 habla de cómo bebimos en la roca y después dice: «La roca era Cristo». Roca autem erat Christus.
¿De qué ha muerto este hombre?: Ha muerto de amor. Jesucristo asume el puesto del cordero pascual. «Quebraron las piernas del primero de los malhechores y del otro crucificado con él, pero a él no le quebraron las piernas» (Jn 19,32s). En esto san Juan está descubriendo el cumplimiento de esa profecía: no le quebraran hueso alguno. Por eso Jesucristo es el Cordero Pascual.
4. «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré»: Vamos a acercarnos a esta Humanidad, que es la Roca, que es Cristo (1Cor 10, 1) Esta lanzada deja abierto de par en par la novedad de lo que Dios nos estaba reservando.
La lanzada es abrir en Jesucristo lo que él llamó su Templo. El profeta Miqueas en el capítulo cinco había anunciado que «el Mesías vendría con lejía de lavandero a purificar el templo». Jesucristo había dicho: «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). «Pero Él hablaba del Templo de su Cuerpo» (Jn 2,20), del Santuario de su Cuerpo. El Templo, y esto es una de las cosas impresionantes cuando se va a Jerusalén, está destruido, no queda nada. Para los judíos ahí está el drama: el drama del Templo destruido, pisoteado, invadido por las mezquitas musulmanas, los paganos que han invadido el lugar santo de Dios. Jesucristo se va a poner en el lugar de ese Templo.
El Nuevo Templo es el Cuerpo de Jesucristo, el Cuerpo de Jesucristo muerto y resucitado, en definitiva, es la Eucaristía: por eso ese es el centro de la vida de la nueva religión. «Él hablaba del Templo de su Cuerpo. Cuando resucitó de entre los muertos se acordaron sus discípulos que había dicho esto» (Jn 2,22). San Juan en esta escena tiene en cuenta lo que Jesucristo había dicho de sí mismo. Ahí está el centro del cristianismo. Ojalá el Señor nos lo haga descubrir.
5. «Al instante salió sangre y agua»: Y de ese Vaso de alabastro precioso que es la Humanidad de Jesucristo, de esa Roca golpeada por la lanza del centurión romano, que la tradición llama Longinos, de ese Templo, del lado derecho, brotan sangre y agua. Esto es lo que suscita la reacción de asombro del testigo: «Pero al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua» (Jn 19,33-34). Fijémonos que es un muerto que es herido ulteriormente y del cual antes de que se presente resucitado, está dando vida porque la sangre y el agua son la sede de la vida. Es el misterio de muerte y resurrección, en este costado abierto del que brotan sangre y agua.
«El que lo vio lo atestigua, su testimonio es válido y él sabe que dice la verdad para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán hueso alguno”» —referido a las prescripciones respecto al cordero pascual y—, «mirarán al que traspasaron» (Jn 19,35-37).
6. «Mirarán al que traspasaron»: Esa mirada que va a ser una mirada de fe en torno a la cual o desde la cual se construye la vida de la Iglesia, porque ese es el centro. «Mirarán al que traspasaron». Aquí está todo el comienzo del itinerario de la espiritualidad del Corazón de Cristo.
El jansenismo, trataba de alejar al pueblo cristiano de la Bondad, de la Misericordia, de la cercanía de Dios, encorsetando y encogiendo los corazones del pueblo sencillo. Por eso, Dios interviene a través de santos como Santa Teresa de Jesús, Como Santa Teresita de Lisieux, para recordarnos el misterio de la humanidad e Jesucristo manifestada en su corazón traspasado.
Al descubrir al Corazón de Jesucristo, por su gracia y por su misericordia, no nos cansemos de proclamarlo y lo pongamos como el centro desde el cual vivir toda la vida cristiana. Dios que reclama en nosotros, espera y mendiga una respuesta de amor. Los que miran al Corazón de Jesucristo quedan sanados de sus dolencias. De este Corazón brota sangre y agua que es la fecundidad del sacrificio. De un muerto brota la vida.
7. «De su seno correrán ríos de agua viva»: Tras morir es atravesado y antes de la Pascua brota de él la vida. En su interior se ha formado ese río de agua viva que nos descubre la lanzada del costado y que es el Espíritu Santo. Es necesario descubrir la plenitud de esta escena en esas palabras de Jn 7 donde Jesucristo en pie gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí» (Jn 7,37). Ir a él y creer tiene el mismo significado. «Nadie viene a mí si el Padre no le atrae» (Jn 6,44), «el que cree en mí tiene vida eterna» (Jn 6,47). Y a continuación, «como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva»
Del interior de Jesucristo, de sus entrañas, brotan esos ríos de agua viva que son el Espíritu y que recibirían los que creyeran en él, los que le miraran con mirada salvadora, con mirada de fe.
8. «Vi un agua que manaba del lado derecho del Templo»: Vamos a acercarnos por último a unos textos de Ezequiel que son muy conocidos pero que ayudan a comprender el alcance de esta escena. De ahí que el evangelista diga: «el que lo vio da testimonio y sabe que su testimonio es verdadero». En la noche de Pascua, solemos cantar «Vi un agua que manaba del lado derecho del Templo» (Ez 47, 1). «Me llevó a la entrada de la Casa (el Templo) y he aquí que debajo del umbral, debajo del umbral del Templo salía agua en dirección a Oriente porque la fachada del templo miraba hacia Oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho del Templo».
Es el Corazón, el lado derecho. «Luego me hizo salir al pórtico y he aquí que el agua fluía y seguía creciendo hasta un agua que no se podía pasar a nado y vi que a la orilla del torrente había gran cantidad de árboles»: es la fecundidad de esta agua. «Este agua sale hacia la región oriental desemboca en el mar, y en el agua hedionda, el agua queda saneada. Todo lo que toca esta agua que saneado y purificado por donde quiera pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá. Si es viviente como que vivirá, revivirá de la nueva creación, los peces serán muy abundantes porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo. Y la vida prospera en todas partes a donde llega el torrente, etc.» (Ez 47,1ss).
El agua del lado derecho, ese torrente que todo lo sana, ese torrente que todo lo fecunda a orillas del torrente, a uno y otro margen, crecerán toda clase de árboles frutales, la fecundidad del espíritu, en todo tipo de dones, de carismas, de gracias, no se marchitaran y cuyos frutos no se agotaran, producirán todos los meses frutos nuevos porque esta agua viene del Santuario. «Hablaba del Santuario, del Templo de su Cuerpo». «Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de medicina». Aquí vemos que esa agua que brota del cordero está en el centro de la Jerusalén celeste. Esto es el colmo, este es el culmen, aquí está la plenitud de la revelación. La poesía mística de san Juan de la Cruz lo dice muy bien:
26. En la interior bodega / de mi Amado bebí, /y cuando salía por toda aquesta vega, / ya cosa no sabía; / y el ganado perdí que antes seguía.
27. Allí me dio su pecho, / allí me enseñó ciencia muy sabrosa, / y yo le di de hecho / a mí sin dejar cosa; / allí le prometí de ser su Esposa.
Cántico espiritual 148