OPINIóN
Actualizado 04/04/2023 09:31:06
Luis Gutiérrez Barrio

El 9 de julio de 1907, Unamuno, publicó en La Nación de Buenos Aires un artículo que tituló “Cientificismo”. Es un interesante artículo que, como todos los de Unamuno, bien merece la pena leerlo entero, meditarlo y comentarlo.

Pues bien, de ese artículo me quedo hoy con el párrafo siguiente:

El cientificista, en efecto, es un demócrata intelectual. Se imagina que la jerarquía mental se adquiere, como la política, por sufragio, y que es la ley de las mayorías la que decide de la genialidad a un hombre, con lo cual no hace sino exaltarse a sí mismo.

Más de un siglo después son muchos los que siguen pensando que la jerarquía mental depende del partido en el que militan. No tenemos más que asomarnos a cualquier medio de comunicación o a las redes “sociales” para ver con demasiada frecuencia gente que se ríe del otro, hace chistes y le ridiculiza por el mero hecho de militar en otro partido.

No creamos que se trata de gente ignorante que no sabe lo que dice (tampoco son tan inteligentes como ellos se creen) pero son personas con capacidad de razonar razonablemente bien si fueran capaces de apartar su orgullo, disipar la negra nube que no les permite ver más allá de sus narices.

Son personas, estudiadas y leídas, es decir que se les supone una opinión con fundamento, eso sí, el suyo, que es el verdadero. La inteligencia y la sabiduría y por supuesto la razón siempre está de su lado.

Con mucha frecuencia se da por hecho que una persona que milita en un partido distinto del mío, por el mero hecho de militar en él, es un ignorante, que nunca ha leído libro alguno con alguna sustancia. Los otros son personas superficiales, ignorantes, caprichosas y además, por si todo esto fuera poco, son tan orgullosas que no se permiten la duda. Están tan asentados en su verdad, en la verdadera verdad, que miran a los otros con desdén, les insultan les menosprecian… cuando lo lógico, lo humano, lo que una persona de bien haría al ver a un semejante que puede estar equivocado es hablar con él, hacerle ver su error, intercambiar opiniones a ver si entre ambos son capaces de encontrar la verdad, tener un poco de compasión por el débil... en fin comportarnos como personas. Pero me temo que eso de la humanidad la vamos perdiendo en las cunetas de la vida a medida que avanzamos con la mirada puesta en un futuro incierto, sin importar a quien pisamos en ese mentiroso avance.

En las redes “sociales” o en ciertos programas de radio y televisión podemos comprobar todos los días, como los demócratas intelectuales de un lado se ríen de los que están en el otro y viceversa, les caricaturizan, jalean a los que más improperios o chistes malos inventan. Con lo que la separación es cada vez mayor, los bandos se van replegando cada vez más sobre sí mismos, esperando la oportunidad de saltar sobre el otro. Son tan necios que piensan que todos los que están a su lado y les ríen las gracias son los más listos, que tener o no tener razón, ser o no ser inteligente, depende del bando en el que te alinees. Si te cambias a su bando, inmediatamente poseerás todas las luces que ellos tienen.

No son pocos los casos que hemos visto de políticos que, militando en el partido de los necios, se han cambiado de organización y de la noche a la mañana han recibido, tal vez por ciencia infusa, una claridad de ideas impensable en esa misma persona el día anterior.

Digo yo que si la cuestión de ser o no ser inteligentes, de ser sabios y tener razón, tiene tan fácil arreglo, a qué estamos esperando para saltar al otro lado, y así ver la luz. Lo malo es si saltamos al lado equivocado y quedamos sumidos en la oscuridad perpetua y sin saber que estamos en ella. A lo peor esto es lo que le pasó a la Humanidad hace tiempo y aún estamos peleando entre nosotros sin saberlo, disputándonos la poca luz que nos queda.

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