Confieso que cuando se anunció una moción de censura para desbancar al Gobierno pensé que se trataba de una broma, de un bulo, de una de esas noticias que con frecuencia circulan por las redes sociales por obra y gracia de quienes tienen que matar el tiempo para que el tiempo no los mate a ellos. ¿Qué sentido tenía una moción de censura en vísperas de elecciones generales como quien dice? ¿A qué partido se le podía ocurrir tal cosa si hoy por hoy ni el que gobierna ni los que quieren gobernar merecen la confianza de los ciudadanos? ¿Cómo era posible que con los problemas que tenemos en estos momentos los partidos perdieran el tiempo en algo tan fuera de lugar…? Pero me equivoqué: no se trataba de una broma, la cosa iba en serio.
Confieso que cuando supe que era Vox el promotor de la moción de censura y presentaba de candidato a la presidencia del Gobierno al profesor y economista Ramón Tamames, no me lo podía creer, pero era cierto. Que Vox tomara esta decisión no me parecía nada raro, a Vox todo le sirve para desgastar al PSOE, incluso hacer el ridículo, porque hacer el ridículo es presentar a un candidato con nueve décadas encima, sin un proyecto de gobierno y sabiendo que la moción no iba a prosperar. Pero que el señor Tamames aceptara, más que raro, era rarísimo. ¿Qué explicación tenía que alguien de ideas tan opuestas a las de Vox y tan defendidas siempre se compinchara con ellos? Eso se me antojaba algo tan sospechoso como que Dios y el diablo se unieran para salvar al mundo. Pero había algo más. No cabe duda de que ha sido un hombre brillante y que cuenta con más conocimientos y experiencia que la mayoría de los políticos que hoy nos gobiernan, pero le sobra inteligencia, capacidad y lucidez para entender que los árboles, por muy fuertes que sean, ni se visten en invierno, ni se desnudan en verano, y él está ya en la última estación de la vida. ¿Qué pretendía pues al aceptar una candidatura tan fuera de lugar? Entonces no lo sabía, hoy creo que sí.
Confieso que ha sido la primera vez que he seguido una moción de censura, aunque eso sí, a intervalos, el tiempo justo para sacar mis conclusiones y ponerles nota a los principales actores de esta esperpéntica comedia que no quiere decir que sea la que tengan que ponerles los demás. Y a eso voy: Pedro Sánchez superó el examen. Se complació presumiendo de lo bien que había gestionado la pandemia, las nuevas leyes, las ayudas sociales… le recordó a Abascal todos los sinsentidos de su partido y cargó contra Feijóo haciendo bueno a Pablo Casado. La verdad es que jugaba con ventaja y así aprueba cualquiera. Cuca Gamarra ni aprobó ni suspendió, fiel a su línea actuó como una metralleta de palabras para decir que su partido no votaría a favor por respeto a los españoles y no votaría en contra por respeto al señor Tamames, y como todavía le quedaba otro respeto en la recámara, lo aprovechó para arremeter contra Pedro Sánchez, pero que nadie me pregunte qué le reprochó, sus discursos, hasta para los oídos más perfectos, son como esos torrentes de lluvia que en cinco minutos desbordan los ríos, y no me enteré de nada. Yolanda Díaz, sin abandonar esa dulzura que ya empalaga al más goloso, aprovechó la ocasión para hacerse campaña electoral, que es lo que más le interesa en estos momentos. Aunque sólo fuera por recordarles a Sus Señorías que tienen que aprender a ser más breves, más concisos, más claros, me gustaría aprobar al señor Tamames, es normal que en esas maratonianas sesiones en las que hablan mucho y no dicen nada se pongan a jugar con el móvil para que no se les caiga la cabeza de sueño, pero como no sé si se dejó manipular por Vox para convertirlo en candidato a la presidencia, o si fue él quien se sirvió de Vox para que España se enterara de que sigue vivito y coleando, que sea él quien elija entre aprobar o suspender. ¿Y con Abascal, qué hacer con Abascal? Pues sólo recordarle que esta segunda moción de censura de Vox al Gobierno ha sido un circo para unos, un mitin para otros, y para mí, simplemente, una tomadura de pelo a todos los ciudadanos. Por lo tanto, si decide volver a probar suerte con la tercera, conmigo, como espectadora, que no cuente.