OPINIóN
Actualizado 17/03/2023 09:37:23
Concha Torres

Marzo es un mes largo de treinta y un días y ninguna fiesta ni puente. Trae con él una primavera incipiente en algunos lugares y el hartazgo del invierno interminable en otros. Es una Cuaresma eterna llena de torrijas y pestiños que prometen un paréntesis vacacional salpicado de nazarenos (¡qué le vamos a hacer!) o una Cuaresma sin torrijas que promete que los días se alargarán y nos dejarán alguna hora más de luz, aunque sea tenue.

Este mes de marzo insípido e inodoro, que se inserta en el calendario entre la exuberancia del carnaval y las fiestas primaverales, trae cada año alguna gracia; será por estar en medio o simplemente por llamar la atención, a saber los caprichos del calendario. A los madrileños les trajo un sangriento atentado que convirtió el 11 de marzo en el día europeo de las víctimas del terrorismo y cambió el signo político de España en aquel momento. Años después, un bicho siniestro encerró a todos los españoles en casa un 14 de marzo y no los dejó pisar la calle hasta seis semanas después; la población se comportó de forma ejemplar, aunque al salir del encierro, que fue también una Cuaresma eterna con torrijas y toda clase de bollos, lejos de salir renovados para bien (“de esta salimos mejores” decía la cantinela) fuimos todos igual de peores que antes, y además enfurruñados los unos con los otros.

Un 12 de marzo del 1986 yo voté por primera vez, sintiéndome mayorcísima, en un referéndum convocado por el gobierno para decidir la permanencia de España en la OTAN. Ahora hasta puedo contar con una sonrisa en los labios que voté en contra, como un pecado de juventud cualquiera, sin imaginar que otro mes de marzo de 1991, estaría empujando la puerta de Europa en su cuartel general, dispuesta a ser más europea que nadie y tomando la decisión de trabajar en una ciudad en la que aún vivo y que me ha procurado los años más intensos y enriquecedores de mi vida, hecha la salvedad de la Arcadia feliz que fue mi infancia correteando por la dehesa salmantina. Y por cierto, en esta ciudad, un 22 de marzo murieron 36 personas de catorce nacionalidades diferentes (esto es Bruselas), en dos salvajes atentados contra la población civil.

El 8 de marzo se celebra el día de la mujer trabajadora, que es ese día que deberíamos aspirar a que no se tuviera que celebrar, pero eso no lo verán mis ojos; también es el mes en el que se celebran otros curiosos días mundiales como el de la obesidad, el del agua, el de la audición y ayer (13) el “día mundial sin faltas de ortografía”, que pensaba yo que lo de no poner faltas era válido para todo el año. Los irlandeses celebran San Patricio, una de las fiestas más etílicas, musicales y alegres que conozco y los valencianos las Fallas, una fiesta en la que se juntan el fuego y el ruido a golpe de traca diurna y nocturna, y donde puedo prometer y prometo no estar presente nunca. También los españoles celebran el día del padre el 19 de marzo, por ser San José que, como padre y como dice el chascarrillo de los pueblos castellanos, solo hubo uno en la historia. Por cierto, el “solo” va sin acento porque así me lo deja el corrector del ordenador y porque a estas horas nocturnas que escribo no tengo ganas de batallas ortográficas.

Y en mi barrio de Bruselas, hay unos magnolios que en estos días están llenos de capullos abultados que, en cuanto que salga el primer rayo de sol van a reventar en una explosión de flores blancas y rosadas que se mantienen en la rama en equilibrio precario hasta que llegue el viento impertinente y las arranque, convirtiendo muchas de las calles que me rodean en un tapiz de pétalos que ríanse ustedes de las bodas. Después le toca el turno a los cerezos japoneses, que también tenemos unos cuantos y nos permiten hacernos la ilusión de que estamos en Tokio sin haber estado nunca; ahora que, después de más de treinta primaveras viéndolos florecer, afirmo que los cerezos hay años que decepcionan, los magnolios nunca. Y hasta aquí mis conocimientos de botánica, que son escasísimos.

Y hasta aquí el mes de marzo, soso y largo donde parece que nunca pasa nada, y ya ven ustedes que, a poco que rascamos, han pasado todo tipo de cosas. Y lo terminaremos durmiendo una hora menos por obra y gracia del cambio horario, algo que también ocurre en marzo, por si no teníamos suficiente.

Concha Torres

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