En un pasaje de su docta obra sobre la trashumancia de las cañadas leonesas, Manuel Rodríguez Pascual describe la elaboración de la sopa de pan por el zagal, el más joven de todos ellos y el encargado de la cocina.
Son sus ingredientes siempre idénticos pero la receta experimenta ligeras variaciones, según el origen del cocinero. Los castellanos calientan el aceite, cortan el pan en rebanadas finas –esta labor la efectuaba uno de los pastores, el sobrao o el persona, sobre el cuenco de madera u hortera– y echan el pimentón en el aceite y enseguida, el agua y la sal.
Cuando hierve, se echa el pan. Con el mango de una cuchara de madera majan los ajos pelados y lo añaden a la sopa. Y cuando da dos o tres hervores, se coloca el caldero en medio de los hombres que acercan, la rodilla izquierda en tierra, la derecha doblada hacia delante y después de la bendición del rabadán, van introduciendo su cuchara en la sopa siguiendo un turno riguroso, hasta terminar con ella. Lo que se llamaba y aún se llama “cucharada y marcha atrás”.