En su generoso empeño por tener más ocupados a los parlamentarios –digámoslo más claro, por la proximidad de los comicios electorales-, el gobierno presentó, y el Congreso acaba de aprobar, la Ley 3/2023, de Empleo, con la intención de “transformar las políticas laborales a través de la formación, orientación y el acompañamiento de personas vulnerables”. La verdad es que el equipo redactor del proyecto ha escudriñado bien todos los ámbitos de la sociedad para encontrar a las personas que, como primer requisito tengan edad para votar; además, que no tengan empleo, que lleven demasiado tiempo en esa situación y que pertenezcan a colectivos especialmente vulnerables como: mayores de 45 años, personas en situación de exclusión social, víctimas de violencia de género, con discapacidad o limitación intelectual, pertenecientes a etnias de menor aceptación, drogodependientes, afectados por reestructuraciones laborales, y todos los integrantes de perfiles desfavorecidos.
La intención es digna de encomiar. Aunque ya existía legislación autonómica sobre esta misma materia, siempre que sea para progresar, todas las medidas serán bien venidas. Lástima que este gobierno tan progresista haya esperado casi cuatro años para acordarse de esas personas.
Una más de las consecuencias de gobernar en una coalición de partidos, es la dificultad de compaginar medidas que no figuren en sus programas electorales. Las ansias de poder animan a firmar alegremente pactos de gobierno con la esperanza de poder llegar siempre a un acuerdo. No hay nada que no se pueda arreglar a base de regatear concesiones. Luego, llega el momento de llevarlo a la práctica y comienzan los problemas, porque los votantes pueden interpretarlo como una cobarde cesión por aquello de una posible sangría de votos.
La última refriega entre PSOE y UP ha llegado como consecuencia de legislar con prisas. Las ministras de Podemos -que presumen de esforzarse por el bienestar de las mujeres, cuando lo que hacen es vivir de ellas-, para poder justificar la cantidad de millones que les asignan los PG, se sacaron de la manga la tristemente famosa ley del “Sólo sí es sí”. Sánchez, para demostrar que a progresista y feminista no le ganan ni las guerrilleras del feminismo podemita, sin pararse en barras, dio su visto bueno, a pesar del parecer contrario de algunos órganos jurisdiccionales. No estaba dispuesto a que nadie le malograra otra ocasión de sacar pecho en los telediarios. No tuvo reparos a la hora de pontificar que esa ley sería la envidia de todas las democracias que se precian de serlo. Ha llegado la hora de que el mundo se entere del nuevo Adenauer que rige los destinos de los españoles. Para su desgracia, cuando presida la UE, a partir del 1 de julio, ya le conocerán todos.
Por “sostenella y no enmendalla”, se ha permitido que casi un millar de violadores hayan visto reducidas sus penas y un centenar de ellos puestos en libertad antes de tiempo. No le ha quedado más remedio que dar marcha atrás; no por esas tristes consecuencias, sino por el clamor de la oposición y de no pocos correligionarios que han visto los efectos causados en las encuestas de intención de voto. De paso, no se ha podido evitar la imagen de un claro enfrentamiento entre las dos facciones del gobierno. Cuando se consiga remediar el daño, esa mezcla de bisoñez y orgullo, ya será demasiado tarde.
La historia se repite. En el proyecto de la Ley de Empleo, se incluye entre los grupos vulnerables al colectivo LGTBI. En el fondo, Nada que objetar por la medida. El problema puede llegar en la forma. La Ley habla de que las personas de este colectivo interesadas en ocupar esos puestos de trabajo deberán acreditarlo con una “declaración de buena voluntad”, sin tener que presentar ningún documento oficial que lo certifique. El gobierno ha aceptado esta fórmula ante las protestas del colectivo por tener que hacer pública su condición sexual.
Con buena dosis de ingenuidad, se podría pensar que esa buena voluntad sería algo intrínseco al colectivo LGTBI, pero todos sabemos que el razonamiento no es válido, para ese o para cualquier otro colectivo. De tejas para abajo, aquí sólo dicen la verdad los niños y los borrachos. Es muy plausible que se pretenda proteger de la discriminación a quien la sufra, pero también lo es que el español, por naturaleza, suele estar pendiente de hallar una fórmula que le permita bordear las layes para pagar menos o para obtener algún provecho de su trampa. Si hay personas que no tienen inconveniente en hacer ostentación de su condición sexual, es de suponer que también habrá quien no tenga impedimento para simularlo. Ya me imagino las protestas de quienes se quedan sin un puesto de trabajo por habérselo dado a una persona de la que se tenga constancia de su indiscutible masculinidad o feminidad. Dejando un hueco por el que pueda escapar la legitimidad, la negra experiencia de la torpeza cometida con la ley del “Sólo sí, es sí”, puede repetirse de nuevo.
La nueva “Ley Trans” ya está dando lugar a más de un disgusto. La facilidad con que se puede acceder al cambio artificial de género ha puesto de manifiesto la decepción de algún arrepentido/a, cuando ya es demasiado tarde. Jugar alegremente con la naturaleza suele traer desagradables consecuencias, muchas veces irreparables.
Puestos a incluir colectivos vulnerables, tal vez se hayan olvidado de quienes, estando juzgados, condenados y pendientes de entrar en prisión, siguen agarrándose a toda clase de clavos ardiendo para evadirla. Alguien debería evitarlos la angustia de ignorar la fecha exacta en que perderán la libertad, lo que no deja de ser una vulneración de su paz interior. ¡Pobres delincuentes!
Con estas leyes del embudo, hay otros colectivos con los que no se tiene tanta condescendencia, y eso también trasciende a los posibles votantes. Dedíquese el gobierno a mejorar los demasiados problemas acuciantes que ahogan nuestra vida diaria, y deje de gastar millonadas en mera propaganda engañosa o en satisfacer los caprichos de quienes no son dignos/as de figurar en puestos para los que no están preparados/as.
Al contrario de lo que se dice en los Evangelios, en España la mies es poca y los obreros muchos; por eso hay otro colectivo que, a partir de ahora, va a resultar muy vulnerable: las personas heterosexuales en paro.