Los sueños caminan de puntillas y se cocinan a fuego lento.
Los sueños se enhebran, uno a uno, y se hacen pasar, sin prisa pero sin pausa, por el hueco tan pequeño de una aguja, porque nada se forja sin ganas, sin esfuerzo, sin tesón, sin ahínco, sin constancia, sin denuedo…
Y es el tiempo, despacito, el que nos va proporcionando experiencias, a veces buscadas, otras encontradas, que añaden un nuevo peldaño de ilusiones construido en la piedra inaugural de aquello que queremos ser.
La vida, camino pausado, nos pone delante oportunidades que florecen con nuestras expectativas, con nuestros intereses, con nuestras aficiones, con aquello que nos aporta desazón, inquietud, ganas de aprender y superarnos, afán por conocer, por madurar en esa idea, en esa tarea que no deja de revolotearnos en la cabeza.
Así nace en las personas la intención, el proyecto, las ganas por aumentar la formación, por desarrollarnos, por hacernos, por ir poniendo la sal y el aderezo que nos va escribiendo el nombre, a cada uno, con nuestras propias letras mayúsculas.
Así crecen y se reproducen los pensamientos creativos, la excelencia, el impulso de superarnos a nosotros mismos, la ambición por llegar a ser así, por perfeccionar ésto o lo otro que nos haga ser mejores cada día en distintas facetas y habilidades.
Sólo el tiempo nos pone en nuestro lugar, sólo la vida y sus etapas nos va tejiendo, sólo caminar nos va haciendo y, a la vez, mostrando el camino. No hay atajos, ni premios, ni solaz. No hay ventajas instantáneas, ni logros inmediatos, ni cosechas abundantes de repente, no hay regalos, ni dádivas.
No se necesitan cornamentas con las que embestir a ningún lado, a ningún compañero, ni hace falta ensalzarse o tratar de bajar a otros de su lugar.
La vida es equipo o no es nada; la vida es compartir, no es soledad; la vida es amor, no egoísmo; la vida es cuidado y tacto, no es ambición y abuso; la vida es educación y cultivo.
En la mayoría de las ocasiones, los atajos no existen, y las medias tintas tampoco sirven.
Los logros personales adquiridos en la profesión no los regalan las leyes ni las cuotas. El movimiento se demuestra andando.
Pau Gasol es un magnífico ejemplo del sueño de ser. Su pasión, desarrollada a martillo y cincel, abrió caminos, no sólo para sí, sino también para otros. Su humildad y sencillez le hicieron destacar. Su trabajo callado le impulsó hasta la cima. Su generosidad hizo brillar a otros, que crecieron junto a él y acompañaron su sueño. Su deportividad y limpieza en el juego demostraron la nobleza del campeón. Su cabeza vislumbró jugadas que se materializaron y se guardan en los anales de la memoria. Sus largos dedos hicieron bailar el balón millones de veces hacia el aro, haciendo vibrar la red, emocionando una y otra vez al resto de los mortales que le seguimos en sus hazañas. Sus manos lucen dos inmensos anillos que guardan dentro de sí, una a una, todas sus fortalezas. Su camiseta cuelga en el Olimpo de los dioses, manteniendo su número, intocable, con honor, en un país en el que no triunfa cualquiera y en un lugar en el que sólo se destaca la excelencia.
Entrando, méritos propios, por la puerta grande en el universo del mito, no he visto a nadie tan cercano, tan humano, tan de carne y hueso, tan real y que tenga los pies más posados en el suelo.
Su leyenda sigue, vestido de paisano, al pie del cañón, con miles de proyectos de futuro para que niños y jóvenes sigan, con cabeza y esfuerzo constante, sus propios sueños de ser.
¡Gracias, Pau!
Dedicado a Álvaro.
Mercedes Sánchez