Allí empecé a disfrutar del fútbol viendo a la UDS en compañía de mi padre. También los veía entrenar escapándome en el recreo de Los Maristas. El Calvario era un campo destartalado pero nunca dejó de ser el “Teatro de mis sueños”. Allí el fútbol se veía de pie.
Aprendi ciertas palabras que me sonaban muy bien en aquella reunión masiva de aficionados: “Ambigú” y “zaguán”. Todavía me hacen recordar el fútbol de mi niñez. Igual que recuerdo aquella canción comercial del “Reloj de Cascon”, o el anuncio del “Coñac Fundador”; el “Licor 43”; el “Marie Brizard”; el “Soberano”; el “Ponche Soto”; el “Fundador”; la “Ginebra Larios; o el “Centenario Terry”, aquella botella de la red amarilla… Son recuerdos que permanecen en pocas cabezas de los antiguos aficionados… En aquella época se permitía consumir alcohol en los campos de fútbol.
Eran los años sesenta donde ya destacaba el “Marcador Simultáneo” Dardo que informaba de todos los resultados del fútbol patrio de las primeras categorías, y que aportaba amplias marcas comerciales, todo ello entre olores de “Farias” y puros. Incluso recuerdo el olor a hierba recién cortada por el señor Eladio, aquel operario ejemplar que mantenía el césped del campo para que los futbolistas se lucieran y nos ofrecieran el mejor fútbol posible.
Con los olores también homenajeo a nuestra UDS, nunca olvidare los olores de aquel masaje que nos dábamos en épocas juveniles, a mi me facilito la fórmula Juanito Pablos, y era el original que usaban todos los futbolistas profesionales: aceite de oliva, alcohol alcanforado, esencia de trementina, guayacol, y escipiente… Muchos años después descubrí aquello del escipiente… De hecho, en aquella época comprábamos el “Linimento de Sloan”; o la “embrocación de Hércules”; muy parecidos a la fórmula citada pero el líquido mágico del “hombre del bigote” era el que más nos embargaba. Y, los dolores musculares más intensos los resolvíamos con el “picante” “Finalgon”. Aquellos olores se impregnaban en las ropas y nos gustaba expandir sus efluvios para "perchar" con las jovencitas.
Por supuesto, son etapas pasadas que gracias a las esencias de aquellos olores aún recordamos. Asocio todavía a mi UDS con los ambientes florales, mentolados, almizclados, alcanforados, picantes y algún otro olor menos agradable que se cruzaban en combinación notable. Incluso, es imposible sustraerse a aquel olor de algodón impregnado de alcohol que se encendía en las casetas para aportar algo de calor en aquellos recintos sin calefacción ni siquiera agua caliente. Al principio de encenderse resultaba agradable pero al apagarse humeaba con un reducto oloroso un tanto desagradable.
Claro que, en el viejo campo de “El Calvario”, teníamos estufas con leña de encina y piñas con la que, además de crear un buen ambiente en el vestuario, con sus olores característicos de leña quemada, servían sobre todo para el secado de las amplias coladas de ropa empapada, los chándales de algodón, incluso las botas y balones. Precisamente éstos, después del secado, se revestían con grasa de caballo, por lo que los olores a cuero viejo y grasa eran muy persistentes.
Son los olores del fútbol. Son los recuerdos de mi viejo campo de fútbol “El Calvario”. Allí empecé a ser futbolista de la mano de Tony Almaraz, (Me enteré tarde de su fallecimiento), aquel que antes yo había visto jugar formando en la media con Hernandez, el mismo que años después jugaría conmigo en el Bejar Industrial.
Quizás el fútbol, su anecdotario, sus vivencias, sus intensos recuerdos, nos defiendan contra la soledad, o contra el Alzheimer, o contra el olvido de todo lo ya pasado sin caer en nostalgias enfermizas...