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SOCIEDAD
Actualizado 04/03/2023 20:25:33
Redacción

Con 22 años ingresó en los Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios y como misionera ha vivido su vocación en Argentina y Perú

Patricia Llamas es una de los 92 misioneros salmantinos que viven su vocación en América Latina, concretamente en Perú. Esta religiosa pertenece a la comunidad misionera de Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios y ha estado unos días en Salamanca visitando a su familia.

Vinculada al grupo de jóvenes de San Boal, a una edad temprana descubrió muy joven su vocación, gracias al testimonio de su tía, misionera del Verbum Dei en África. “Ella estuvo muchos años en Guinea ecuatorial y nos enviaba cartas a los sobrinos en las que nos decía: Tienes que venir cuando seas mayor y verás. Aprende francés y la guitarra…”. Una inquietud que vivía con mucho entusiasmo participando en las actividades de la Infancia Misionera en el colegio.

Vocación misionera

Más adelante, siendo universitaria, y a través del contacto de su tía, participó en encuentros de oración que organizaba la Fraternidad Verbum Dei. Allí sintió “una experiencia muy fuerte del amor de Dios por mi vida. Me llamaba a hacer algo por los demás y eso pasaba por darle a conocer”.

En ese momento tenía 19 años, y descubrió, “que Dios me dio respuesta a todo aquello que me faltaba y quería experimentar lo que yo podía hacer por el mundo. Yo veía que la raíz de los problemas del mundo es que cuando falta Dios, faltan valores y se ocasionan todos los problemas que hay de egoísmo”.

Fue una “época muy bonita”, y que vivió con mucho entusiasmo. Tras finalizar sus estudios de Magisterio de Educación Infantil en Salamanca, ingresó a los 22 años en los Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios. Esta comunidad misionera se gestó en el seno de la Fraternidad Misionera Verbum Dei, y está formada por misioneras y misioneros consagrados, sacerdotes y laicos, presentes en 15 países de los cinco continentes.

Patricia explica que el carisma “que Dios nos ha regalado” es “el anuncio del Evangelio y la formación de misioneros. Que cada persona descubra su misión en el mundo, que lo que hace tiene mucho que aportar, y que puede vivir como laico, como religioso o como sacerdote, transmitiendo no solo con la Palabra sino también con su vida”, señala Patricia Llamas.

Argentina y Perú, sus dos destinos misioneros

Patricia realizó su formación misionera en Madrid y Andalucía, y a los 24 años fue destinada a Argentina, donde estuvo 14 años, primero en la periferia sur del Gran Buenos Aires, la zona más urbana de Argentina, y después, en la Patagonia sur.

Desde 2016, se encuentra en el distrito de San Juan de Lurigancho, al Noreste de Lima Metropolitana, la capital de Perú, junto a otras dos misioneras, una peruana y otra de Valencia. Se trata del distrito más poblado del país, en el que viven “fundamentalmente personas que vienen del interior de las provincias del país”.

Esta misionera destaca que el pueblo peruano “es muy luchador y emprendedor, que siempre sale adelante”. Explica que mucha gente se ha ido a Lima con esa idea de emprender, de trabajar y salir adelante”. Allí, su comunidad trabaja “fundamentalmente con jóvenes y adultos, también a veces con niños”.

Patricia imparte clases de Religión en un colegio y acompaña a grupos de jóvenes misioneros. Lo que pretendemos es que “los jóvenes, desde los valores de su cultura, que es un pueblo muy creyente, con mucha fe que sus vidas, puedan salir adelante y descubrir cuál es la misión que Dios le ha dado a cada uno de ellos”.

“El pueblo peruano me enseña muchísimo”, afirma, con una mirada iluminada. “Vivo en un barrio donde la gente es muy sencilla, y todas esas personas que yo los llamo los predilectos del Señor, me enseñan muchísimo”. Son personas que viven y se enfrentan cada día a situaciones “muy duras de vida”. Es el caso de su vecino, el Señor Chumacero, que “ha tenido un problema muy fuerte de diabetes y casi está perdiendo las piernas, pero sale adelante”. Un luchador que “te recibe en su casa siempre con una sonrisa, con alegría, y que te transmite mucha fuerza y entusiasmo”.

Esta misionera subraya la precariedad del sistema de salud peruano, y concretamente de este distrito de San Juan de Lurigancho, “en estas zonas el nivel de atención es muy bajo”.

Otras experiencias de gran dureza son las que viven “los niños abandonados o que tienen situaciones muy duras en sus familias”, pero a su alrededor “hay personas que hacen de contención que tratan de dar una oportunidad a todos los chicos con más problemas”, como es el caso del director de su colegio.

Reconoce que durante la pandemia la situación se agravó, “todos hemos vivido muchas situaciones de mucho sufrimiento y de mucha precariedad”. Pero a pesar de ello, sus vecinos han sido un ejemplo de solidaridad, como reconoce “Teníamos muchísima gente que vive al día, no tienen ahorrado” y nos decían “dale la ayuda que me estáis dando a otra familia” o compartían lo poco tenían para otras familias tan necesitadas como ellos.

Patricia está muy feliz de compartir su vida y misión con este “pueblo que el Señor me ha regalado y del que aprendo mucho. Feliz de poder dar la vida en esta misión, con estos hermanos a los que yo doy y de los que recibo un montón”. Y anima que cada uno, estemos donde estemos “sigamos poniendo nuestro granito de arena por un mundo mejor”.

Reconoce que cuando viene a España percibe el contraste “desde el ambiente, el paisaje, los medios de transporte, la salud,… todo lo que te encuentras es de mucho contraste y es verdad que tiendes a comparar y a decir: ¡con todo esto allí que se haría!”. Pero observa también mucha solidaridad: “La sociedad aquí está armada de una forma pero dentro de ella hay muchas personas queriendo aportar también mucho a los demás, tanto de fuera como de aquí. Me encuentro personas que son muy cercanas a la gente que está la calle o en voluntariados”.

TEXTO Y FOTOS: Diócesis de Salamanca

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